(InfoCatólica) La Sala del Consistorio del Vaticano acogió en la mañana del viernes 5 de septiembre al Consejo de Jóvenes del Mediterráneo, en un acto presidido por el papa León XIV. Durante su discurso, el Pontífice expresó su alegría por recibir en la «casa de Pedro» a los jóvenes participantes, acompañados por el secretario general de la Conferencia Episcopal Italiana. El Papa reconoció la diversidad de procedencias, lenguas y culturas de los asistentes, subrayando el deseo común que los une: la convivencia pacífica entre los pueblos del Mediterráneo.
León XIV valoró el trabajo que desarrollan los miembros del Consejo en sus comunidades locales y a nivel europeo, tanto con instituciones eclesiales como políticas. En este sentido, afirmó que son «una demostración de que el diálogo es posible» y que «el otro es siempre un hermano».
El Consejo es fruto del proceso iniciado por la Conferencia Episcopal Italiana con los encuentros de Bari (2020) y Florencia (2022), iniciativas que reunieron a obispos del Mediterráneo para reflexionar sobre el papel de esta región como «una encrucijada de fraternidad». El Papa expresó su deseo de que estas experiencias continúen y sirvan como «signos de esperanza».
Recordando el pensamiento del alcalde Giorgio La Pira, el Santo Padre subrayó que la paz en la región mediterránea podría ser el inicio de la paz global. Ante un contexto mundial marcado por conflictos, violencia y opresión, León XIV instó a los jóvenes a no desanimarse, asegurando que su «creatividad y sueños» son fundamentales «ahora, y no mañana».
El Papa definió al Consejo como una «obra-signo»: la obra, dijo, es la que el papa Francisco confió a las Iglesias del Mediterráneo en 2020; el signo, son los propios jóvenes, que no se conforman con lo establecido, sino que trabajan activamente por un futuro distinto.
El Pontífice lamentó que la paz sea solo una palabra bonita para los gobernantes:
«La paz está sobre la mesa de los líderes de las naciones, es objeto de debates globales y, lamentablemente, a menudo se reduce a eslóganes».
Invitó a los jóvenes a ser «motores de reconciliación» en todos los ámbitos, y recordó las palabras del Evangelio: «Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9).
«Queridos jóvenes, sigan siendo signos de esperanza, esa esperanza que no defrauda, que está arraigada en el amor de Cristo. Ser signos de Cristo significa ser sus testigos, anunciadores del Evangelio»
A lo largo de su intervención, el Papa abordó el papel de las religiones en el Mediterráneo, afirmando que su patrimonio espiritual debe ser «fuente de paz, de apertura al otro, de cuidado de la creación y de fraternidad». También condenó su uso como justificación de la violencia, llamando a desmentir tales actitudes con la propia vida y a cultivar la espiritualidad como vía de encuentro.
Finalmente, León XIV alentó a los jóvenes a no tener miedo, a ser «brotes de paz», «tejedores de unidad» y «voz de quienes no tienen voz». Citando a san Carlos de Foucauld, concluyó: «Dios se sirve también de los vientos contrarios para llevarnos a buen puerto».
Discurso del Santo Padre
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
¡La paz este con ustedes!
Buenos días.
Me alegra darles la bienvenida aquí, en el Vaticano, en la casa de Pedro, acompañados por el Secretario General de la Conferencia Episcopal Italiana. Sé que proceden de distintos países, que tienen lenguas y culturas diferentes, pero los une un único gran deseo: la convivencia pacífica de los pueblos, especialmente de los que habitan alrededor del Mediterráneo. A este deseo le están dando ustedes cuerpo y alma, con su compromiso y con numerosos proyectos, tanto en las zonas que ocupan sus comunidades como a nivel europeo, en diálogo con las instituciones eclesiales y políticas. Les agradezco lo que hacen, son una demostración de que el diálogo es posible, de que las diferencias son fuente de riqueza y no motivo de oposición, de que el otro es siempre un hermano y nunca un extraño o, peor aún, un enemigo.
El Consejo de Jóvenes del Mediterráneo es uno de los frutos del camino de reflexión y espiritualidad promovido por la Conferencia Episcopal Italiana, que tuvo dos momentos clave: en Bari, en el año 2020, y en Florencia, en 2022. Estos encuentros reunieron a los obispos de algunos países de la zona mediterránea, conscientes de que el mare nostrum puede y debe ser un lugar de encuentro, una encrucijada de fraternidad, una cuna de vida y no una tumba para los muertos. Espero que estas experiencias, promovidas por las Iglesias en Italia, puedan continuar como signos de esperanza.
Giorgio La Pira, el alcalde de santa memoria cuyo pensamiento inspiró las iniciativas de Bari y Florencia, estaba convencido de que la paz en la región del Mediterráneo llegaría a ser el comienzo y de algún modo la base de la paz entre todas las naciones del mundo. Esta visión mantiene hoy toda su fuerza y su carga profética, en una época desgarrada por los conflictos y la violencia, en la que la carrera armamentística y la lógica de la opresión prevalecen sobre el derecho internacional y el bien común. Pero no debemos desanimarnos, ¡no debemos resignarnos! Y ustedes, jóvenes, con sus sueños y su creatividad, pueden dar una contribución fundamental. ¡Ahora, y no mañana! ¡Porque ustedes son el presente de la esperanza!
Este Consejo es realmente una obra-signo. La obra es la que el Papa Francisco ha confiado a las Iglesias del Mediterráneo, «reconstruir los lazos que se han roto, levantar las ciudades destruidas por la violencia, hacer florecer un jardín donde hoy hay terrenos áridos, infundir esperanza a quienes la han perdido y exhortar a los que están encerrados en sí mismos a no temer a su hermano» (Encuentro con los obispos del Mediterráneo, Bari, 23 de febrero de 2020). El signo, queridos amigos, son ustedes: signo de una generación que no acepta acríticamente lo que sucede, que no mira para otro lado, que no espera a que sea otro quien dé el primer paso; signo de una juventud que imagina un futuro mejor y que ha decidido comprometerse para construirlo; signo de un mundo que no se rinde ante la indiferencia y la costumbre, sino que se compromete y trabaja para transformar el mal en bien.
La paz está sobre la mesa de los líderes de las naciones, es objeto de debates globales y, lamentablemente, a menudo se reduce a eslóganes. En cambio, necesitamos cultivar la paz en nuestros corazones y en nuestras relaciones, hacerla florecer en los gestos cotidianos, ser motores de reconciliación en nuestros hogares, en las comunidades, en los ambientes de estudio y de trabajo, en la Iglesia y entre las Iglesias. «Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios» (Mt 5,9). No es una decisión cómoda, nos saca de las zonas de confort de la distracción y la indiferencia, y puede encontrar la oposición de quienes están interesados en perpetuar los conflictos.
Queridos jóvenes, sigan siendo signos de esperanza, esa esperanza que no defrauda, que está arraigada en el amor de Cristo. Ser signos de Cristo significa ser sus testigos, anunciadores del Evangelio, precisamente alrededor de ese mar desde cuyas orillas partieron los primeros discípulos. El horizonte del creyente no es el de los muros y las alambradas, sino el de la acogida recíproca. Así, el patrimonio espiritual de las grandes tradiciones religiosas nacidas en el Mediterráneo puede seguir siendo fermento vivo en esta zona y más allá; fuente de paz, de apertura al otro, de cuidado de la creación y de fraternidad. Esas mismas religiones han sido y a veces siguen siendo instrumentalizadas para justificar la violencia y la lucha armada. Debemos desmentir con nuestra vida estas formas de blasfemia, que oscurecen el Santo Nombre de Dios. Por eso, junto con la acción, cultiven la oración y la espiritualidad como fuentes de paz y lenguajes de encuentro entre tradiciones y culturas.
Hermanos y hermanas, no tengan miedo, sean brotes de paz allí donde crece la semilla del odio y el resentimiento; sean tejedores de unidad allí donde prevalecen la polarización y la enemistad; sean la voz de quienes no tienen voz para pedir justicia y dignidad; sean luz y sal allí donde se está apagando la llama de la fe y el gusto por la vida. No desistan si alguien no los entiende. San Carlos de Foucauld decía que Dios se sirve también de los vientos contrarios para llevarnos a buen puerto.
Los animo a seguir adelante con esta experiencia del Consejo de Jóvenes del Mediterráneo. Que Dios los bendiga y que María Reina de la Paz los proteja siempre. Gracias.







