(Katholisch/InfoCatólica) A pesar de sus problemas de rodilla, ha cruzado campos helados en la Antártida, ha sido perseguido por perros salvajes en una ultramaratón por la selva de Vietnam y ha recorrido más de 170 kilómetros a través del desierto de Omán en solo unos días. Se trata del padre Tobias Breer, conocido como el «maratoniano de Dios». Desde 2006, este sacerdote católico ha participado en cerca de 320 maratones y ultramaratones —pruebas que superan los 42 kilómetros estándar—. ¿Su objetivo? Provocar «ojos brillantes» en los niños, como él mismo dice. Cada carrera se convierte en una oportunidad para recaudar fondos destinados a proyectos sociales. Todo ello, pese a que, en el pasado, no tenía ninguna inclinación por el deporte.
Su primer maratón lo corrió en Berlín en 2006. Jamás olvidará su marca: 4 horas, 24 minutos y 26 segundos. «Nunca fui especialmente deportista. Antes de eso, quizá salía a correr una vez al mes», cuenta el sacerdote, que hoy tiene 62 años. Fue su labor paralela como formador de directivos lo que le llevó al mundo del maratón. En sus cursos, solía recomendar hacer ejercicio, hasta que una noche, mirándose al espejo, se dijo: «Tobias, tú también deberías empezar a moverte».
Un comienzo discreto
Se inscribió en Berlín y comenzó a entrenar en secreto, para evitar llamar la atención. «Y después de aquella carrera me dije: esto no lo hago nunca más». Sin embargo, al día siguiente ya estaba apuntado a su siguiente prueba, en Hamburgo. Allí conoció a corredores solidarios que participaban para apoyar causas benéficas. Esa idea le marcó profundamente.
Hoy, este sacerdote premonstratense y párroco en Duisburgo hace balance con satisfacción: tras más de 60.000 kilómetros recorridos en los cinco continentes, ha recaudado alrededor de 2,1 millones de euros. Los fondos se destinan principalmente a iniciativas infantiles, como clases de natación, terapia con caballos o sillas de ruedas deportivas. Para canalizar estas ayudas, el padre Tobias fundó el proyecto «Lebenswert», que incluye asesoramiento social, el programa de apadrinamiento infantil «Cash 4 Kids» y una cafetería social en Duisburgo.
En la actualidad, sigue sumando donaciones carrera tras carrera, llegando a participar en dos o tres maratones por semana. ¿No resulta agotador? «Mi cuerpo ya está acostumbrado. El año pasado corrí 70 maratones. Este año, desde enero, ya llevo 58», afirma Breer. Nunca ha sufrido lesiones de gravedad. Solo un daño en el cartílago de la rodilla le obliga ahora a correr más despacio, sin poder bajar de las cuatro horas. Para cuidarse, trabaja desde el principio con un médico deportivo, un especialista en tratamiento del dolor y una fisioterapeuta.
Hasta el límite físico
El padre Tobias no se toma sus carreras a la ligera. «El maratón supone un gran esfuerzo. Un ultramaratón ya roza el límite», afirma. Él mismo ha experimentado ese límite. Durante su recorrido por el desierto llegó a sufrir una deshidratación tan grave que detectó sangre en la orina. En momentos así, piensa en los niños: «Sé lo que se puede lograr con las donaciones. Y entonces uno sigue adelante». Aun así, aconseja detenerse si la salud está en riesgo. Él mismo ha abandonado dos pruebas para no poner en peligro su integridad.
Hoy por hoy sigue en plena forma. Y aún le quedan sueños por cumplir. «Me gustaría correr un maratón en el Vaticano», confiesa. «Los beneficios serían para los niños de Roma. Y si el Papa se sentase a aplaudir, sería un bonito final». Si pudiera elegir, su última carrera —como la primera— tendría lugar en Berlín. «He corrido allí 16 veces. Una vez conocí a un hombre que cumplía 84 años el mismo día del maratón. Lo tomo como ejemplo».







