(Patriarcado Latino/InfoCatólica) En la solemnidad de la Asunción de María y el aniversario de la constitución de las Oblatas de Santa Francisca Romana, el Cardenal Pierbattista Pizzaballa ofreció una homilía centrada en la lectura del Apocalipsis. El Cardenal interpretó el «dragón rojo» como símbolo del poder del mal que «nunca dejará de afirmarse y asolar el mundo, en particular contra los que guardan los mandamientos de Dios y mantienen el testimonio de Jesús». Señaló que debemos aprender a convivir con la presencia del mal en el mundo sin resignarnos, pero siendo conscientes de que «solo con nuestras fuerzas humanas no podremos derrotar el enorme poder de ese dragón».
Refiriéndose a la situación en Tierra Santa, el Cardenal advirtió que «el final de la guerra no marcará el final de las hostilidades y del dolor que causarán», ya que «el deseo de venganza y la ira seguirán surgiendo de los corazones de muchos». Observó que «esta Tierra Santa nuestra, que custodia la más alta revelación y manifestación de Dios, es también el lugar de la más alta manifestación del poder de Satanás», precisamente por ser «el Lugar que custodia el corazón de la historia de la salvación».
Realmente parece que esta Tierra Santa nuestra, que custodia la más alta revelación y manifestación de Dios, es también el lugar de la más alta manifestación del poder de Satanás. Y quizás precisamente por esta misma razón, porque es el Lugar que custodia el corazón de la historia de la salvación, que se ha convertido también en el lugar en el que «el Antiguo Adversario» trata de imponerse más que en ningún otro lugar.
La misión de los creyentes en el desierto
Frente a esta realidad, el Cardenal Pizzaballa indicó que los creyentes están llamados a «sembrar una semilla de vida en el mundo». Explicó que «el mal seguirá expresándose, pero nosotros seremos el lugar, la presencia que el dragón no puede vencer». Esta misión implica vivir «en el desierto, no en la ciudad», siendo «probablemente pocos, pero siempre diferentes, nunca alineados». Los cristianos están llamados a ser «el lugar donde Dios provee, un refugio custodiado por Dios» y a «convertirnos en refugio para quienes quieran custodiar la semilla de la vida».
El Cardenal concluyó recordando que la Asunción de María es «un anticipo de nuestro destino como hijos de Dios», y que a pesar de los dramáticos acontecimientos actuales, nuestra vida es «el lugar en el que el dragón no prevalecerá, porque es una vida bañada en la sangre del Cordero, en el amor infinito de Dios». Citó el ejemplo de Santa Francisca Romana quien, a pesar de innumerables adversidades, permaneció fiel a su vocación, demostrando que cuando «Dios entra en la historia, trastorna la vida de la gente» y que el mal «nunca puede prevalecer por completo».







