(InfoCatólica) Peter Kwasniewski, profesor de teología, filosofía, música e historia, además de compositor de música litúrgica, es uno de los más famosos escritores tradicionalistas de los Estados Unidos.
Con ocasión de una serie de conferencias que pronunciará del 18 al 25 de julio en varias capitales de provincia españolas, ha tenido la amabilidad de conceder esta entrevista a InfoCatólica, en la que explica su postura con respecto a múltiples cuestiones litúrgicas, doctrinales o de gobierno eclesial.
En las próximas semanas, tiene usted previsto pronunciar varias conferencias en diferentes ciudades españolas. ¿Por qué cree que el tradicionalismo parece ser más débil en España que, por ejemplo, en Francia o Estados Unidos?
No conozco suficientemente el tema como para hacer afirmaciones drásticas, pero algunos amigos españoles me han dicho que en España existe una fuerte mentalidad de obediencia a los líderes, incluso ciega, mientras que en los Estados Unidos y en Francia —¡dos países revolucionarios!— la gente es más propensa a cuestionar la autoridad, a preguntarse si realmente busca el bien común, y a protestar y resistir cuando cree que se están pisoteando sus derechos, o los de la Tradición.
Otro aspecto que hay que tener en cuenta es que los países laicos, desde su fundación, obligaron a los fieles a asumir gran parte de la carga de enseñar y mantener el catolicismo. Si bien la separación de la Iglesia y el Estado es anormal y perjudicial en muchos sentidos, irónicamente también presenta algunas ventajas: la gente está más comprometida con su propia religión, así que, por ejemplo, participa mucho en acciones de voluntariado y son sus donaciones las que lo sustentan todo.
Esto significa, al menos en los Estados Unidos, que la mayoría de los obispos tienden a ser pragmáticos: se preguntan "qué funciona", en el sentido de qué atrae a la gente a la iglesia y de dónde proviene el dinero. Si la Misa tradicional atrae a católicos a la iglesia que son generosos donantes, ¿por qué debería haber algún problema con ello? Se trata de una mentalidad pragmática, no ideológica. Es lo opuesto a la mentalidad que a veces se ve entre los progresistas, quienes, como indican sus palabras y acciones, preferirían una iglesia vacía y cerrada a una llena de católicos asistiendo a la Misa en latín. Para mí, eso es una repugnante traición a los deberes de su ministerio, pero el ideólogo necesita mantener una absoluta pureza de adhesión al único ideal, de modo que las realidades recalcitrantes deben ser arrasadas.
En 2016, usted fue uno de los firmantes de la llamada "Carta de los 45", en la que profesores y clérigos instaron a los cardenales a que pidieran al Papa Francisco la condena de los supuestos errores contenidos en Amoris Laetitia. ¿Sigue pensando que esos errores deberían ser condenados pública y específicamente? ¿O bastaría con que se proclamaran de nuevo las verdades correspondientes?
Opino que, sin duda alguna, no basta con simplemente afirmar la verdad, como si fuera una contrapropuesta silenciosa al capítulo 8 de Amoris Laetitia. Más bien, los errores específicos de ese documento deben señalarse por escrito y condenarse formalmente, igual que hizo Juan Pablo II en Veritatis Splendor con varios errores teológicos (algunos de ellos repetidos posteriormente por el propio Papa Francisco). Todos sabemos que ha habido malos papas en el pasado, así que ¿por qué nos avergüenza admitir que, durante nuestra vida, hemos tenido a uno de los peores papas? Honorio fue solemnemente condenado y anatematizado en múltiples ocasiones por concilios y papas, por errores mucho menos numerosos y graves que los del Papa Francisco.
Varios de sus libros han sido traducidos al español, como Reivindicación de nuestros derechos hereditarios como católicos. En ellos, usted habla a menudo de los fieles. ¿Es la liturgia algo que los fieles deberían cuidar con pasión, en lugar de “cosas de curas”?
Sí, por supuesto. Si bien se supone que los miembros del clero son los "expertos" (¡ya me gustaría a mí que conocieran un poco mejor la materia en la que supuestamente son expertos!), la liturgia es la oración de toda la Iglesia; nos pertenece a todos en nuestras respectivas funciones. Como dijo Newman, la Iglesia quedaría bastante ridícula sin los laicos.
El problema, me parece, es que la liturgia reformada de Pablo VI crea tanto un clericalismo intencionado y práctico por parte del clero como una paradójica combinación de activismo y pasividad por parte de los laicos: o bien deben afanarse en tareas clericales o sentarse en los bancos y dejarse alimentar con papilla en lengua vernácula. No hay sentido de apropiación de la Tradición a través de la oración interior o, por ejemplo, leyendo el misal y cantando los cantos gregorianos.
El rito antiguo involucra a los fieles de una manera muy profunda. Es más exigente y más gratificante. Hay más que conocer, que reflexionar, que maravillarse, que admirar y en lo que sumergirse. Creo que dondequiera que los fieles descubren (o redescubren) el rito antiguo, resurge su fervor como católicos: empiezan a enorgullecerse de su herencia y desean comprenderla y defenderla.
Es usted compositor y director de coro. En Buena música, música sagrada, silencio, ha hablado de esos tres "dones de Dios". ¿Cree que la música sacra debe ser parte fundamental de cualquier renovación litúrgica?
Sí, así lo creo, porque la música sacra no es solo un complemento de la liturgia, sino el culto mismo en forma de canto. Al menos esto es cierto para el canto gregoriano, que no es más que la liturgia cantada. Durante sesenta años, hemos tenido muchos cantos en la Misa, pero se ha cantado muy poco la Misa. Con demasiada frecuencia, canciones ridículas o sentimentales han despojado al rito de toda dignidad, elevación o esplendor. Dondequiera que regresan el canto gregoriano y la polifonía, también lo hacen la seriedad, el decoro, una noble belleza, la reverencia y la sensación de que estamos saliendo de este mundo y entrando en el mundo venidero. La gran música sacra es un ponerse de rodillas artísticamente ante la majestad y el misterio de Dios.
¿Cuál es el papel del silencio en la liturgia? ¿Se ha descuidado este papel en los últimos sesenta años?
En el rito antiguo, ya se trate de una Misa rezada o una Misa solemne cantada, casi todos los silencios son naturales u orgánicos: se producen porque el sacerdote está ocupado con oraciones o actividades silenciosas en el altar. El resultado es un silencio pleno y atractivo, que invita a la oración.
En el nuevo rito, tan ruidoso y verboso, casi nunca hay silencios, a menos que el sacerdote decida sentarse un rato sin hacer nada (por ejemplo, después de la homilía o de la comunión). Se trata de un silencio sepulcral, durante el cual todos esperan a que el sacerdote se levante y continúe la arenga. En mi opinión, no hay verdadero silencio en el nuevo rito, independientemente de cuántas pausas o intervalos haya entre módulos o actividades. El mundo moderno, como ha dicho el cardenal Sarah, carece notoriamente de silencio, y lamento decir que la Iglesia Católica fue tanto la mayor guardiana como, después, el principal verdugo de este preciado bien.
En otros libros, como El rito romano de ayer y del futuro, usted defiende que la liturgia posterior al Vaticano II no puede considerarse propiamente "rito romano". ¿Significa esto que rechaza la diferenciación que hizo Benedicto XVI entre una forma ordinaria y una extraordinaria del rito romano? De ser así, ¿qué propone en su lugar?
Permítame hacer una distinción. En Summorum Pontificum, Benedicto XVI encontró una solución jurídica. Creó una "ficción" canónica, la idea sin precedentes de dos "formas" del mismo "rito", para evitar la extraña situación de encontrarse de repente con dos ritos separados para el mismo clero. Lo que quería era dar permiso a todo el clero latino para celebrar cualquiera de los dos y, en lugar de otorgar facultades birrituales a decenas de miles de sacerdotes, lo que hizo fue establecer legislativamente que existía un solo rito con dos expresiones o formas. Sin embargo, teológica, histórica y, sobre todo, litúrgicamente, es imposible afirmar que el rito antiguo y el novus ordo no sean dos ritos separados. Como muestro en uno de los capítulos de El rito romano de ayer y del futuro, el rito tridentino romano y la divina liturgia bizantina tienen más en común que cualquiera de ellos con el novus ordo. Solo desde una lejanía estratosférica se puede decir que son el "mismo rito". Quienes deseen conocer los detalles de mi argumento pueden consultar ese libro.
En ese contexto, ¿su objetivo sería simplemente volver a la situación de Summorum Pontificum (antes de Traditionis Custodes) o ir más allá?
Como decía, creo que la solución de Benedicto XVI fue una ingeniosa solución canónica provisional o alternativa para una situación muy difícil: nunca ha habido dos ritos compitiendo, por así decirlo, por el mismo espacio ritual. Buscaba lograr la paz sin una violencia excesiva. Quería crear un espacio de libertad para que el clero y los fieles hicieran lo más conveniente para cada uno en la libertad del Espíritu Santo y con respeto mutuo. Su solución fue, en ese sentido, típicamente moderna, casi podríamos decir libertaria, y sin embargo dio cabida a la recuperación de la Tradición, que es cualquier cosa menos moderna. Sabía por experiencia propia que muchos tesoros se habían descartado precipitadamente, incluso iconoclastamente, tras el último Concilio, y buscó una vía pragmática, sin grandes presiones y desde abajo, para recuperarlos. Me parece que la derogación de Summorum Pontificum por parte del Papa Francisco —en contra (como ahora sabemos) del consejo de una gran mayoría de obispos del mundo— es uno de los actos más atroces y despreciables de su pontificado y pasará a la historia eclesiástica como un hecho infame.
Si León XIV no quiere compartir esa infamia, debería al menos restaurar el modus vivendi pragmático de Benedicto XVI.