(InfoCatólica) Jean-Pierre Maugendre, director de Renaissance Catholique, entrevistó ayer a Mons. Athanasius Schneider, obispo auxiliar de Astaná (Kazajistán), en el programa Le Zoom del canal TVL (TV Libertés). Ofrecemos la transcripción y tradución de la entrevista:
Usted es obispo auxiliar de Astaná, en Kazajistán, donde ya nos ha honrado con su presencia y su amistad en este programa. Acaba de publicar en las ediciones Contretemps una obra titulada «Huyan de la herejía, una guía católica de los errores antiguos y modernos», que complementa su ya reconocida labor apologética y de defensa de la fe, en tres obras previamente traducidas al francés: Christus Vincit, el triunfo de Cristo; La misa católica y Credo, compendio de la fe católica. Entonces, esta obra sobre Huyan de la herejía, comencemos por el principio: ¿qué es una herejía?
Si una persona bautizada niega o duda obstinadamente de un dogma en sentido propio, comete un pecado de herejía y queda automáticamente sujeto a la pena de excomunión. El dogma, en sentido estricto, es objeto tanto de la fe divina como de la fe católica. Es decir, es objeto de la fe divina por estar basado en la revelación pública divina, y también es objeto de la fe católica por haber sido definido dogmáticamente de manera infalible por la Iglesia.
Entonces, ¿por qué escribir un libro sobre las herejías?
Hoy en día, la Iglesia atraviesa una crisis tal que cualquier persona intelectualmente honesta puede constatar una anarquía doctrinal, moral y litúrgica casi total. Una situación que se puede describir como un reservorio de herejías, contradicciones, incluso sofismas. Por ejemplo, cuando un miembro de la Iglesia defiende hoy una verdad de fe y su validez permanente, se le dice: «Tienes razón.» Y cuando otro miembro niega esa misma verdad o la relativiza, también se le responde: «Tú también tienes razón.» Y cuando un tercero, con lógica justa, dice: «No entiendo, ¿cómo puede la Iglesia confesar la verdad y permitir al mismo tiempo que se la niegue impunemente?», entonces también se le responde: «Tú también tienes razón.» Por tanto, reina un relativismo despiadado. El modernismo filosófico y teológico, ya condenado por el papa Pío X hace más de 100 años, ha tenido consecuencias devastadoras en la vida de la Iglesia actual. El papa Pío X caracterizó el modernismo con estas palabras: «síntesis de todas las herejías.» Esa es, pues, la definición justa del modernismo. Y actualmente vivimos una nueva y extendida situación de modernismo dentro de la Iglesia.
¿En qué consiste entonces la gravedad de la herejía?
Porque la herejía también permite que los cristianos buenos y firmes demuestren quiénes son verdaderamente los fieles de la Iglesia en medio de las herejías. Santo Tomás de Aquino dice que el hereje es aquel que desprecia la disciplina de la fe transmitida por Dios y persiste obstinadamente en su propio error. Esta obstinación en rechazar el juicio de la Iglesia sobre cuestiones de fe convierte a alguien en hereje. Dicha obstinación proviene del orgullo, por el cual uno prefiere sus propios sentimientos a los de toda la Iglesia.
Se habla de las herejías en las epístolas de San Pablo, en particular en la primera carta a los Corintios, donde dice «Oportet haereses esse» (conviene que haya herejías). ¿Cómo se debe entender esta expresión?
San Agustín dice que Dios es tan bueno que no permitiría ningún mal si no fuera lo suficientemente poderoso para sacar un bien de cada mal. Explica además que la agitación provocada por los herejes suscita preguntas sobre muchos artículos de fe, y que la necesidad de defender la fe nos obliga a examinarlos más de cerca, a comprenderlos mejor y a proclamarlos con más seriedad. La cuestión planteada por un adversario se convierte así en una oportunidad de instrucción. San Agustín dice que los malvados, los herejes, existen en la Iglesia para que los fieles se ejerciten en la paciencia o para que progresen en sabiduría.
¿Cuál es la estructura de su libro?
El libro tiene cuatro partes. La primera trata del tema El misterio de la herejía. La segunda ofrece una visión cronológica de los errores doctrinales a lo largo de los 2000 años de historia de la Iglesia. La tercera parte aborda los errores temáticos en estilo de preguntas y respuestas. Y la cuarta y última parte está dedicada al tema María como vencedora de todas las herejías, y constituye así una conclusión edificante y esperanzadora. Luego, hay un anexo con cuatro documentos: el Syllabus de errores del papa Pío IX, el Syllabus contra el modernismo del papa Pío X, el juramento antimodernista del mismo papa Pío X, y una declaración de verdades sobre los errores más extendidos de nuestro tiempo, firmada en 2019 por dos cardenales y tres obispos, entre los cuales me encontraba también yo. Al final del libro se incluye además un índice temático.
¿Ha conocido la Iglesia, a lo largo de su historia, el riesgo de verse desbordada por la herejía?
Sí, hubo una situación extraordinaria en la historia de la Iglesia en la que la mayoría del episcopado aceptó una doctrina herética o semiherética. Fue en el siglo IV, durante la crisis arriana. Esta herejía negaba la verdadera divinidad del Hijo de Dios, y por tanto, negaba la Santísima Trinidad consustancial. Es un misterio por qué Dios permitió tal situación. San Jerónimo lo caracterizó con estas palabras célebres: «El mundo entero gimió y se asombró de haberse vuelto arriano.» En esos tiempos oscuros, la pureza de la fe en el siglo IV fue preservada más bien por el sentido de la fe de los fieles, gracias al don divino del sensus fidelium. También hubo algunos obispos que preservaron y defendieron la verdadera fe, como San Atanasio, San Hilario de Poitiers, San Basilio y San Gregorio Nacianceno. Pero Dios intervino de nuevo y envió a la Iglesia en el siglo IV un papa santo y fuerte, San Dámaso, quien proclamó con toda claridad y firmeza la verdadera fe tradicional en la Santísima Trinidad. Este mismo papa reprendió a los obispos herejes y depuso a algunos de ellos.
Una segunda situación comparable de herejía generalizada se da en nuestra época, en las últimas décadas posteriores al Concilio Vaticano II. Hoy, la verdadera herejía es el relativismo doctrinal, especialmente en lo que respecta a la unicidad de Jesucristo como Salvador de toda la humanidad. Esto se manifiesta, por ejemplo, en la teoría extendida según la cual religiones no cristianas —como el judaísmo, que rechaza a Nuestro Señor, el islam y otras religiones— serían caminos hacia la salvación eterna. Debemos implorar fervorosamente a Dios que nuestro papa sea valiente, santo y enérgico, como lo fue San Dámaso en el siglo IV, para sacar hoy también a la Iglesia del relativismo religioso.
¿Puede profundizar en esta cuestión que seguramente inquieta a nuestra audiencia sobre la jerarquía eclesiástica? ¿Está ella, por naturaleza, preservada de la herejía y en qué medida?
Sí, Dios prometió a los apóstoles y a sus sucesores —el papa y los obispos— que permanecería siempre en la Iglesia y la sostendría hasta el fin del mundo. Por eso, Dios protege a la Iglesia en su conjunto del error doctrinal. Es decir, la Iglesia como tal no puede errar en la fe. Esto significa que cuando el magisterio ordinario universal —es decir, cuando todos los obispos con el papa— han enseñado lo mismo de forma continua a lo largo de los siglos, esa enseñanza es infalible. También hay circunstancias muy concretas en las que tenemos certeza absoluta de que el magisterio no está en error. Es el caso cuando un concilio general ecuménico proclama un dogma ex cathedra, de forma infalible, o incluso cuando un papa proclama un dogma ex cathedra para toda la Iglesia. En ese caso, es proclamado como una verdad revelada por Dios. Fuera de estas proclamaciones dogmáticas definitivas, los titulares individuales del magisterio —el papa o un obispo— pueden, en teoría, cometer un error en su función de enseñanza cotidiana y no definitiva. Ha habido tales casos en la historia de la Iglesia, pero, gracias a Dios, han sido muy escasos y luego corregidos por el propio magisterio.
¿Qué nos dice la historia sobre cómo han sido superadas las herejías? Porque llega un momento en que... la herejía desaparece. ¿Cómo se ha combatido? ¿Cómo se ha superado?
La herejía es como un veneno o un forúnculo purulento para el cuerpo. Si no se elimina a tiempo, causa un daño considerable a la vida del cuerpo. Los sucesores de los apóstoles y titulares del magisterio son llamados obispos, lo que significa vigilantes, supervisores. Este nombre expresa una de sus tareas más importantes: vigilar, estar atentos, prevenir o eliminar los daños del rebaño del Señor. Por eso, las herejías eran generalmente identificadas, refutadas y condenadas por asambleas solemnes de obispos —sínodos, concilios— que al mismo tiempo ofrecían una exposición positiva del contenido verdadero de la fe que la herejía había negado o deformado. Así, la condena de las herejías puede compararse, en sentido figurado, con una extirpación quirúrgica de forúnculos o con la amputación de un tumor o un miembro gangrenado. La Iglesia ha seguido siempre lo que los apóstoles hicieron y ordenaron, como escribió San Pablo a Tito, cito: «Al que cause divisiones, después de una primera y una segunda advertencia, evítalo, sabiendo que tal persona está pervertida y peca, condenado por su propio juicio.» Así lo dijo San Pablo a su discípulo Tito.
¿Existen hoy, Excelencia, herejías en la Iglesia, y si es así, cuáles son?
Creo que la herejía fundamental de nuestra época es el relativismo, en sus características hegelianas, de la filosofía de Hegel. Esto significa que no puede haber una verdad objetivamente verdadera en sí, siempre y en todo lugar. Este sistema filosófico afirma que la verdad es finalmente construida por el hombre y por el desarrollo histórico. La verdad está en constante evolución y, por tanto, puede coexistir con su contrario. La contradicción acaba convirtiéndose en una nueva síntesis. En última instancia, esta actitud mental es una rebelión contra la realidad y contra Dios, el Creador, que es la Verdad y que se reveló ya al pueblo de Israel en el Antiguo Testamento, y sobre todo y definitivamente en su Verbo encarnado, su Hijo hecho hombre, con palabras y conceptos intelectuales claros, conforme a la naturaleza racional del ser humano.
¿Cómo resistir a estas herejías?
La herejía es como un veneno anestesiante que, en pequeñas dosis, oscurece la luz sobrenatural de la fe, debilita considerablemente la fuerza moral para resistir el pecado y el vicio, aumenta el egocentrismo y el orgullo espiritual, y destruye la verdadera humildad y santidad. La mejor forma de resistir a la herejía es conocer y estudiar en profundidad la fe católica, especialmente con los antiguos y claros catecismos de la Iglesia, pero también leyendo buenos libros apologéticos modernos. Creo y exhorto a todos a pedir cada día a Dios la gracia de la fidelidad a la verdad plena de la fe católica, y de conservarla intacta hasta el final de nuestra vida.
¿Qué papel, que es la última parte de su libro, juega la Santísima Virgen María en esta lucha contra las herejías?
La lucha de la Virgen María contra Satanás, principal responsable de la difusión de los errores y herejías, ya está indicada por las palabras de Dios tras la caída de Adán y Eva: «Pondré enemistad entre ti y la mujer.» Así lo indicó Dios. Otro ejemplo: en 1602, después de que San Francisco de Sales lograra erradicar la herejía del protestantismo en la región de Chablais, tras largos y duros esfuerzos y predicaciones, escribió en el arco del coro de la iglesia de Thonon, ciudad principal de la región, estas palabras: «Alégrate, oh Virgen María, porque tú sola has destruido todas las herejías en todo el mundo.» Sí, la Bienaventurada Virgen María es guardiana de los fundamentos de toda vida cristiana, es decir, de la verdadera fe.
No podemos dejar de vincular esto con la actualidad, en particular con la elección del nuevo papa León XIV, el antiguo cardenal Prévost. Usted ha viajado mucho por el mundo, y él fue prefecto de la Congregación de los Obispos. ¿Tuvo ya la ocasión de conocer al nuevo pontífice?
No conozco personalmente al nuevo papa León XIV. Sin embargo, he leído algo sobre su vida y su obra anterior. Y a partir de ello, podemos ver que en su servicio como superior general de la orden de los Agustinos y como obispo en Perú, siempre se ha comportado como un hombre de Iglesia y nunca ha adoptado posturas extremas. Eso da esperanza de que, como papa, con la ayuda de la gracia de Dios y de Nuestra Señora del Buen Consejo —a quien venera mucho—, él fortalecerá sin ambigüedades a toda la Iglesia en la verdadera fe. Esa es nuestra esperanza. Y quizás corrija las ambigüedades en la doctrina, en la liturgia, en la disciplina de la Iglesia, y pueda así devolver la unidad a todos los obispos y a todos los fieles que verdaderamente aman y viven la fe católica. Lo que dijo una vez San Gregorio Nacianceno durante la gran confusión doctrinal de la crisis arriana se aplica, creo yo, también hoy al papa. San Gregorio dijo: «No mantenemos la paz a expensas de la palabra de la verdad, haciendo concesiones para ganar reputación de tolerancia.»







