Evangelium vitae, 30 años después no hay nada que celebrar

Evangelium vitae, 30 años después no hay nada que celebrar

Hace treinta años, el 25 de marzo, Juan Pablo II publicó su encíclica Evangelium vitae «sobre el valor y la inviolabilidad de la vida humana». Hoy no hay nada que celebrar: la moral está sujeta al compromiso y al diálogo, del «pueblo de la vida» queda poco.

Hace treinta años, el 25 de marzo, Juan Pablo II publicó su encíclica Evangelium vitae «sobre el valor y la inviolabilidad de la vida humana». El tema fue la legalización del aborto, pero la encíclica no sólo trató la bioética, sino que extendió su enseñanza a la moral, al derecho y a la política para crear un cuadro completo de una «cultura de la vida» que debería inspirar una «política para la vida». Evangelium vitae estaba estrechamente relacionada con Veritatis splendor sobre la moralidad y Fides et ratio sobre la relación entre fe y razón. En conjunto, estas tres encíclicas de Juan Pablo II constituyeron una especie de suma doctrinal y orientadora de la práctica de los católicos y de todos los hombres de buena voluntad en política. El magisterio papal brilló así por su claridad, profundidad y coherencia; no persiguió los fenómenos existenciales del momento, no dejó que otros dictaran lo que decía, no temió que las verdades que enseñaba pudieran ser divisivas. A él sólo le preocupaba decir la verdad que te hace libre.

La relación con las otras dos encíclicas es fundamental. Si no existe, como decía Veritatis Splendor, un bien moral cognoscible por la razón y enseñado por la revelación, y si no hay acciones que sean siempre malas independientemente de las intenciones y de las circunstancias, como es precisamente el caso del aborto, la voluntad de la conciencia se hace incuestionable. Si, como sostiene la Fides et ratio, la razón no fuera capaz de conocer el orden natural y finalista del ser que la fe en la revelación considera creado por un Dios providente y su Fin último, entonces la libertad sería una facultad inútil y nociva. Hoy en día no se puede recuperar la enseñanza del Evangelium vitae sin recuperar toda la tríada de estas encíclicas. Cualquier daño infligido a otros es causa de descuido de la vida.

El párrafo 20 es el corazón del Evangelium vitae. Bastaría con releer esto solo para tener ya el cuadro completo. La sociedad –se nos dice– no es una colección de individuos colocados uno al lado del otro, sino una comunidad ordenada y unificada por la búsqueda de sus fines naturales. En la sociedad vista como suma de individuos todo es convencional y negociable, en la sociedad vista como comunidad ordenada hacia sus propios fines naturales y sobrenaturales, sin embargo, los vínculos fundadores no están disponibles para los ciudadanos y los fines no se eligen sino que nos son dados por nuestra propia naturaleza. En el primer caso, la moral se considera satisfecha con el compromiso, se pierde el derecho que puede ser negado por un voto parlamentario, la democracia, «a pesar de sus reglas, recorre el camino de un totalitarismo sustancial», mientras el Estado se transforma en un tirano. Como puede verse, el panorama es orgánico: del orden natural pasamos a la moral, luego al derecho y finalmente a la política.

La enseñanza de Evangelium vitae sobre los fundamentos de una cultura de la vida no se detiene en este nivel natural, sino que profundiza en la crítica al secularismo, que supone el eclipse de Dios. No hay lugar para un humanismo sin Dios porque «cuando falta el sentido de Dios, también el sentido del hombre queda amenazado y contaminado». El proceso es circular. Al perderse el sentido del Dios verdadero y único, se oscurece también la visión de la ley moral natural, que no tiene capacidad de sostenerse por sí misma, y, a su vez, la violación sistemática de ésta, mediante la lucha contra la dignidad de su vida naciente, conduce a la pérdida del sentido de Dios. La cuestión de la vida frente a los poderosos ataques de leyes inhumanas, impulsadas por poderes mundanos bien equipados para ello, requiere un pueblo que anuncie la vida anunciando el Evangelio. Nunca será posible, pues, traicionar la verdad sobre la vida humana exponiendo ideas contrarias al Evangelio y cooperando con acciones personales y políticas.

Después de treinta años, uno se pregunta qué ha sido de este «pueblo de vida» y cuánto de las enseñanzas del Evangelium vitae conservan aún en su conciencia. En este momento el vínculo entre las tres encíclicas mencionadas arriba parece haberse aflojado. Más que hablar de una sociedad unificada por sus fines naturales, preferimos referirnos a una situación existencial de encuentro en un mismo barco que nos haría a todos hermanos. Así desaparecen los conflictos sobre la vida, sustituidos por el diálogo y el acompañamiento mutuo. En la moral, las normas absolutamente negativas son sustituidas por procesos de discernimiento que, por su propia naturaleza, excluyen la condena de conductas sin apelación. Incluso los planes jurídicos y políticos parecen no exigir ya coherencia con la ley moral natural y divina, considerando que tales actitudes son contrarias a la caridad, entendida como acogida de todo aquel que es diferente porque es diferente. En general, el panorama se ha fragmentado caso por caso y ha perdido profundidad, mientras que al drama del aborto, que no ha disminuido mientras tanto, se han añadido otros dramas relacionados con la vida. En particular, la relación entre el compromiso social y político con la vida y la evangelización parece haberse debilitado mucho.

Este trigésimo aniversario no es muy festivo.

Stefano Fontana

Publicado originalmente en la Brújula Cotidiana

1 comentario

Josep
La Iglesia sigue siendo el pueblo de la vida y para la vida.
27/03/25 8:58 PM

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