(InfoCatólica) En Evangelium Vitae, San Juan Pablo II alertó sobre una «cultura de la muerte» presente en sociedades modernas, donde avances científicos y legales, aunque prometedores, también amenazan la dignidad humana. La encíclica hace un llamado contundente a defender la vida humana desde la concepción hasta la muerte natural, condenando enérgicamente prácticas como el aborto y la eutanasia, y cuestionando la aplicación de la pena de muerte.
El documento magisterial está estructurado en cuatro capítulos, en los que se reflexiona sobre las amenazas contemporáneas a la vida, el mensaje cristiano respecto a su dignidad intrínseca, la importancia de respetar el mandamiento «No matarás», y finalmente, exhorta a construir una nueva cultura basada en la solidaridad y el respeto a toda vida humana, destacando especialmente el rol de la familia como «santuario de vida».
A lo largo de estos 30 años, la encíclica ha ejercido gran influencia en la doctrina social de la Iglesia Católica, siendo ampliamente citada en debates éticos, jurídicos y bioéticos alrededor del mundo. Ha inspirado movimientos y campañas en defensa de la vida, además de numerosas iniciativas educativas y pastorales enfocadas en promover una cultura del respeto y cuidado hacia los más vulnerables.
Si mensaje adquiere una relevancia particular en contextos actuales marcados por debates sobre técnicas de reproducción asistida, inteligencia artificial, manipulación genética y nuevas legislaciones sobre eutanasia. A pesar del paso del tiempo, esta encícli continúa invitando a una profunda reflexión ética sobre el impacto de la ciencia y la tecnología en la vida humana y exhorta a asumir una postura comprometida y consciente frente a estos desafíos contemporáneos.
Breve resumen de la encíclica:
Introducción: El Evangelio de la Vida
La encíclica comienza destacando que en el corazón del mensaje de Jesús se encuentra la vida humana como un don de Dios:
«Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10, 10). [...] Esta vida, nueva y eterna, da significado pleno a todos los aspectos y momentos de la vida humana. La Iglesia, con fidelidad, anuncia esta buena noticia a todos los hombres y mujeres.
También destaca el valor incomparable de cada ser humano:
«El hombre está llamado a una plenitud de vida que va más allá de su existencia terrena [...] iluminado por la promesa y renovado por el don de la vida divina».
La introducción advierte además sobre nuevas amenazas que atentan contra la vida humana, y establece el compromiso de la Iglesia por defender la dignidad de cada persona:
«Toda amenaza a la dignidad y a la vida del hombre repercute en el corazón mismo de la Iglesia».
Capítulo I: "La sangre de tu hermano clama a mí desde el suelo"
Este capítulo analiza el origen bíblico y la gravedad de la violencia contra la vida humana a partir del asesinato de Abel por su hermano Caín, señalando cómo esto se repite en la historia:
«Caín dijo a su hermano Abel: 'Vamos afuera'. Y cuando estaban en el campo, se lanzó Caín contra Abel y lo mató [...] Se oye la sangre de tu hermano clamar a mí desde el suelo» (Gn 4, 8-10).
Advierte sobre la mentalidad actual que considera legítimo el atentado contra la vida bajo ciertas circunstancias, particularmente mediante prácticas como el aborto, la eutanasia y otras violencias:
«Amplios sectores de la opinión pública justifican algunos atentados contra la vida en nombre de los derechos de la libertad individual [...] Opciones antes consideradas unánimemente delictivas llegan a ser socialmente respetables».
También enfatiza el «eclipse del valor de la vida», señalando cómo la cultura actual relativiza la dignidad humana en sus etapas más vulnerables:
«La vida que exigiría más acogida, amor y cuidado es tenida por inútil o considerada un peso insoportable».
Capítulo II: "He venido para que tengan vida"
Este capítulo desarrolla la idea central de que la vida es un don de Dios, destacando la dignidad absoluta e incondicional de cada ser humano:
«La sangre de Cristo, mientras revela la grandeza del amor del Padre, manifiesta qué precioso es el hombre a los ojos de Dios y qué inestimable es el valor de su vida».
Se subraya especialmente que Cristo trae una vida abundante que incluye no solo la existencia temporal, sino la comunión eterna con Dios. Esto da significado a la vida humana en todas sus dimensiones, incluido el sufrimiento y la vulnerabilidad:
«Precisamente contemplando la sangre preciosa de Cristo, el creyente aprende a reconocer la dignidad casi divina de todo hombre».
Capítulo III: "No matarás"
En este capítulo se profundiza en la obligación moral absoluta de respetar y proteger la vida humana inocente. Se reafirma de manera clara la oposición de la Iglesia a prácticas como el aborto, la eutanasia y cualquier forma de muerte provocada intencionalmente:
«El mandamiento 'no matarás' expresa una exigencia fundamental, con valor absoluto e inviolable: respeto total a la vida humana».
Este capítulo enfatiza que no existe justificación moral posible para atentar contra la vida de seres inocentes, independientemente de las circunstancias sociales o personales que puedan influir en estas decisiones:
«Reivindicar el derecho al aborto, al infanticidio, a la eutanasia, significa atribuir a la libertad humana un significado perverso e inicuo: el de un poder absoluto sobre los demás».
Se condena especialmente el hecho de que ciertos atentados contra la vida estén socialmente aceptados o incluso legalizados, siendo esto un signo preocupante de deterioro moral y social:
«Es el resultado nefasto de un relativismo [...] El Estado deja de ser la 'casa común' y se transforma en Estado tirano».
Capítulo IV: "A mí me lo hicisteis"
El último capítulo está orientado al compromiso activo que los cristianos deben asumir en defensa de la vida humana. Subraya que actuar a favor de los más débiles e indefensos es una exigencia fundamental del Evangelio:
«El Evangelio de la vida es para toda la sociedad humana: es necesario movilizar las conciencias y unificar esfuerzos en favor de la vida».
Se exhorta a los cristianos a participar activamente en iniciativas concretas de caridad, acogida, cuidado y protección hacia aquellos cuyas vidas están más amenazadas, como los niños no nacidos, ancianos, enfermos y discapacitados:
«Son muchos los esposos que, con generosa responsabilidad, saben acoger a los hijos como el don más excelente [...] No faltan familias que acogen a niños abandonados, a ancianos solos».
El capítulo concluye afirmando que la verdadera civilización, la "civilización del amor", sólo puede ser construida respetando plenamente la dignidad y el valor sagrado de la vida humana:
«Solo siguiendo este camino encontrarás justicia, desarrollo, libertad verdadera, paz y felicidad».
Conclusión
La encíclica termina con un llamado urgente a defender activamente la vida humana, enfatizando que este compromiso es esencial para la construcción de una auténtica cultura humana basada en la verdad y el amor:
«¡Respeta, defiende, ama y sirve a la vida, a toda vida humana!».