(InfoCatólica) Teuchitlán ha sido noticia recientemente, cuando la Fiscalía del Estado de Jalisco, junto con la Secretaría de Seguridad Pública, realizó un operativo en una finca ubicada en la comunidad de Oconahua. En el lugar se encontraron alrededor de 47 cráneos humanos, múltiples restos óseos, vestimenta, zapatos, maletas y otros objetos personales, que apuntaban a un posible centro de exterminio vinculado al crimen organizado. Sin embargo, el Gobierno Federal ha desestimado esta interpretación, argumentando que se trataba de un centro de entrenamiento delictivo, y que los objetos encontrados correspondían a personas que transitaban por el lugar.
Frente a esta versión oficial, que los obispos mexicanos no se creen, Javier H. Suárez expresa su preocupación y escepticismo. «¿No es que lo que vimos no es cierto?», cuestiona, aludiendo a los testimonios de madres buscadoras y a las imágenes del sitio. Para el comunicador, la presencia de un altar dedicado a la Santa Muerte en el lugar es clave para comprender lo que define como una sacralización de la violencia.
Este concepto, según Suárez, implica que el sufrimiento humano, la tortura y la muerte dejan de ser simples herramientas de intimidación o control territorial, para convertirse en ofrendas espirituales: actos rituales que buscan obtener poder, protección o éxito mediante el sacrificio humano. En ese sentido, afirma que «la devoción a la Santa Muerte es una pieza clave, fundamental para entender qué es lo que está ocurriendo en nuestro país».
El altar hallado en la finca de Teuchitlán no sería un simple elemento decorativo, sino el núcleo espiritual del sitio, según esta interpretación. «Los zapatos, la ropa… no eran cachivaches, sino testimonio de sufrimiento», señala. En su visión, los objetos personales encontrados no representaban solo a víctimas anónimas, sino a personas convertidas en mercancía desechable por los grupos criminales, cuyas vidas habrían sido ofrecidas a ese ídolo inmundo.
Decisiones políticas y rituales paganos
En su análisis, Suárez vincula esta espiritualización perversa de la violencia con decisiones simbólicas del poder político. Señala como un punto de inflexión la ceremonia celebrada el 1 de diciembre de 2018, día de la toma de posesión del presidente Andrés Manuel López Obrador, cuando éste participó en un ritual indígena en el Zócalo de la Ciudad de México. «Un acto sin precedentes en México», lo califica, en el que un presidente electo, ya con calidad de jefe de Estado, se sometió a una limpia y se consagró a fuerzas que Suárez describe como «primitivas» y «págano-esotéricas».
D. Javier también recuerda otros episodios posteriores, como un ritual en el Senado de la República en el que se ofreció la sangre de una gallina al dios Tlaloc, y la promoción de imágenes en redes sociales que vinculan al presidente López Obrador con la Santa Muerte. En una de ellas -según describe- aparece el rostro del mandatario junto a la figura esquelética y la leyenda «la Santa». Consultado sobre el tema, el presidente expresó que se trataba de una muestra de libertad religiosa, añadiendo: «Es contradictorio molestarse por eso. Es la santa, ¿no dices la Santa Muerte? ¿Cuál es el problema?».
Símbolo espiritual legítimo de México
Suárez interpreta esta afirmación como una forma de legitimación simbólica desde el poder. «Ya no estamos hablando nada más de tolerancia religiosa. Esto es la legitimación de un culto directamente vinculado con crímenes rituales y con violencia», afirma. En su opinión, se ha abierto «una carta abierta para que esta figura se posicione como un símbolo espiritual legítimo de México».
En este contexto, también alude al caso de Dionisio Álvarez, tesorero del municipio de Cuautla, Morelos. En un registo de su domicilio, las autoridades encontraron un altar con cráneos humanos, sangre derramada, muñecos, palos de madera y machetes, lo que Suárez interpreta como una manifestación del mismo fenómeno: una convergencia entre poder político y prácticas de sacrificio ritual.
Con base en estos hechos, Suárez plantea que México no atraviesa una simple crisis de valores, sino la implantación de un nuevo orden espiritual, caracterizado por la exposición pública de lo que antes era clandestino, y su validación institucional. «Lo que antes estaba oculto hoy está al descubierto», advierte.
Para cerrar su reflexión, Suárez cita al periodista y académico José Gil Olmos, reportero de Proceso y autor de varios libros sobre religión y poder. En un documental de la BBC, titulado «México, un país atacado por Satanás», Gil Olmos señala que «la única solución para México es un exorcismo colectivo». No se refiere a los criminales en sí, aclara, sino a una purificación simbólica de la estructura social entera del país.
«Que Dios y la Virgen de Guadalupe bendigan a México», concluye Suárez, tras advertir sobre el rumbo espiritual y ético que ha tomado la nación.