Víctimas del Corazón de Jesús: santidad de justicia, santidad de amor y civilización de amor

Víctimas del Corazón de Jesús: santidad de justicia, santidad de amor y civilización de amor

María de Alacoque fue escogida por el Señor para ser apóstol del Sagrado Corazón desde su infancia y poco a poco fue atrayéndola a sí por medio de llamadas. Al principio estas llamadas fueron dulces para que Margarita fuera entrando en el mismo Corazón de Jesús.

De muy joven, sin saber lo que decía, consagró su pureza con voto de castidad perpetua. Pocos años después Jesús fue probándola en su amor y permitió que la tentase el mundo con pretendientes que le presentaba su familia, pero el amor primero de Jesús le dio fuerzas y aguantó todas las presiones familiares hasta su entrada al convento.

En estos combates contra el mundo, Margarita vio lo duro y difícil que era luchar contra el mundo y lo exigente que era Jesús en sus deseos, «pero al mismo tiempo podía comprobar, en medio de las reuniones del mundo, los flechazos que Jesús me enviaba traspasándome el corazón de parte a parte y lo consumían dejándome como transida de dolor». Ello le hacía pedir perdón al Señor con el rostro a tierra y le hacía tomar una ruda y larga penitencia.

El Señor parece que le exigía a Margarita que se entregara a Él sin disfrutar de ningún placer: «¿Querrás gozar de este placer? Yo no gocé jamás de ninguno y me entregué a todo género de amarguras por tu amor y por ganar tu corazón».

Poco a poco fue manifestándole las infinitas riquezas de su Corazón y preparándola para la altísima misión a que la encomendaba. ¿Cómo la preparó? Haciendo que su vida entera fuese un tejido de tribulaciones de todas clases: persecuciones, enfermedades, humillaciones, vejaciones del demonio…. y al mismo tiempo admirables favores del Cielo: consolaciones, revelaciones, dulzuras inefables en el trato íntimo con su Esposo divino. Con las primeras purificaba su alma de todo amor propio y con éstas la adornaba para recibir las visitas de su Sagrado Corazón

Una vez preparada la futura apóstol del Sagrado Corazón, empezaron las apariciones con los encargos que de ellas se derivaban.

La santidad de justicia

El primer año de profesión ya le advertía el divino Esposo: «Un día después de comulgar se le mostró una gran cruz cubierta de flores, cuya extremidad era imposible de distinguir y le dijo: Éste es el lecho de mis castas esposas, en el que te haré sentir las delicias de mi amor; estas flores caerán poco a poco y solo quedarán las espinas que bajo ellas están escondidas; y necesitarás toda la fuerza de mi amor para sufrir su dolor». Muy pronto empezaría Margarita a abrazarse a la cruz.

La siguiente solicitud que le hace el divino Maestro es la siguiente: «¿Te gustaría padecer todas las penas que merecen tus pecados y los de todas tus hermanas?» Margarita se ofreció y las sufrió terribles y numerosas.

En la primera revelación principal, el Sagrado Corazón le hace apoyar su cabeza en su pecho y le dice «Mi divino Corazón, está tan apasionado de amor a los hombres, en particular hacia ti, que, no pudiendo contener en él las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame valiéndose de ti y se manifieste a ellos para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo, los cuales contienen las gracias santificantes y saludables necesarias para separarles del abismo de perdición. Te he elegido como un abismo de indignidad y de ignorancia, a fin de que sea todo obra mía». Le dice que ella ha de ser su apóstol para conquistar a los hombres, a pesar de su miseria y pequeñez.

Y en la tercera revelación se le presenta como un amante apasionado y le da unos encargos y le pide que esté atenta a su voz y le dirige varias peticiones: recibirlo en comunión, siempre que lo permita la obediencia, comulgar todos los primeros viernes, una Hora Santa todos los jueves por la noche, recordando a la oración del Huerto de Getsemaní, lamentando la postura que le duele es que se porten así los corazones que se me han consagrado.

«Por eso te pido que el primer viernes después de la octava del Corpus se celebre una fiesta especial para honrar a mi Corazón y que se comulgue dicho día para pedirle perdón y reparar los ultrajes por él recibidos durante el tiempo que ha permanecido expuesto en los altares. También te prometo que mi Corazón se dilatará para esparcir en abundancia las influencias de su divino amor sobre quienes le hagan ese honor y procuren que se le tribute».

Margarita es la responsable de dar a conocer al mundo lo que Dios ama a los hombres y especialmente, a los consagrados a Él, y a pesar de su pequeñez va a estar a disposición del divino Corazón para aceptar todo lo que Él quiera para lograr el amor de todos los hombres.

Así fue la vida de Margarita, una vida de entrega total al Señor sin escatimar ningún sufrimiento y, como el divino Corazón es todo Amor, fue recibiendo, al mismo tiempo, todas las caricias y consuelos que Él sabe dar.

El momento álgido de esta santidad de justicia en santa Margarita fue la víspera del día de la Presentación de 1677, cuando se sintió traspasada por el agudo cuchillo de la Justicia divina pues el divino Corazón la había elegido como víctima por las faltas de observancia que se cometían en la comunidad. Ella tuvo que anunciarlo públicamente a la comunidad y recibir de la misma insultos, desprecios y humillaciones.

En una carta de santa Margarita al padre Croiset, S. J. , le dice: «Una vez me hizo ver en su corazón adorable dos santidades la una de amor y la otra de justicia. Con esta última envolvía al pecador impenitente que había despreciado todos los medios de salvación que le había presentado. Entonces esta santidad de justicia le rechazaba del Corazón de Jesucristo, para abandonarle a sí mismo y hacerle insensible a su propia desgracia.

Por medio, pues, de esta santidad me hace sufrir, sobre todo cuando quiere abandonar a alguna alma que le está consagrada. Me obliga a soportar el peso de esta santidad de justicia de una manera tan dolorosa, que no hay suplicio en la vida que pueda compararse, y me arrojaría voluntariamente en un horno ardiendo para evitarla. Baste decir que esta santidad no puede tolerar la menor mancha en un alma que conversa con Dios y aniquilaría mil veces al pecador, si a ello no se opusiera la misericordia.

También esta santidad de justicia la padecieron otros santos con el mismo deseo que santa Margarita de modo que aligeraban a muchos pecadores de los sufrimientos que hubieran debido padecer en reparación de sus pecados y estos santos sufrían la justicia divina reparando por ellos. Un ejemplo de ello es san Luis Mª Grignion de Montfort cuyo trato con los pecadores era tan delicado y suave, a pesar de los graves pecados que pudieran tener, y les imponía penitencias muy ligeras y leves y él sufría en su carne las duras penitencias que merecían sus pecados. San Luis Mª amaba la Cruz de Cristo y era feliz sufriendo por Él.

La santidad de amor

Escribe la santa en la misma carta al padre Croiset: «La santidad de amor no es en su modo menos dolorosa, pero sus sufrimientos son para reparar, de algún modo, la ingratitud de tantos corazones que no corresponden al amor ardiente de Jesucristo en el divino Sacramento del amor. Porque hace sufrir por no poder sufrir bastante, e imprime deseos tan ardientes de amar a Dios, y de que sea amado, que no hay tormentos a que no se expusiera uno para conseguirlo. (…) Uno de mis mayores suplicios era cuando este divino Corazón se me presentaba diciéndome estas palabras: «Tengo sed, pero una sed tan ardiente de ser amado por los hombres en el Santísimo Sacramento, que esta sed me consume, y no hallo a nadie que se esfuerce en apagármela, correspondiendo de alguna manera a mi amor».

Teresita también estaba ansiosa por saciar esta sed de amor del divino Corazón y con su entrada al Carmelo quería consolar al Corazón de Jesús de todas las ofensas que se le hacían, en primer lugar, para la conversión de los pecadores y, tras su viaje a Roma, también por los sacerdotes.

En los últimos años de su vida nos explicó, en sus escritos, que el deseo de ser víctima le llevó a consagrarse al Amor, pero le dio miedo hacerlo a la justicia divina. Escribe Teresita: «En el año 1895 recibí la gracia de entender mejor que nunca cuánto desea Jesús ser amado.

Pensaba en las almas que se ofrecen como víctimas a la justicia de Dios, para desviar y atraer sobre sí mismas los castigos reservados a los culpables, juzgué esta ofrenda grande y generosa, pero estaba lejos de sentirme inclinada a hacerla». «Dios mío, exclamé desde el fondo de mi corazón, ¿sólo tu justicia aceptará almas que se inmolen como víctimas...? ¿No tendrá también necesidad de ellas tu amor misericordioso...? En todas partes es desconocido y rechazado. Los corazones a los que tú deseas prodigárselo se vuelven hacia las criaturas, mendigándoles a ellas con su miserable afecto la felicidad, en vez de arrojarse en tus brazos y aceptar tu amor infinito... «¡Oh, Dios mío!, tu amor despreciado ¿tendrá que quedarse encerrado en tu corazón? Creo que, si encontraras almas que se ofreciesen como víctimas de holocausto a tu amor, las consumirías rápidamente. Creo que te sentirías feliz si no tuvieses que reprimir las oleadas de infinita ternura que hay en ti... «Si a tu justicia, que sólo se extiende a la tierra, le gusta descargarse, ¡cuánto más deseará abrasar a las almas tu amor misericordioso, pues tu misericordia se eleva hasta el cielo...! «¡Jesús mío!, que sea yo esa víctima dichosa. ¡Consume tu holocausto con el fuego de tu divino amor...!»

«Madre mía querida, tú que me permitiste ofrecerme a Dios de esa manera, tú conoces los ríos, o, mejor los océanos de gracias que han venido a inundar mi alma... Desde aquel día feliz, me parece que el amor me penetra y me cerca, me parece que ese amor misericordioso me renueva a cada instante, purifica mi alma y no deja en ella el menor rastro de pecado. Por eso, [84vº] no puedo temer el Purgatorio... Sé que por mí misma ni siquiera merecería entrar en ese lugar de expiación, al que sólo pueden tener acceso las almas santas. Pero sé también que el fuego del amor tiene mayor fuerza santificadora que el del Purgatorio. Sé que Jesús no puede desear para nosotros sufrimientos inútiles, y que no me inspiraría estos deseos que siento si no quisiera hacerlos realidad... ¡Qué dulce es el camino del amor...! ¡Cómo deseo dedicarme con la mayor entrega a hacer siempre la voluntad de Dios...! Esto es, Madre querida, todo lo que puedo decirte de la vida de tu Teresita. Tú conoces mucho mejor por ti misma cómo es y todo lo que Jesús ha hecho por ella. Por eso, me perdonarás que haya resumido mucho la historia de su vida religiosa... ¿Cómo acabará esta «historia de una florecita blanca»..? ¿Será tal vez cortada en plena lozanía, o quizás trasplantada a otras riberas? No lo sé. Pero de lo que sí estoy segura es de que la misericordia de Dios la acompañará siempre, y de que nunca la florecita dejará de bendecir a la madre querida que la entregó a Jesús. Eternamente se alegrará de ser una de las flores de su corona... Y eternamente cantará con esa madre querida el cántico siempre nuevo del amor».

Pocos meses después, la noche del Jueves Santo de 1896, el día 2 de abril, tuvo Teresa la primera hemoptisis que se repitió el día siguiente, 3 de abril, Viernes Santo. Fueron los primeros signos de una tuberculosis que culminaría en mayo-junio de 1897 cuando dicha enfermedad invadió también su estómago y vientre, produciéndole dolores muy fuertes que ella resistió sin quejas, impidiéndole, incluso, comer. «Pocos días después, ya en Pascua de Resurrección del 1896, el Señor permitió que mi alma fuera invadida por las más espesas tinieblas y que el pensamiento del Cielo, tan dulce para mí, se convirtiera en nada más que un objeto de combate y de tormento...», hasta el momento de su muerte, en que el Señor le permitió volver a recobrar la luz y morir en un éxtasis de amor.

Si, Teresa de Lisieux murió en un éxtasis de amor, tras una larga noche oscura, Margarita lo hizo tras una vida entregada a reparar a la justicia divina hasta el último momento y abismándose, en los instantes finales, en el Corazón de Jesucristo. Las dos víctimas, por diferentes caminos, llegaron al amor unitivo más íntimo con Dios.

La civilización del amor

Aunque parezcan diferentes las actitudes de santa Margarita y santa Teresita ante esta devoción, tan solo difi eren en los momentos históricos en que se manifiestan, pues en tiempos de Margarita el jansenismo estaba tan extendido en muchos monasterios de Francia, y en especial en Paray, que el Señor puso a Margarita como pararrayos para salvar a la comunidad de sus errores, mientras que en tiempos de santa Teresita la influencia pro-jansenista había disminuido considerablemente, pero aún se podía encontrar en el convento de Lisieux. La espiritualidad de las dos santas era muy similar y ello puede observarse en las cartas, consejos y recomendaciones que las dos dan a sus novicias y hermanas de los monasterios: satisfacer la sed de amor del Corazón de Jesús y abandonarse completamente a su santísima voluntad.

Margarita y Teresita inician ya el cumplimiento de los deseos del Sagrado Corazón de obtener la reparación que Él solicita y que ellas cumplían entre sus hermanas de la comunidad, pero la reparación se debía extender por todos los devotos del Corazón de Jesús a todos los hombres del mundo entero, y siguiendo el camino marcado por Teresita, el papa Francisco, en la encíclica Dilexit nos, nos lo acaba de reafirmar:

167. Necesitamos volver a la Palabra de Dios para reconocer que la mejor respuesta al amor de su Corazón es el amor a los hermanos. La Palabra de Dios lo dice con total claridad: «Les aseguro que cada vez que lo hicieron con el más pequeño de mis hermanos, lo hicieron conmigo» (Mt 25,40). «Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la Vida, porque amamos a nuestros hermanos. El que no ama permanece en la muerte» (1 Jn 3,14). «¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?» (1 Jn 4,20).

168. El amor a los hermanos no se fabrica, no es resultado de nuestro esfuerzo natural, sino que requiere una transformación de nuestro corazón egoísta. Entonces nace de una forma espontánea la célebre súplica: «Jesús, haz nuestro corazón semejante al tuyo». Por esta misma razón, la invitación de san Pablo no era: «esfuércense por hacer obras buenas». Su invitación era más precisamente: «Tengan entre ustedes los mismos sentimientos de Cristo Jesús» (Flp 2,5).

181. Todo lo dicho nos permite comprender, a la luz de la Palabra de Dios, cuál es el sentido que debemos dar a la «reparación» que se ofrece al Corazón de Cristo, qué es lo que realmente el Señor espera que reparemos con la ayuda de su gracia. Se ha discutido mucho al respecto, pero san Juan Pablo II ha ofrecido una respuesta clara para orientarnos a los cristianos de hoy hacia un espíritu de reparación en mayor sintonía con el Evangelio. «¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve?» (1 Jn 4,20).

182. San Juan Pablo II explicó que, entregándonos junto al Corazón de Cristo, «sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, se podrá construir la tan deseada civilización del amor, el reino del Corazón de Cristo»; esto ciertamente implica que seamos capaces de «unir el amor filial hacia Dios con el amor al prójimo»; pues bien, «esta es la verdadera reparación pedida por el Corazón del Salvador».

 

Publicado originalmente en Revista Cristiandad

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