(El Debate/InfoCatólica) A lo largo de la historia de la Iglesia, solo 36 santos han sido distinguidos con el título de Doctor de la Iglesia, un reconocimiento otorgado a aquellos cuyas enseñanzas teológicas y espirituales poseen un valor imperecedero. Entre ellos, cuatro mujeres han dejado una huella indeleble, demostrando que la sabiduría y el liderazgo espiritual pueden ir de la mano con la feminidad y la obediencia a Dios.
Estas cuatro figuras destacaron por su carácter único y su capacidad para asumir roles poco comunes en sus respectivos contextos históricos. Lograron influir en decisiones eclesiales de gran relevancia y establecieron vínculos con autoridades de su tiempo, algo inusual para mujeres en sus respectivas épocas. Sin embargo, a pesar de su impacto, han sido en gran medida ignoradas en los actuales discursos feministas que buscan modelos inspiradores en la historia.
Para subsanar este olvido —esperemos que sea una omisión involuntaria y no una decisión deliberada de excluir a mujeres católicas de la narrativa feminista contemporánea—, es importante recordar a estas cuatro Doctoras de la Iglesia: Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Siena, Santa Teresa de Lisieux y Santa Hildegarda de Bingen.
Santa Teresa de Jesús (1515-1582): la mística y reformadora
También conocida como Santa Teresa de Ávila, fue una incansable reformadora de la orden carmelita. Su profunda enseñanza sobre la oración, plasmada en obras como El libro de la vida y Camino de perfección, ha dejado una marca imborrable en la espiritualidad cristiana. Fundó múltiples conventos en España y promovió la rama masculina del Carmelo Descalzo.
Además de su legado literario en poesía y cartas, que revelan su cercanía con personas de distintos estratos sociales, fue proclamada Doctora de la Iglesia en 1970 por el Papa San Pablo VI. En sus palabras, su enseñanza representa una combinación de «sabiduría celestial y humana, fortaleza y un ardiente amor a la Iglesia» (Multiformis sapientia Dei). En tiempos donde el mundo busca sentido y profundidad espiritual, su testimonio sigue siendo de gran relevancia.
Santa Catalina de Siena (1347-1380): la consejera de papas y reyes
En una de las épocas más turbulentas para la Iglesia, marcada por el exilio de los Papas en Aviñón, una joven laica dominica sin educación formal emergió como consejera de pontífices y monarcas. Santa Catalina de Siena se convirtió en una voz influyente que instó al Papa Gregorio XI a regresar a Roma y a enfrentar la corrupción dentro de la Iglesia. Su obra El Diálogo sigue siendo una referencia en la espiritualidad cristiana.
San Juan Pablo II resaltó que «su profunda vida mística no la aisló del mundo, sino que la hizo más atenta a las necesidades de la Iglesia y la sociedad» (Carta a las dominicas de clausura, 1980). Su historia demuestra que la valentía y la fidelidad a Cristo no tienen género y que la voz de una mujer puede transformar la historia.
Santa Teresa de Lisieux (1873-1897): la grandeza de la sencillez
En una sociedad que valora el éxito material y la autosuficiencia, el mensaje de Santa Teresa del Niño Jesús resuena con especial fuerza. Su «Pequeña Vía», un camino de sencillez y confianza en Dios, desafía la mentalidad tecnocrática y materialista. Su autobiografía Historia de un alma ha inspirado a millones de personas en todo el mundo.
A pesar de su corta vida, su enseñanza ha dejado una huella imborrable. Fue proclamada Doctora de la Iglesia en 1997 por San Juan Pablo II, quien destacó que su doctrina gira en torno a «la contemplación del rostro de Cristo y la confianza filial en el amor misericordioso de Dios» (Divini amoris scientia). Aunque fue monja de clausura, se convirtió en Patrona de las Misiones, mostrando que la entrega a Dios puede trascender cualquier límite físico o geográfico.
Santa Hildegarda de Bingen (1098-1179): la visionaria y científica
Santa Hildegarda de Bingen encarna la armonía entre la fe y la razón. Como médica, compositora, teóloga y visionaria, su legado abarca múltiples disciplinas. Sus escritos sobre teología, medicina, gemología y música revelan una inteligencia extraordinaria, adelantada a su tiempo y siempre puesta al servicio de Dios y la humanidad.
Como abadesa, tuvo un estatus de autoridad casi episcopal y su consejo fue solicitado por teólogos, obispos, sacerdotes y nobles, con el respaldo del Papa. Benedicto XVI la proclamó Doctora de la Iglesia en 2012, destacando que su sabiduría emanaba de «la contemplación de Dios» (Declaratio). Su mensaje sobre el respeto por la Creación y la paz interior sigue siendo una enseñanza relevante en la actualidad.
Un legado vigente
Mientras el feminismo moderno busca reivindicar el papel de la mujer en la historia, estas santas nos recuerdan que la verdadera grandeza femenina no radica en la confrontación, sino en la fidelidad a Dios y el servicio desinteresado a los demás.
Lejos de necesitar una reivindicación ideológica, sus vidas son un testimonio de fortaleza, inteligencia y amor. Encarnan lo que San Juan Pablo II denominó el «genio femenino», una grandeza que no requiere oposición al hombre ni a la Iglesia, sino que florece en la entrega a Dios y en el ejercicio de la virtud.