(Asia News/InfoCatólica) Naseem nació en una familia musulmana profundamente religiosa en una pequeña aldea en el centro de Punjab, donde la vida giraba en torno a la mezquita. Su padre, un miembro respetado de la comunidad, y sus hermanos estaban profundamente involucrados en las prácticas islámicas. «Se despertaban todos los días a las cuatro de la mañana para rezar en la mezquita, siempre en primera fila con el imán», recuerda. Durante su crecimiento estuvo sometida a fortísimas presiones para reflejar la imagen de devoción musulmana de su familia.
«También venía a vernos un mawlawi (erudito musulmán, ndr.), que nos enseñaba el Corán y otras materias. Mis hermanos y yo estudiábamos diligentemente y mi padre rezaba regularmente. Teníamos una fuerte conexión con nuestra comunidad», continúa Naseem. Sin embargo, desde niña me sentía atraída por las historias sobre Jesús y María que se relatan en el Corán. «Me conmovía la historia de Jesús, sus milagros, su compasión y la paz que sentía cada vez que oía hablar de él», cuenta.
Años después, mientras trabajaba en los campos de una aldea cristiana cercana, Naseem conoció a un joven cristiano que la escuchó: «Le dije cuánto amaba a Jesús y a María y que su historia me daba paz y consuelo», recuerda. Esta sencilla conversación fue el primer paso en el profundo camino de fe de Naseem. «También comprobé que los cristianos eran honestos y sinceros, a diferencia de algunos musulmanes que había conocido. Sostenida por esta nueva comprensión, elegí aceptar a María y me convertí al cristianismo». Hace dieciséis años se casó con un muchacho cristiano y registró el matrimonio ante el tribunal pero sin celebración religiosa; hoy es madre de siete hijos.
Temor de los sacerdotes
Desde que abrazó públicamente el cristianismo, la vida de Naseem ha estado marcada por una incesante persecución. Inmediatamente se encontró aislada, nadie quiso celebrar su matrimonio y sufrió numerosos atentados contra su vida. «Me amenazaron de muerte, pero Jesús me protegió», dice con una fe inquebrantable. Ningún sacerdote cristiano aceptó bendecir nuestra unión, por miedo a sufrir represalias:«Cuando se los pido, se niegan por miedo a las amenazas».
Naseem y su familia viven en un estado de miedo constante. Los niños sufren humillaciones y amenazas a diario en la escuela pública local. Los profesores intentan regularmente convencer a sus hijos de que renuncien al cristianismo y regresen al Islam. «Mis padres incluso intentaron secuestrar a mis hijos para obligarlos a convertirse al Islam», cuenta Naseem. «Cuando abracé a Jesús perdí todos los vínculos con mi familia, padres, hermanos y parientes –añade–. Incluso hoy, cada vez que salgo, encierro a mis hijos en casa y me tapo la cara para ocultar mi identidad».
Hambre
La mujer también enfrenta múltiples discriminaciones en el trabajo: los musulmanes locales se niegan a contratarla o no le permiten recoger verduras en los campos agrícolas. «Hemos pasado hambre, durante meses usamos la misma ropa y no teníamos zapatos». Pero para Naseem, la mayor amenaza proviene de su propia familia. Su padre, sus hermanos e incluso sus amigos la consideran una infiel cuya muerte les traería la salvación. «Todos los que me rodean me ven como un kafir (infiel, ndr.), una incrédula. Creen que si me matan conseguirán el paraíso», explica Naseem. El miedo también es una constante para sus hijos: «Cuando van a la escuela, al mercado o a jugar siempre tengo miedo».
A las condiciones de vida de Naseem se suman los desafíos económicos. De los siete hijos sólo uno contribuye a los ingresos. «Mi marido está enfermo y no puede trabajar. No tenemos recursos para que lo atiendan ni medicamentos. A veces sólo tenemos dos kilos de harina y no conseguimos alimentar a todos los niños», explica. Los ingresos que se consiguen por el trabajo en el campo casi nunca son suficientes para todos. «En esos momentos difíciles, mis hermanos y hermanas cristianos me ayudan. A veces me dan harina o 500 o 1000 mil rupias. Gracias a ellos podemos sobrevivir con dignidad».
El encuentro con la comunidad cristiana tuvo lugar en la iglesia local. «Voy a la iglesia dos veces al día, a las 4 de la mañana y a las 7 de la tarde. Dios hizo algo increíble por mí», explica. Para Naseem, la fe es lo que la salva de la persecución incesante: gracias a ella sueña con la libertad, no sólo para sí misma, sino también para sus hijos. «Quiero vivir libre del miedo y del trauma de que me maten o de ver a mis hijos asesinados. Quiero vivir en un lugar donde mis hijos puedan ir a la iglesia, seguir a Jesús libremente y asistir a la escuela sin miedo», espera Naseem.
Sin libertad religiosa
En Pakistán no hay verdadera libertad religiosa y la historia de Naseem lo demuestra claramente. «Lo que yo quisiera es que Pakistán permita la libertad religiosa para todos, que cada uno pueda elegir su religión sin miedo a ser perseguido o a sufrir restricciones», explica Naseem a AsiaNews. «Desde que abracé el cristianismo y acepté a Jesús, he enfrentado numerosos desafíos. Ninguno de nosotros debería vivir con miedo».
Éste es precisamente el objetivo de la campaña que promueve el activista de derechos humanos Joseph Janssen, quien cuestiona políticas opresivas como las de la NADRA (National Database and Registration Authority), que no acepta declaraciones de abandono del Islam. Ha presentado una petición constitucional en nombre de los conversos, para defender el derecho fundamental a elegir la propia religión.
Este esfuerzo quiere abrir el camino hacia un futuro más pacífico para muchos creyentes que, por miedo, viven su fe en secreto. Por eso, a pesar del dolor y las luchas, la fe inquebrantable de Naseem sigue siendo un faro de esperanza. «Podemos sufrir en esta vida –dice ella–. Pero sé que Jesús está con nosotros, nos protege y nos da la fuerza para seguir adelante».