Koch: «Tanto los progresistas como los tradicionalistas conciben el Vaticano II como una ruptura con la tradición»
Cardenal Kurt Koch, discurso de aceptación del doctorado honoris causa por la Universidad Católica de Valencia

El cardenal, doctor honoris causa por la UCV

Koch: «Tanto los progresistas como los tradicionalistas conciben el Vaticano II como una ruptura con la tradición»

El cardenal Kurt Koch, prefecto del Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, durante su discurso de aceptación del doctorado honoris causa otorgado por la Universidad Católica de Valencia, rechazó las posturas extremas en torno al Concilio Vaticano II tanto de progresistas como de tradicionalistas.

(UCV/InfoCatólica) La Universidad Católica de Valencia (UCV) celebró el 50 aniversario de la Facultad de Teología con una eucaristía en la Iglesia del Santísimo Cristo del Salvador y un acto académico en el que tuvo lugar la investidura como doctor «honoris causa» del cardenal Kurt Koch, prefecto del Dicasterio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos.

La lección magistral del cardenal Koch versó en torno a las dos dimensiones del Concilio Vaticano II; por un lado, la fidelidad a las fuentes o «ressourcement» y la fidelidad a las señales de los tiempos o «aggiornamento». El purpurado suizo aseguró en su intervención que «la relación entre estas dos dimensiones ha caracterizado a la Iglesia desde siempre, pero la tensión se ha agudizado de una manera nueva después del Vaticano II».

En ese sentido, Koch subrayó que, «más allá del conformismo secularista y del fundamentalismo separatista, es necesario buscar un tercer camino en la fe católica, que ya nos ha sido mostrado por el Concilio... Ni se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia en 1962, ni la apertura al mundo puede convertirse en una adaptación al espíritu del tiempo moderno».

¿Ruptura con la tradición?

«Tanto los progresistas como los tradicionalistas conciben el Vaticano II como una ruptura con la tradición, aunque de manera opuesta. La única diferencia es que para los progresistas la ruptura ocurre después del Concilio, mientras que para los tradicionalistas ocurre con el Concilio. Sin embargo, las dos posiciones extremas están tan cerca precisamente porque no interpretan el Vaticano II dentro de la tradición general de la Iglesia», sostuvo.

Frente a las posiciones defendidas por los llamados tradicionalistas –que ponen el foco únicamente en el «ressourcement», en la Tradición eclesial– el cardenal helvético hizo memoria de las palabras de Benedicto XVI sobre esta «visión errónea». Ratzinger afirmó en términos «muy claros», según recordó Koch, que «no se puede congelar la autoridad magisterial de la Iglesia en el año 1962».

«Si, por el contrario, se pone el énfasis exclusivamente en el ‘aggiornamento’, existe el peligro de que la apertura de la Iglesia al mundo, deseada y realizada por el Concilio, se convierta en una apresurada adaptación de los fundamentos de la fe al espíritu del tiempo moderno. No pocas corrientes en el periodo posconciliar se orientaron tanto hacia el mundo que no se dieron cuenta de los tentáculos del espíritu moderno o subestimaron su impacto, de modo que la llamada conversión al mundo no hizo que la levadura del Evangelio impregnara más la sociedad moderna, sino que condujo más bien a un amplio conformismo de la Iglesia con el mundo», aseveró.

En opinión del cardenal Koch, «lo que se necesita hoy, en el espíritu del Vaticano II, es la recuperación de un sano equilibrio en la relación entre la fe y la Iglesia, por un lado, y el mundo, por otro»; la Iglesia y el mundo «deben estar uno frente al otro», pero «la identidad original de la fe y de la Iglesia no debe definirse de tal manera que se separe del mundo de un modo fundamentalista». No obstante, «el contacto dialógico necesario entre la Iglesia y el mundo contemporáneo no debe hacer que la fe y la Iglesia se adapten al mundo de una manera secularista, renunciando peligrosamente a su identidad».

La verdadera reforma

La reforma, según Koch, «no puede pretender que lo que se reforma sea algo distinto de aquello que debe reformarse; de lo contrario, no se trataría de una reforma, sino de un cambio de esencia que transformaría lo que debe reformarse en algo diferente de lo que era antes», remarcó. La reforma es la «eliminación de lo inauténtico», mediante «el proceso de purificación de la Iglesia basado en sus orígenes» para que «su ‘forma nobilis’, la forma de la única Iglesia querida por Cristo, pueda volver a ser visible».

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