(InfoCatólica) En su ponencia titulada «La belleza y la misión del sacerdote», el purpurado reflexionó sobre la importancia de la belleza en la vocación sacerdotal y en la liturgia, así como su papel en la evangelización y en la santificación del pueblo de Dios.
Sarah inició su discurso expresando su alegría por compartir ese momento con los sacerdotes que acudieron a Roma en peregrinación con motivo del Año Jubilar. «Nuestro Señor tiene una gran necesidad de cada uno de nosotros, queridos padres», afirmó, subrayando la importancia de la fraternidad sacerdotal y el fortalecimiento espiritual de quienes han sido llamados a servir a la Iglesia.
El cardenal señaló que el mundo actual está marcado por la fealdad y el mal, lo que puede llevar al desánimo incluso a los sacerdotes. Sin embargo, recordó que la belleza de la vocación sacerdotal permanece intacta a pesar del cansancio o las dificultades. «¿Recordáis la belleza de vuestra primera Misa? ¿Recordáis la emoción, quizá incluso las lágrimas, que os provocó?», preguntó a los presentes.
A lo largo de su intervención, el purpurado reflexionó sobre el concepto de belleza desde una perspectiva teológica y filosófica, insistiendo en que la belleza auténtica es objetiva y participa de la verdad de Dios.
La belleza como reflejo de Dios y su verdad
El cardenal Sarah explicó que en el mundo moderno, dominado por el relativismo, muchas personas creen que la belleza es una cuestión subjetiva, reduciéndola a meros gustos o preferencias individuales. Sin embargo, rechazó esta visión y citó al filósofo inglés Roger Scruton, quien afirmaba que «la belleza no es solo un placer personal, sino que tiene un papel esencial en la formación de nuestros valores y en nuestra percepción de la realidad».
Sarah aplicó esta idea al ámbito teológico, afirmando que Jesucristo es la revelación definitiva de Dios en la historia y que su enseñanza, transmitida fielmente por la Iglesia, es objetivamente verdadera. «Para el católico, hay una acción correcta, una doctrina correcta y un culto correcto», afirmó.
El purpurado insistió en que la verdadera belleza no es meramente estética, sino que está profundamente ligada a la verdad y a la bondad. «Dios solo es belleza, y su Hijo encarnado, Jesucristo, es el hombre más bello que ha existido, incluso—¡especialmente!—cuando colgaba en la fealdad de la Cruz», afirmó. Explicó que la belleza de Cristo no radica en su apariencia física, sino en su integridad, su santidad y su entrega total a la voluntad del Padre.
La vocación sacerdotal como participación en la belleza de Cristo
Dirigiéndose a los sacerdotes presentes, el cardenal Sarah subrayó que su vocación es hermosa cuando se configura con Cristo en su sacrificio por la salvación del mundo. «Estamos llamados no solo a ser alter Christus, sino ipse Christus, es decir, Cristo mismo, entrando en su donación total», afirmó.
Explicó que un sacerdote puede convertirse en un mero funcionario si se limita a cumplir su labor de manera mecánica, sin una verdadera entrega a Cristo. «Si en cada respiración nos esforzamos por ser ipse Christus, aunque esas respiraciones sean dolorosas por las cruces que debemos cargar, nuestra cooperación con su gracia nos configurará más estrechamente con el Cristo bello», dijo.
Sarah reconoció que los sacerdotes son conscientes de sus limitaciones y pecados, pero insistió en que la gracia de Dios les permite reflejar la belleza de Cristo en sus vidas y ministerio. «Por la gracia de Dios es posible: la belleza del rostro de Cristo, la revelación definitiva de Dios en la historia humana, puede brillar en mí y a través de mí, pero solo si coopero con esa gracia hoy y renuevo mi resolución de hacerlo cada día que me sea concedido en esta tierra», afirmó.
La liturgia como centro de la renovación de la Iglesia
El cardenal Sarah dedicó una parte significativa de su conferencia a la importancia de la liturgia en la vida de la Iglesia y del sacerdote. Citando al entonces cardenal Joseph Ratzinger, afirmó que «la Iglesia se mantiene o cae con la liturgia», subrayando que la adoración de la Santísima Trinidad es el fundamento de la fe y el centro de cualquier renovación eclesial.
Explicó que la arquitectura de las iglesias juega un papel clave en la percepción de lo sagrado. Describió la impresión que causan los grandes templos de la Cristiandad, como San Pedro en Roma o la catedral de Chartres, y explicó que la belleza de una iglesia no depende de su tamaño o riqueza, sino de su integridad. «Un pequeño oratorio en un pueblo africano puede tener la misma integridad y belleza que una basílica romana, siempre que sea verdaderamente un espacio consagrado al culto divino», aseguró.
Sarah también criticó la introducción de elementos ajenos a la tradición en la liturgia, denunciando la tentación de convertir la Misa en un espectáculo o en una reunión social. «Los ritos litúrgicos que celebramos deben ser exactamente lo que están llamados a ser, y nada más», advirtió.
El ars celebrandi y la música sagrada
El cardenal hizo un llamado a los sacerdotes a recuperar la dignidad del culto divino mediante una celebración litúrgica reverente. Citando la exhortación Sacramentum Caritatis de Benedicto XVI, recordó que «todo lo relacionado con la Eucaristía debe estar marcado por la belleza».
En este contexto, insistió en la importancia de la música sagrada, lamentando que en muchas parroquias se tolere música inadecuada para la liturgia. «No podemos conformarnos con menos de lo mejor cuando se trata de la adoración de Dios», afirmó.
Conclusión: recuperar la centralidad de Dios
Para concluir su intervención, el cardenal Sarah citó un texto de Benedicto XVI en el que el papa emérito advertía sobre el peligro de olvidar la primacía de Dios en la liturgia y en la vida de la Iglesia. Explicó que la crisis actual de la Iglesia tiene su raíz en la pérdida del sentido de lo sagrado y en la falta de una verdadera adoración a Dios.
«Si Dios ya no es importante, los criterios para establecer qué es importante quedan desplazados», advirtió. Insistió en que el verdadero camino para la renovación de la Iglesia no pasa por reformas estructurales o cambios superficiales, sino por la recuperación de la centralidad de Dios en la liturgia y en la vida cristiana.
Sarah concluyó su discurso animando a los sacerdotes a perseverar en su vocación con fidelidad y valentía. «La tarea de renovar la Iglesia recae ahora sobre nuestros hombros», afirmó. «Que el Señor nos conceda la gracia de ser sacerdotes santos, fieles y llenos de celo por su gloria».