(LifeNews/InfoCatólica) A principios de la década de 1990, una mujer anciana gravemente enferma organizó lo que se denominó una «fiesta de suicidio» en su apartamento. La reunión, que buscaba despedirse de sus amigos más cercanos antes de terminar con su vida, terminó en una intervención de sus seres queridos, logrando que desistiera temporalmente de su decisión. Sin embargo, un año después, influenciada por la literatura pro-suicidio de la organización Hemlock Society, la mujer lamentablemente puso fin a su vida.
Hoy en día, lo que antes era impensable se está normalizando. Las fiestas y ceremonias de suicidio, promovidas por el movimiento de asistencia al suicidio, son cada vez más frecuentes y reportadas en los medios de comunicación. Un caso reciente, difundido por la publicación Reasons to Be Cheerful, relata la historia de una enfermera que, aquejada por esclerosis lateral amiotrófica (ELA), organizó su propia ceremonia de fin de vida en su hogar. En dicha ceremonia, estuvo acompañada por sus seres queridos y una mal llamada doula o «mujer especializada en acompañamiento al final de la vida».
Tras el evento, amigos cercanos de la mujer expresaron sentimientos encontrados. Por un lado, lamentaron su pérdida, pero por otro mostraron satisfacción de que su sufrimiento hubiera terminado de acuerdo con sus deseos. Estas actitudes reflejan un cambio cultural significativo, donde incluso prácticas como los llamados «death cafés», espacios diseñados para dialogar sobre la muerte, se han popularizado en la sociedad.
No obstante, la normalización de estas ceremonias plantea serias preocupaciones éticas y espirituales. Los expertos advierten de que asistir o dar por buenas estas decisiones puede privar a quien expresa ese deseo de suicidarse de recibir intervención adecuada que le permita cambiar de opinión y encontrar un sentido renovado a su vida.
En este contexto, desde una perspectiva de fe, se enfatiza la importancia de acompañar a las personas que sufren con amor y esperanza. Negarse a asistir a estas ceremonias, aunque sea una decisión difícil, puede ser una expresión genuina de amor que impulse al ser querido a continuar viviendo y buscar apoyo en medio de su dolor.
La sociedad se enfrenta al reto de contrarrestar esta alarmante tendencia, promoviendo una visión de la dignidad humana que valore la vida en todas sus etapas y circunstancias, especialmente en las más vulnerables.