Se va a cumplir un año del fin de las instituciones armenias en Nagorno-Karabaj después de la caída de Stepanakert y el fin de la guerra híbrida emprendida por Arzerbaiyán contra los armenios del territorio. Doce meses después, la presencia armenia allí ha desaparecido casi por completo. Hay más de 100 000 desplazados en la República de Armenia que, de hecho, están tratando de rehacer sus vidas. Desde este punto de vista, ha de admitirse que la operación militar contra los armenios fue un éxito. Se ha acabado con la presencia armenia. Ahora se están borrando las huellas de más de 2 400 años de vida armenia en Nagorno-Karabaj. El proceso de reescritura de la historia y de reconstrucción de la memoria ya está en marcha.
El destino de los armenios de Nagorno-Karabaj marca el camino a otros que quieran hacer lo mismo. Cualquier Estado sabe ahora que, si dispone de recursos estratégicos -petróleo, gas- y de aliados poderosos, puede expulsar a una población de su territorio histórico sin que la comunidad internacional reaccione. En este sentido, la pasividad de la Unión Europea, que no pierde ocasión de agitar la bandera de los derechos humanos, resulta de una estremecedora elocuencia: ya se sabe qué cabe esperar de Bruselas cuando está en juego el suministro de gas.
La superioridad militar azerbaiyana fue un hecho, aunque es de justicia señalar que la supremacía fue tecnológica -por ejemplo el uso de drones importados de Turquía e Israel- pero no humana. Los armenios de Nagorno-Karabaj pelearon con valor en una lucha desigual y sufrieron un desgaste incesante desde el año 2020. Al ataque de septiembre de aquel año le siguieron más de dos años de violencia y bloqueo que privaron al territorio de electricidad, alimentos y medicamentos. Cuando el ejército azerbaiyano reemprendió las hostilidades militares en septiembre de 2023, los armenios estaban ya muy debilitados. Si hubo dignidad y coraje en esos años, no estuvieron del lado azerbaiyano, que golpeaba a una población asfixiada.
Como consecuencia de la caída de Nagorno-Karabaj, Azerbaiyán ha continuado su política de amenaza militar contra la República de Armenia. Aprovechando la necesidad energética de la Unión Europea y la distracción que supone la guerra en Ucrania, Bakú ha aumentado la presión sobre Ereván. Para alcanzar un acuerdo de paz, que habría de poner fin a un conflicto que se prolonga desde hace más de treinta años, exige cesiones territoriales -las poblaciones de Tigranashen, Sofulu, Barkhudarlu, y Verin Voskepar- así como el regreso de los azerbaiyanos al territorio armenio que Bakú denomina «Azerbaiyán Occidental» y el establecimiento de un corredor a través del territorio armenio que conecte el enclave azerbaiyano de Nakichevan con el resto de Azerbaiyán. Exige también, entre otras cosas más, cambios constitucionales y legislativos en el Derecho armenio, restricciones en el desarrollo de las fuerzas armadas armenias y la disolución del grupo de Minsk auspiciado por la OSCE.
La República de Armenia tiene varias cosas en contra. Necesita tiempo para fortalecer su ejército. Necesita paz para desarrollar su economía. Necesita unidad para hacer frente a un vecino hostil. Bakú sabe que la imposición de medidas y decisiones humillantes debilita a Ereván. El destino de los prisioneros de guerra armenios cautivos en Azerbaiyán es una de las formas que Bakú tiene de presionar a Ereván.
Sin embargo, el gobierno armenio también está tomando decisiones. Ha establecido sendas asociaciones estratégicas con la India y con Francia que implican tanto el suministro de material militar como el entrenamiento de tropas y la intervención de consejeros militares. Por otra parte, la República Islámica de Irán ha advertido que no permitirá cambios en las fronteras, lo que implica una oposición al establecimiento del corredor que Azerbaiyán exige. Por fin, la intervención de la Misión Europea en Armenia, que patrulla la frontera con Azerbaiyán ha dificultado algo las incursiones azerbaiyanas en el territorio armenio.
Así, hay no hay paz ni hay guerra entre Armenia y Azerbaiyán, que ha logrado expulsar impunemente a 120 000 armenios de Nagorno-Karabaj y erradicar de allí una vida armenia de más de veinte siglos. Esto sienta un terrible precedente para el futuro.
Publicado originalmente en El Imparcial