(InfoCatólica) Hace ya dos años de su muerte, el 31 de diciembre de 2022 y más de once desde su dimisión, el magistererio de Benedicto XVI magisterio sigue iluminando a los fieles y le ayuda en su búsqueda de la Verdad, que al final resumía con su postrer jaculatoria: «Signore, ti amo!»
Los cristianos como colaboradores de la verdad
El destacado teólogo alemán Joseph Ratzinger fue consagrado Obispo de Múnich en 1977. Desde entonces su lema episcopal fue «Colaborador de la verdad». Preguntado por el periodista Peter Seewald sobre el origen de ese lema, el entonces Papa Emérito Benedicto XVI respondió lo siguiente, confirmando que el tema de la verdad está en el centro de la actual crisis de la Iglesia Católica:
«Obedece a lo siguiente: hace tiempo que la verdad ha sido dejada en parte a un lado, porque se antoja demasiado grande. La afirmación: ‘¡Tenemos la verdad!’, es algo que en realidad nadie se atreve a decir, de suerte que también nosotros en la teología hemos renunciado en gran medida al concepto de verdad. Pero en aquellos años de lucha, en la década de 1970, cobré clara conciencia de lo siguiente: si nos olvidamos de la verdad, ¿para qué hacemos todo esto? Así pues, la verdad tiene que entrar en juego.
Es cierto que no podemos decir: ‘Tengo la verdad’. Pero la verdad nos tiene a nosotros, nos ha tocado, nos ha rozado. Y tratamos de dejarnos llevar por este contacto. Me acordé de la frase de la Tercera Carta de Juan [versículo 8] que afirma que somos ‘colaboradores de la verdad’. Con la verdad se puede colaborar porque es persona. Es posible comprometerse con ella, intentar hacerla valer. Eso me pareció, por último, la verdadera definición del oficio del teólogo, por cuanto éste, a quien la verdad ha rozado y se le ha presentado, está ahora dispuesto a ponerse a su servicio, a trabajar en ella y para ella junto con otros.» (Benedicto XVI, Últimas conversaciones con Peter Seewald, 2016, cap. 15).
El mismo Peter Seewald, presentando el pensamiento de Benedicto XVI sobre el diagnóstico de la actual crisis eclesial y la terapia correspondiente, escribió:
«Mientras que los teólogos celebrados como progresistas se acomodan a ideas en el fondo bastante pequeñoburguesas y en su mayoría no sirven más que a la corriente dominante, Ratzinger nunca deja de resultar incómodo: como catedrático, como arzobispo de Múnich, como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe en Roma –responsabilidad desde la que durante un cuarto de siglo cubrió las espaldas a Juan Pablo II, lo que le acarreó numerosos reproches–. ‘El verdadero problema de nuestro momento histórico’, nos advierte, ‘radica en que Dios está desapareciendo del horizonte de las personas’. ‘La extinción de la luz procedente de Dios’ hace que sobre la humanidad se abata una desorientación ‘cuyos destructivos efectos nos resultan cada día más patentes’.
No excluye a la Iglesia de la crítica. Ya en 1958 habló de ‘desmundanización’... En su opinión, ésta resulta indispensable para que la fe pueda volver a desplegar sus principios activos. Es necesario seguir resistiéndose, no adaptarse, para mostrar de nuevo sin sandeces que el cristianismo lleva asociada una visión del mundo que trasciende con mucho lo que afirma una actitud puramente mundana y materialista e incluye la revelación de la vida eterna. Es ingenuo creer que basta cambiar de traje y hablar como hablan todos para que de súbito todo se arregle. Al contrario, urge encontrar el camino de regreso a la predicación auténtica y a una liturgia que haga resplandecer de nuevo el misterio de la celebración de la eucaristía. (…)
El nuevo papa [Benedicto XVI] deja claro que los verdaderos problemas de la Iglesia no radican en la disminución del número de miembros, sino en la pérdida de la fe. La crisis se origina en la difuminación de la conciencia cristiana, en la tibieza en la oración y las celebraciones litúrgicas, en el descuido de la misión. Para él, la verdadera reforma es una cuestión de resurgimiento interior, de corazones enardecidos. La prioridad suprema corresponde al anuncio de lo que, sobre la base de conocimientos ciertos, puede saberse y creerse sobre Cristo. Se trata de ‘conservar la palabra de Dios en su grandeza y pureza frente a todo intento de acomodación y dilución’.»(Peter Seewald, Prólogo, en:Benedicto XVI, Últimas conversaciones con Peter Seewald, 2016).
El cristianismo como la religión del Logos
En su última conferencia como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, pronunciada en el monasterio benedictino de Subiaco el 01/04/2005, un día antes de la muerte del Papa San Juan Pablo II, el Cardenal Ratzinger, después de una crítica a fondo de la Ilustración racionalista, dijo lo siguiente:
«El cristianismo, desde el principio, se ha comprendido a sí mismo como la religión del Logos, como la religión según la razón. No ha encontrado sus precursores entre las otras religiones, sino en esa ilustración filosófica que ha limpiado el camino de las tradiciones para salir en búsqueda de la verdad y del bien, del único Dios que está más allá de todos los dioses. En cuanto religión de los perseguidos, en cuanto religión universal, más allá de los diversos Estados y pueblos, ha negado al Estado el derecho de considerar la religión como una parte del ordenamiento estatal, postulando así la libertad de la fe. Siempre ha definido a los hombres, a todos los hombres sin distinción, como criaturas de Dios e imagen de Dios, proclamando en términos de principio, aunque en los límites imprescindibles de los ordenamientos sociales, la misma dignidad. En este sentido, la Ilustración es de origen cristiano y no es casualidad el que haya nacido única y exclusivamente en el ámbito de la fe cristiana (…) A pesar de que la filosofía, en cuanto búsqueda de racionalidad –también de nuestra fe–, haya sido siempre una prerrogativa del cristianismo se había domesticado demasiado la voz de la razón. Ha sido y es mérito de la Ilustración el haber replanteado estos valores originales del cristianismo y el haber devuelto a la razón su propia voz. El Concilio Vaticano II, en la constitución sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo, ha subrayado nuevamente esta profunda correspondencia entre cristianismo e Ilustración, buscando llegar a una verdadera conciliación entre la Iglesia y la modernidad, que es el gran patrimonio que ambas partes deben tutelar. Ahora bien, es necesario que ambas partes reflexionen sobre sí mismas y estén dispuestas a corregirse. El cristianismo debe acordarse siempre de que es la religión del Logos. Es fe en el Creator Spiritus, en el Espíritu creador, del que procede todo lo que existe. Ésta debería ser precisamente hoy su fuerza filosófica, pues el problema estriba en si el mundo proviene de lo irracional –y la razón no es más que un subproducto, quizás incluso dañino, de su desarrollo– o si el mundo proviene de la razón –y ésta es consiguientemente su criterio y su meta–. La fe cristiana se inclina por esta segunda tesis, teniendo así, desde el punto de vista puramente filosófico, realmente buenas cartas por jugar, a pesar de que muchos hoy sólo consideran la primera tesis como la moderna y racional por antonomasia. Sin embargo, una razón surgida de lo irracional, y que es, en último término, ella misma irracional, no constituye una solución para nuestros problemas. Solamente la razón creadora, y que se ha manifestado en el Dios crucificado como amor, puede verdaderamente mostrarnos el camino. (…) Los cristianos debemos estar muy atentos para mantenernos fieles a esta línea de fondo: vivir una fe que proviene del Logos, de la razón creadora, y que, por tanto, está también abierta a todo lo que es verdaderamente racional.»