El Cántico del hermano sol -como lo llamaba el santo de Asís- es un canto de alabanza al Creador que se deja descubrir a través de su propia creación. Así lo dice el papa: «san Francisco, fiel a la escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su bondad» (Laudato si’, 12). Él tenía conciencia de que cada criatura refleja algo de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos; como tenía también la seguridad de que Cristo ha asumido en sí este mundo material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de cada ser, rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz (Laudato si’, 221); esa «luz que nos llega resucitada y resucitadora», esa luz que es Cristo mismo resucitado, por quien «el rostro de las cosas se alegra en [Su] presencia»[1].
En medio del sufrimiento
Cuando san Francisco compuso el cántico de las criaturas, vivía en aquel momento en un sufrimiento tan grande que pensó que no podría soportarlo: llevaba en su cuerpo las llagas de Cristo, y no de manera simbólica, sino que le afligían, a menudo le sangraban y las de los pies le impedían caminar. De hecho, no dejaba que le fuera mitigado el dolor durante los días de la semana en que se rememora la pasión del Señor.
También en aquel tiempo, por un mal antiguo contraído en su viaje a tierra Santa y agravado por causa del continuo llanto, había padecía una gravísima enfermedad de la vista que le hacía sufrir en los ojos dolores tales que no podía soportar luz alguna, viviendo prácticamente a oscuras. Unos dolores que, para mayor mortificación, le impedían prácticamente el descanso, lo que agravaba también sus demás enfermedades[2].
Y para mayor aflicción, toda la comunidad fue asaltada por una plaga de ratones que los molestaban a todas horas ya fuera durmiendo, rezando o comiendo… y que pronto se les reveló como una tentación diabólica[3].
Entonces, viéndose superado por tanta dificultad, San Francisco rogó al Señor le diera fuerzas, mas en respuesta a su ruego, Dios no lo libró del sufrimiento, sino que le dio un sentido y una esperanza mediante una voz que le dijo: «regocíjate y alégrate en medio de tus enfermedades y tribulaciones, pues por lo demás has de sentirte tan en paz como si estuvieras ya en mi reino»[4].
Queriendo pues agradecer al Creador semejante promesa, en vez de regodearse en sus sufrimientos... en una noche oscura, con ansias en amores inflamado, estando ya la casa sosegada[5], reunió a los hermanos y compuso el magnífico Cántico del hermano sol, cantando al bondadoso Creador y buen Señor de todas las cosas.
A las criaturas
Aquel himno brotó de una manera coherente en él, porque durante toda su vida, san Francisco había manifestado un amor grandísimo por toda creatura, animada e inanimada. Les hablaba, les exhortaba a amar y bendecir al Creador y se hacía obedecer de todas ellas de un modo admirable. En sus exhortaciones y diálogos con ellas no hacía más que repetir a su modo aquella alabanza de los tres jóvenes de Babilonia (Dn 13): «Criaturas todas del Señor, bendecid al Señor, ensalzadlo con himnos por los siglos;».
En su vida había predicado a las aves, hablado con los peces, saludado a los lirios, consolado a la liebre, pacificado al lobo, rezado con la cigarra, respetado el fuego… llamando a todas las criaturas sus hermanas. No en vano, decía san Buenaventura que, por la reconciliación universal con todas ellas, de algún modo san Francisco retornaba al estado de inocencia primitiva[6], contribuyendo igualmente a sanar la ruptura de la armonía entre el Creador, la humanidad y lo creado; esa ruptura que no es otra que el pecado (Laudato si’, 66).
El poverello amaba a la naturaleza toda; pero siempre se dirigía con particular amor a todo lo que en la tierra hay de más claro y hermoso: a la luz y al fuego, al agua limpia y que corre, a las flores y a los pájaros. Y son de hecho los seres inanimados los que se mencionan específicamente en el cántico.
Su contemplación de la naturaleza tenía mucho de simbólica: amaba el agua porque era el instrumento del bautismo; pisaba las piedras con cautela, porque recordaba simbólicamente Quien es la piedra angular; no permitía que un árbol fuera talado en su totalidad por amor del que quiso salvarnos en el árbol de la cruz; mandaba que no se cultivara todo el huerto, sino se dejara un rincón para plantas frondosas que produjeran flores por amor de quien se llama flor del campo y lirio de los valles...[7]
Sin embargo, a este simbolismo se juntaba en él un amor puro y directo a la naturaleza. Toda criatura era para él, absoluta y directamente, una viva palabra de Dios, pues según sus propias palabras toda criatura pregona y clama: «¡Dios me ha hecho por ti, oh hombre!».[8]
En las criaturas
Tomás de Celano escribió que «así como en otro tiempo los tres jóvenes en la hoguera invitaban a todos los elementos a loar y glorificar al Creador del universo, así este hombre, lleno del espíritu de Dios, no cesaba de glorificar, alabar y bendecir en todos los elementos y criaturas al Creador y Gobernador de todas las cosas»[9].
La idea es de algún modo chocante, ya que en primer lugar ofrece algún paralelismo: uno en el contexto, esto es, en medio del sufrimiento, y otro en el modo en que surge la alabanza, esto es, de un espíritu inflamado en ansias divinas. No obstante, a continuación señala una diferencia substancial: el primer cántico se dirige «a» todas las criaturas invitándolas a loar y glorificar a su creador; sin embargo, en su cántico san Francisco se dirige siempre a Dios -bon Signore- al que glorifica, alaba y bendice «en» las criaturas. Y ésta es de algún modo su originalidad más profunda.
El poverello de Asís no mira a las criaturas solamente como lo que son, sino que él intuye en todas ellas la obra de Dios, a través de ellas descubre y nos hace descubrir a Dios mismo, porque él admira por lo bello que hay en ellas a quien es la Belleza, por lo amable que hay en ellas a quien es el Amor... porque como dice la Sagrada Escritura «a través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce por analogía al autor» (Sb 13,5)
Y es que en san Francisco de Asís no hay un ápice de panteísmo, él no confunde a Dios con la naturaleza, no confunde al Creador con la creatura; por el contrario, su actitud ante la naturaleza es pura y simplemente la del primer artículo del Credo: san Francisco cree en Dios Padre que es al mismo tiempo Creador[10].
Él admira la hermosura,
la soberana esplendidez grandiosa
que augusta ostenta sobre sí Natura;
pero ella es criatura,
no puede ser su diosa;
y aunque cante postrado de rodillas,
delante de sus grandes maravillas,
que son del mundo hechizo,
él sólo adora en ella
la mano soberana que la hizo[11].
En su preciosa muerte
San Francisco compuso el Cántico en el invierno de 1225, apenas un año y medio antes de su muerte, y en este tiempo hizo del Cántico un elemento esencial en la predicación de los hermanos menores y a todos ordenaba que ahí donde fueran, reunida la concurrencia, cantaran el Cántico del hermano sol, como juglares de Dios. Así lo hicieron cuando reconciliaron al obispo con el principal de Asís, que se odiaban y acabaron llorando abrazados cuando escucharon la estrofa que había añadido intencionadamente san Francisco en alabanza al Señor «por los que perdonan por tu amor».
A menudo él mismo empezaba a cantar las alabanzas del Señor a través de las creaturas, y luego hacía que las cantaran sus compañeros, para que, considerando la alabanza del Señor, se olvidaran de la acerbidad de sus dolores y enfermedades[12].
Sintiéndose ya muy enfermo, de vuelta a Asís para morir, un médico íntimo suyo le comunicó que no duraría más allá de primeros de octubre, es decir, un mes apenas. En cuanto conoció la noticia «extendió con toda devoción y reverencia sus manos al Señor y dijo con íntima alegría de alma y cuerpo: «Bienvenida sea mi hermana muerte» e inmediatamente compuso la estrofa en la que loa al buen Dios por ella.[13]
Cerca ya de su agonía, «conociendo que la muerte estaba muy cercana, llamó a dos hermanos e hijos suyos preferidos y les mandó que, espiritualmente gozosos, cantaran en alta voz las alabanzas del Señor por la muerte que se avecinaba»[14], e incesantemente salían de sus labios los últimos versos del cántico: «Loado seas, mi Señor, por nuestra hermana la muerte corporal»[15].
Y poco más tarde, después de bendecir a los hermanos presentes y ausentes, desnudo sobre el desnudo suelo, vuelto el rostro al cielo, cantando con fuerza extraordinaria el Salmo 141 entró en la eternidad: «A voz en grito clamo al Señor... mientras me va faltando el aliento… ¡Tú eres mi refugio! ... ¡saca mi vida de la cárcel y daré gracias a tu nombre!»
Hoy, a los 800 años de la composición de aquel cántico que ha recorrido generaciones y fronteras por la voz de los hermanos menores, sintamos también la invitación de aquel himno que, según el mandato de san Francisco, reclamaba como pago de los oyentes que se convirtieran y fueran buenos cristianos.
Laudato si’, mi’ Signore.
[1] Cf. Espinosa, Juan Antonio. Alegre la mañana que nos habla de Ti
[2] Cf. Leyenda de Perusa 83
[3] Cf. Espejo de Perfección 100
[4] ídem
[5] de la Noche Oscura del alma de San Juan de la Cruz. El biógrafo Jörgensen es quien sugiere una “noche oscura” espiritual en San Francisco.
[6] Cf. San Buenaventura. Leyenda Mayor Cap. VIII, 1
[7] Cf. Jörgensen, Johannes. San Francisco de Asís. Su vida y su obra. Capítulo VI. Editorial Difusión. Buenos Aires 1945
[8] Cf. Jörgensen. Óp. Cit.
[9] Tomás de Celano. Vida primera de San Francisco de Asís 80
[10] Cf. Jörgensen. Óp. Cit.
[11] Adaptación de la poesía Regreso de José Mª Gabriel y Galán en su libro Castellanas.
[12] Espejo de Perfección 119
[13] Cf. Jörgensen. Óp. Cit.
[14] Celano, Tomás de. Vida primera... Cap. VIII, 109
[15] Cf. Jörgensen. Óp. Cit.