(Bruno Moreno/InfoCatólica) D. Pío Moa, autor de unos cuarenta libros de historia y enemigo declarado de la historia ideologizada predominante hoy en día, ha tenido la amabilidad de responder a nuestras preguntas sobre la situación cultural y sociopolítica actual en España. A pesar de no ser creyente, también nos habla, con la sinceridad y la apertura a la verdad que le caracterizan, acerca de la cuestión de la existencia de Dios y otros temas relacionados.
Hace más o menos un año que está usted muy activo en X (Twitter). ¿Cree que los medios sociales han sido en conjunto beneficiosos para la sociedad o se trata más bien de un mal necesario?
Creo que, como todas las invenciones, pueden utilizarse bien o mal. La cantidad de basura de las redes sociales es enorme, pero no más que en el periodismo profesional. De momento están denunciando y limitando las fechorías del gobierno.
Hoy mismo ha afirmado, en Twitter precisamente, que “el mayor error de Franco fue probablemente no distinguir adecuadamente entre Dios y el César”. ¿Qué quiere decir con eso?
Franco concedió demasiados privilegios políticos a la Iglesia y declaró a su régimen católico. Pero quien podía decidir sobre ese asunto no era el franquismo, sino el Vaticano, y en su Concilio II decidió acabar con tal situación, aunque la aceptara hasta entonces. No solo se separó claramente del franquismo, sino que el sector dominante de la Iglesia le mostró hostilidad. Las cuestiones políticas tienen su propia lógica, y subordinarlas directamente al dogma religioso es peligroso.
También ha dicho, en su blog, que el estado tiende a «expandirse tiránicamente». El estado actual, sin duda, es infinitamente mayor que el de hace cincuenta o cien años. ¿Ha crecido paralelamente el peligro de que use su poder de forma tiránica?
No creo que se trate de un peligro, sino de una realidad evidente, que ya empezó con el ataque a «Montesquieu» de Felipe González y ha empeorado extraordinariamente con leyes abiertamente tiránicas, totalitarias, como las de memoria, las de género y lgtbi, las de odio...
Usted opina que la lucha cultural (las guerras culturales, como dicen los useños con su gusto por lo dramático) es el núcleo de la batalla política. Según esa jerarquía, ¿para transformar un país es preferible empezar «desde abajo» que «desde arriba»?
Todos los retrocesos de la unidad nacional y de la democracia tienen su asiento en la renuncia de la derecha a la lucha cultural, primero, y el paso siguiente adoptando el discurso socialista-separatista en 2002, al condenar el franquismo. Del franquismo derivó la transición a la democracia, este es un hecho indiscutible, y solo pudo derivar de él, puesto que la oposición antifranquista era radicalmente antidemocrática. Lo he explicado a menudo, últimamente en el libro El PSOE en la historia de España. La lucha política contra esas derivas es imprescindible, pero si no enraíza en un fondo histórico-ideológico o cultural, no llegará muy lejos. Hay que dar las dos batallas a la vez, la política y la cultural.
Estos últimos años, ha añadido a su copiosa obra sobre la Guerra Civil española y las épocas posteriores algunos títulos referentes a la Reconquista (La Reconquista y España) y la época de esplendor de nuestro país (Hegemonía española y comienzo de la Era Europea). ¿Son menos polémicos o puede decirse que, hoy en día, la historia siempre es polémica?
Son libros polémicos porque van directamente contra los prejuicios y distorsiones tan habituales en nuestra historiografía. El libro sobre la hegemonía española se completa con La II Guerra Mundial y el fin de la Era Europea. Me parece esencial y necesitado de desarrollo el concepto de Era Europea para los cuatro siglos y medio que transcurren entre los cruces sucesivos del Atlántico y el Pacífico por barcos españoles, y el choque catastrófico en la segunda guerra mundial, de las tres ideologías más importantes con raíces en la Ilustración. Pero estos trabajos no generan debate porque la conducta habitual hacia mis libros, no solo en la izquierda, también en la derecha, es la «cancelación»: hacer como si no existieran. Si tienen que recurrir a leyes a la soviética como las de «memoria» es, obviamente, porque no pueden sostenerse en un debate intelectual libre.
¿De cuál de todos sus libros está más satisfecho y por qué?
Me es difícil decirlo. Creo que los más importantes son la trilogía sobre la hegemonía española, la Segunda Guerra Mundial y Europa, una introducción a su historia, porque rompen con cierto provincianismo de nuestra historiografía, tan «europeísta» como estéril en relación con Europa.
Hace doce años le entrevistamos y nos dijo que el hombre se definía como “animal religioso” y que usted tenía “intención de explorar esa hipótesis en algún momento”. ¿Ha podido hacerlo?
Lo estoy haciendo en relación con Omar Jayam, en mi blog «Más España y más democracia». La Biblia define al hombre como ser moral (el fruto del árbol del bien y el mal), y es evidente que la cuestión del bien y el mal baña, por así decir, toda la conducta y perspectiva humana. Pero si consideramos que la moral, como las capacidades humanas y la propia vida, no provienen de la voluntad o decisión humanas sino de algo distinto y superior, entonces la moral remite, en nuestra cultura, a la idea de Dios. Las ideologías pretenden apoyarse únicamente en la razón, pero la razón tampoco es algo que nos demos a nosotros mismos; y no por casualidad desembocan en formas de fe, en religiones sustitutorias.
Si el hombre es, esencialmente, un animal religioso, ¿no implica eso que o bien la religión (o alguna de ellas en concreto) lleva a un conocimiento verdadero y necesario o bien la vida humana es esencialmente absurda y carece de sentido?
Ciertamente la conclusión de que hay Dios es perfectamente racional, puesto que no existimos, morimos o disponemos de ciertas cualidades por voluntad propia. Lo que exige fe es la creencia de que ese Dios sea realmente bueno y bondadoso con nosotros. Por lógica racional podemos concluir en la omnipotencia divina, pero no encontramos argumentos reales para creer en su bondad. Ahora bien, si no creemos eso, la vida tiende a convertirse en un absurdo. Trato un poco el asunto en la novela Cuatro perros verdes en relación con Sartre.
En ese mismo sentido, no deja de resultar curioso que, de los dos bandos de la guerra civil, uno haya pasado página y haya conseguido perdonar, mientras que los herederos del otro sigan empeñándose, más de ochenta años después, en reabrir viejas heridas. Casi se diría que aquel «Padre, perdónalos» pronunciado en la cruz es lo único que hace posible que el hombre sea capaz de perdonar e incluso de perdonarse…
Que cristianamente tenga sentido el perdón y la reconciliación no quiere decir que pueda convertirse en política. Pasar página es un grave error político. Lo que se jugaba en la guerra civil era la continuidad de España como unidad nacional y cultural, o bien su sovietización destruyendo la raíz cristiana, y/o su disgregación en varios estaditos manejables por otros. Fue una lucha entre dos concepciones histórico-políticas, que quedó superada en lo esencial en el franquismo, pero que ha vuelto debido a lo indicado más arriba: a la renuncia de la derecha, y de grandes sectores de la Iglesia, a la batalla cultural, para terminar adoptando las versiones y discursos de los vencidos en aquella contienda.