(Aica/InfoCatólica) Cada 8 de diciembre, millones de personas en Argentina y el mundo se sumergen en una de las tradiciones más significativas de la Navidad: la creación del pesebre. Esta costumbre, que posee una profunda conexión con la espiritualidad cristiana, no solo embellece los hogares con figuras que representan el nacimiento de Jesús, sino que también se transforma en un acto de fe, devoción y unión familiar, un lazo que se transmite de generación en generación.
Este día, coincidente con la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, ofrece la oportunidad de revivir el misterio de la Encarnación. En muchas casas, el pesebre comienza a cobrar vida. Cada figura, desde la Virgen María y San José hasta los pastores y animales del portal de Belén, tiene un profundo simbolismo que invita a reflexionar sobre el nacimiento de Jesús en la humildad del pesebre, en un contexto de pobreza y amor incondicional de Dios.
El origen de la tradición
La tradición del pesebre tiene sus raíces en el siglo XIII, cuando San Francisco de Asís, con el deseo de representar de forma tangible el misterio del nacimiento de Cristo, organizó la primera representación viviente en Greccio, Italia. Desde aquel entonces, la costumbre se extendió rápidamente, convirtiéndose en un símbolo universal de la Navidad cristiana.
El proceso de armar el pesebre se convierte en un momento especial para compartir en muchos hogares. Es una oportunidad única para enseñar a los más pequeños la historia del nacimiento de Cristo y transmitirles los valores fundamentales del cristianismo: solidaridad, paz y fraternidad.
Además, el pesebre nos invita a vivir la Navidad de una manera más auténtica. En un contexto marcado por el consumismo y la presión social, esta tradición es un recordatorio de que lo verdaderamente esencial no está en los regalos materiales, sino en la presencia de Dios, quien se hace niño para estar entre nosotros.
La liturgia de la Iglesia también acompaña este tiempo de preparación. El 8 de diciembre, día de la solemnidad de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, es una jornada especial para fortalecer la devoción a la Madre de Dios. Ella se convierte en la guía perfecta para preparar tanto el corazón como el hogar, con la misma humildad y alegría con la que recibió al Niño Jesús en Belén.
Así, la creación del pesebre se transforma en un acto lleno de significado, que no solo prepara los hogares, sino también los corazones, para celebrar la Navidad con su auténtico sentido cristiano. Una tradición que, a lo largo del tiempo, sigue siendo un medio invaluable para vivir el amor de Dios y compartir ese amor con los demás.