(PortaLuz/InfoCatólica) En vísperas de la solemnidad de la Inmaculada Concepción, los días 7 y 8 de diciembre, la catedral de Notre Dame en París, dedicada a la Virgen María, abrirá nuevamente sus puertas tras el incendio que la devastó en abril de 2019. Este esperado acontecimiento marca el regreso de uno de los símbolos más emblemáticos de la fe y la cultura en la capital francesa. Sin embargo, un mes antes de esta significativa reapertura, las icónicas campanas del campanario norte volvieron a resonar, anunciando la cercanía del gran día.
Las campanas han desempeñado un papel esencial en la vida de las iglesias, desde catedrales hasta pequeñas capillas. Este peculiar instrumento no solo marca el ritmo de las jornadas, sino que también actúa como un vínculo especial entre los fieles y la oración, ya sea comunitaria o personal. Es por ello que la tradición cristiana ha reconocido en las campanas «la voz de Dios» (vox Dei), una invitación sonora que llama a la plegaria y al encuentro con el Señor.
La recuperación del sonido de las campanas en Notre Dame representa no solo el retorno de una tradición, sino también un símbolo de resiliencia y esperanza para una comunidad que ha aguardado pacientemente la restauración de su catedral.
Aunque las campanas no son una invención cristiana ni su uso está exclusivamente reservado al culto católico, han adquirido un significado especial dentro de la tradición de la Iglesia. Como instrumento de percusión idiófono, su presencia se encuentra en múltiples épocas y culturas, desde la antigüedad hasta hoy. Sin embargo, ¿qué las convierte en algo sagrado dentro del contexto cristiano?
El Catecismo de la Iglesia Católica aclara que los objetos materiales pueden ser bendecidos con el propósito de «reservar para el uso litúrgico objetos y lugares» (n. 1672). Y desde el siglo VIII, la Iglesia ha mantenido la práctica de bendecir las campanas mediante oraciones específicas, a menudo acompañadas de ritos llenos de simbolismo, palabras y gestos solemnes.
El interés por esta bendición radica en el rol único del sonido de las campanas: un eco que, al llegar al oído, busca recordar la presencia de Dios y despertar en el corazón humano un llamado a lo trascendente. Este simbolismo es tan importante que, en el siglo XVI, diversos documentos oficiales de la Iglesia insistieron en que las campanas debían dedicarse exclusivamente a fines religiosos, subrayando su papel como mediadoras entre lo terrenal y lo divino.
Las campanas han sido tradicionalmente asociadas con la protección contra el mal, especialmente después del Concilio de Trento, cuando se incluyó su bendición en el Pontifical Romano. Se les atribuía la capacidad de alejar los demonios y el mal a través de sus sonidos, y se pedían oraciones específicas para este fin. Sin embargo, con el tiempo, el rito se simplificó y cualquier sacerdote puede llevarlo a cabo.
En testimonios contemporáneos, como el de un exorcista estadounidense, se confirma la relación entre las campanas y la lucha contra el mal, considerándolas como un medio para repeler las fuerzas malignas. Sin embargo, es importante evitar caer en supersticiones, pues, según el Catecismo de la Iglesia Católica, la verdadera eficacia de las campanas radica en su función como mediadoras espirituales y no en propiedades mágicas o energías ocultas.