(InfoCatólica) En EncuentroMadrid, el excelente encuentro cultural organizado por Comunión y Liberación todos los años, se suelen reunir algunas de las personalidades más importantes del mundo del arte y la cultura. En el encuentro de este año, que acaba de celebrarse, uno de los invitados ha sido Pedro Chillida Belzunce, pintor, escultor e hijo de Eduardo Chillida.
En el transcurso del encuentro y respondiendo de forma distendida a las preguntas de los periodistas, Pedro Chillida habló sobre diferentes cuestiones. En su opinión, el arte intenta «transmitir la emoción» del artista y se da la maravilla de que, contemplando hoy las pinturas de Altamira o el templo de Karnak, podemos experimentar lo que sus autores quisieron transmitir, a través de una distancia de milenios, porque el hombre es «igual hoy que en la prehistoria».
Además de la importancia de la emoción, afirmó que «el arte siempre tiene un matiz religioso». Como ejemplo, volvió a mencionar las pinturas rupestres de Altamira y llegó a decir que «aquello es una iglesia», aunque muchos, en nuestra época, hablarían más bien de «ética». Citando algo que le gustaba repetir a su padre, explicó que «el arte tiene algo de sagrado, algo de construcción y algo de emoción».
También hizo un gran hincapié en la relación entre arte y verdad. «Es imposible hacer arte de verdad sin verdad. No funciona». En el arte puede haber «muchos caminos distintos, pero sin verdad no funciona» y «si dices la verdad, siempre dices lo mismo». En consecuencia, el arte «no depende del gusto, del que mira, no es opinable». Precisamente por eso «hay mucho arte que es de mentira. El noventa y ocho por ciento».
Esa relación del arte con la verdad explica, en su opinión, que esté «muy ligado a la religión». «No me puedo creer que se pueda expresar todo lo que es un hombre sin la trascendencia», afirmó. «Vayas donde vayas, todo está ligado a la religión» y, si quitas eso, el arte «sale mal». Como decía también Chillida padre, «todo en función del espíritu; el espíritu en función y en busca de Dios».
En ese contexto, recordó cómo su padre le llevaba a Misa y afirmó que era la persona «más consecuente» que había visto en su vida y «la mejor», reconociendo que eso le hacía sentirse muy pequeño. «Nunca se desvió un milímetro a la derecha o a la izquierda», explicó. Fue «icono del nacionalismo», que luego se convirtió en «su peor enemigo», pero su propio padre le había enseñado «a poner la dignidad por encima del miedo».
Asimismo, Pedro Chillida quiso desmitificar la supuesta necesidad de una gran habilidad natural para dedicarse al arte. «El ‘don’ se lo fabrica uno», en el sentido de que «hay infinidad de gente con una habilidad extraordinaria», pero que nunca ha hecho nada que merezca la pena.
En su propio caso, no dudó en decir que dedicarse al arte «merece la pena» y que es algo «muy bonito, muy sacrificado y muy duro», recordando que había «llorado en el estudio muchas veces», porque «quieres hacer algo y no llegas». Por ello, «a medida que va pasando el tiempo, te haces más consciente de lo poco extraordinario que eres».