(CNA/InfoCatólica) El día de ayer, 13 de julio, la Iglesia Católica celebró la festividad de San Enrique II, el rey alemán que dirigió y defendió el Imperio Romano de Europa a principios del primer milenio.
Enrique nació en 973, hijo del duque de Baviera y de la princesa Gisela de Borgoña, en la localidad de Hildesheim (Baviera). Durante su juventud, recibió educación y guía espiritual de un obispo que llegó a ser santo: San Wolfgang de Regensberg. Esto tuvo un gran impacto en Enrique e influyó en su reinado.
A la muerte de su primo Otón III en 1002, Enrique le sucedió como rey. El Papa Benedicto VIII le coronó emperador del Sacro Imperio Romano Germánico en 1014.
Durante su reinado, Enrique compartió su fe reconstruyendo iglesias que habían sido destruidas, construyendo monasterios y apoyándolos tanto con dinero como con tierras. El rey también ayudó a los pobres haciendo generosas contribuciones para su socorro.
Según los historiadores, muchas personas se comprometieron con Dios y a seguir la Regla de San Benito uniéndose a famosos monasterios. Enrique fue uno de ellos. La tradición afirma que quiso hacerse benedictino y vivió como oblato.
Los oblatos benedictinos son hombres y mujeres, laicos y ordenados, que buscan a Dios esforzándose por ser santos en su vida cotidiana, en su familia y en su lugar de trabajo. Los oblatos ofrecen sus vidas a Dios a través de la oración y el servicio, y participan fielmente en la vida litúrgica y sacramental de la Iglesia.
Enrique mostró tal amor y veneración por los benedictinos que fue declarado patrono de los oblatos benedictinos por el papa Pío X. Su canonización corrió a cargo de Eugenio II en 1146.
En 1006, Enrique fundó la sede de Bamberg y construyó su catedral. Fue consagrada por el Papa Benedicto VIII en 1020. Durante este tiempo, Enrique también estableció un monasterio en Bamberg y apoyó las reformas iniciadas por los monjes de Cluny en Francia.
Durante los últimos años de su vida, Enrique sufrió una grave enfermedad y otra dolencia que le dejó lisiada la pierna izquierda. Encontró la fuerza en la oración durante estos tiempos difíciles. Murió cerca de Gottingen (Alemania) el 13 de julio de 1024, a la edad de 51 años, a causa de una infección urinaria crónica. Fue enterrado en la catedral de Bamberg.