(Diócesis de Cartagena/InfoCatólica) Rosario hizo profesión pública mediante voto de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia en manos del obispo, tomando en su nueva vida el nombre religioso de Paula; un nombre escogido en honor de un santo anacoreta: san Pablo de Tebas, considerado como el primer ermitaño.
Explica Paula que esta vocación consiste en «entregarse al Señor en total soledad y aislamiento, en un apartarse del mundo, del ruido; de todo aquello que impida estar totalmente centrados en el Señor». Una entrega que se vive en una oración continua: «Lo normal para un ermitaño es rezar durante la noche y durante el día; que hagamos lo que hagamos estemos en oración».
Un deseo en el corazón
Si le preguntan a esta murciana, natural de Los Garres (Murcia), en qué momento tuvo clara su vocación a la vida eremítica, Paula habla de una búsqueda. «Esto no es algo súbito; no es que una se levante por la mañana y diga «creo que tengo vocación de ermitaña», puntualiza. En su caso, antes que ermitaña, fue monja dominica en un convento de clausura durante muchos años. «Yo estaba muy bien en mi vida consagrada, fue simplemente que, a través de la lectura espiritual, conocí la vida eremítica, la vida de oración interior; y despertó en mi corazón un deseo de mayor soledad». Le comunicó su inquietud a su confesor y pidió hacer una experiencia en una orden monástica que siguiera un estilo de vida similar a la eremítica. Durante la experiencia, que duró varios años, confirmó la llamada que sentía. «Volví con las monjas dominicas, pero ya tenía claro que mi vocación era otra; pedí la secularización y dejé que el Señor decidiera dónde y cómo».
A los años, cuando sintió que el Señor le pedía seguir dando pasos en esa dirección, habló con el obispo y, con su aprobación, empezó su vida como ermitaña en una casa de oración ubicada en la Sierra del Oro del término municipal de Abarán, retirada y con vistas al Valle de Ricote, donde reside actualmente. «Cuando vine a ver esta casa tuve claro que este sería el lugar y, aunque se empieza con cierto miedo por si es o no el camino, el Espíritu Santo se encarga de confirmarlo: cuando pasa una semana, un mes, un año, diez años… y sigues con ganas, ya no cabe la menor duda».
Consagrada al Señor
La celebración de su profesión comenzó con el escrutinio, después del cual la ermitaña fue revestida con el hábito negro, signo de morir al mundo y a uno mismo para la salvación de las almas; con una capucha que cubre la cabeza, porque su cabeza debe ser Cristo; un cinturón, en alusión a la obediencia; y un rosario, por la oración y la vinculación a María. Después de la homilía, comenzó el rito de consagración con la profesión de los votos de pobreza, castidad y obediencia en manos del obispo, a los que sumó un voto de conversión continua y también de estabilidad, es decir, de fidelidad y perseverancia en su vocación. Le siguió la postración en el suelo, símbolo de humildad, y la letanía de los santos; así como la entrega del anillo, símbolo del desposorio con Cristo; del crucifijo sobre el pecho y de una custodia, como signo de la oración continua que caracteriza a los ermitaños. Paula también recibió la bendición del obispo como envío al «desierto» en su forma de vida eremítica.
«Fue muy emocionante; la celebración la viví verdaderamente como una boda mística, con esa gracia de ser recibida por la Iglesia y de decir: «Señor, yo no soy nada y me has elegido sabiendo que soy pobre; has pasado por mi vida y me has llamado por mi nombre». Ese es el misterio y la gracia que estoy viviendo; por medio de la imposición de manos del obispo, que marca un antes y un después en mi vida eremítica», concluye Paula.