(Arch. Sevilla/InfoCatólica) La ceremonia celebrada en la nave del Crucero de la seo hispalense se correspondió con lo que el arzobispo calificó como «un día de júbilo inmenso para nuestra Iglesia diocesana».Mons. Saiz Meneses concedió a esta jornada una importancia capital, porque se trató de la misa en el curso de la cual confirió el orden del presbiterado a cuatro jóvenes diáconos que «escucharon y respondieron a la llamada del Señor para trabajar en su viña como colaboradores del obispo y como pastores de las comunidades a las que serán enviados».
Los sacerdotes recién ordenados fueron Andrés Rodríguez (30 años) y Fernando Martín (28), diáconos del Seminario Metropolitano; Camilo Castillo (26) y Moisés Benavides (26), estos últimos formados en el Redemptoris Mater, perteneciente al Camino Neocatecumenal.
Mons. Saiz afirmó en su homilía que los nuevos sacerdotes fueron «ungidos y enviados para anunciar la buena nueva a los pobres, para curar los corazones desgarrados, para proclamar la libertad a los prisioneros, para consolar a los afligidos». Más adelante, y dirigiéndose a los cuatro ordenados, destacó que «no hay nada comparable al conocimiento de Cristo Jesús; no hay nada comparable a la llamada para estar con él y ser enviado a predicar. El Señor Jesús llamó a los doce, llamó a Pablo, y os ha llamado también a vosotros». En esta línea, les recordó que la predicación sería una tarea permanente en su ministerio sacerdotal, para lo que se requería «lectura, estudio, meditación asidua de las Sagradas Escrituras para que transformen vuestra vida y para que vuestra predicación sea coherente y creíble». Seguidamente, les reveló que, en la oración de consagración, pediría «al Padre Todopoderoso que renueve en vuestro corazón el Espíritu de santidad». Una santidad que -añadió- el presbítero iba alcanzando desde la configuración con Cristo sacerdote, edificando su cuerpo que es la Iglesia, cooperando con el Orden episcopal, y a través del ejercicio de la triple función de enseñar, regir y santificar.
«La Eucaristía debe ser el centro de vuestra vida»
El arzobispo de Sevilla subrayó la importancia de la Eucaristía en el camino de fe de un creyente: «Es centro y cumbre de la vida de la Iglesia y del ministerio sacerdotal», afirmó. Al respecto, reflexionó sobre «el contexto social y cultural que nos toca vivir», que calificó como «complejo y sujeto a una evolución continua». Les pidió que se entregasen «hasta el extremo, dar la vida como el Señor», pero sabiendo priorizar, «buscando siempre la voluntad de Dios, y no descuidando la oración ni la formación permanente». «Por eso es la celebración de la Eucaristía la que dará unidad a nuestra vida y a nuestra acción pastoral», apuntó. El prelado hizo también referencia a la relevancia del sacramento de la reconciliación, y su estrecha vinculación con la Eucaristía:
«Debido a esta relación entre ambos sacramentos, una auténtica catequesis sobre el sentido de la Eucaristía no puede separarse de la propuesta de un camino penitencial».
«Borrar el sentido del pecado» y «justificar lo injustificable»
En otro momento de su homilía, el arzobispo compartió su reflexión sobre la cultura dominante, que «tiende a borrar el sentido del pecado, a justificar lo injustificable, a trivializar los actos humanos y a favorecer una actitud relativista que lleva a olvidar la necesidad de estar en gracia de Dios para acercarse dignamente a la comunión sacramental». Ante este panorama, monseñor Saiz encomendó a los sacerdotes que «promuevan una firme recuperación de la pedagogía de la conversión que nace de la Eucaristía», y fomenten entre los fieles «la confesión frecuente». «Los sacerdotes deben dedicarse con generosidad y competencia a la administración del sacramento de la reconciliación», añadió. Ahí entra igualmente el deber de «ejercitar el ministerio de la formación de la conciencia, del perdón y de la paz».
Tras la homilía se dio paso al rito de la ordenación: letanías con los candidatos postrados ante el altar, imposición de manos del arzobispo y plegaria de ordenación, como paso previo al momento en que los recién ordenados se revistieron con la estola presbiteral y la casulla, ayudados por sus familiares.