(InfoCatólica) En 1519, las tropas españolas lideradas por Hernán Cortés desembarcaron en México, marcando el inicio de una nueva era para el continente americano. Acompañando a estos soldados, cinco sacerdotes castrenses se encargaron del servicio pastoral: dos mercedarios, Bartolomé de Olmedo, capellán de Cortés, y Juan de las Varillas; el clérigo Juan Díaz, quien también fue cronista; y dos franciscanos, fray Pedro Melgarejo y fray Diego Altamirano, primo de Cortés. Aunque el primer anuncio del Evangelio a los indígenas fue realizado mayormente por Cortés y sus capitanes, la llegada de los frailes misioneros fue crucial para consolidar la evangelización.
Preparativos y selección de los doce apóstoles
En 1523, la primera expedición franciscana hacia Nueva España se estaba gestando. Muchos religiosos europeos buscaron licencia del Emperador para embarcarse hacia las Indias, y entre ellos destacaron tres franciscanos flamencos: fray Juan de Tecto, fray Juan de Aora y el hermano lego Pedro de Gante, pariente de Carlos I. Aunque fray Juan Clapión y fray Francisco de los Ángeles recibieron amplias facultades papales para evangelizar, no pudieron cumplir esta misión debido a diversas circunstancias. Fue entonces cuando el Padre General de la orden franciscana, fray Francisco de los Ángeles, seleccionó cuidadosamente a los doce apóstoles franciscanos que liderarían la expedición.
Fray Martín de Valencia, superior de la provincia franciscana de San Gabriel en Extremadura, fue elegido para liderar el grupo. Lo acompañaron fray Francisco de Soto, fray Martín de Jesús (o de la Coruña), fray Juan Suárez, fray Antonio de Ciudad Rodrigo, fray Toribio de Benavente (Motolinía), fray García de Cisneros, fray Luis de Fuensalida, fray Juan de Ribas, fray Francisco Jiménez y los frailes legos Andrés de Córdoba y Juan de Palos.
Llegada y recepción en México
El 25 de enero de 1524, los doce apóstoles partieron de Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), alcanzando Puerto Rico tras veintisiete días de navegación. Después de una estancia de seis semanas en Santo Domingo, llegaron a San Juan de Ulúa, cerca de Veracruz, el 13 de mayo. La recepción en México fue sumamente solemne. Hernán Cortés, informado de su llegada, ordenó que los caminos fueran barridos y que los frailes fueran recibidos con campanas, cruces, velas encendidas y mucho respeto, siendo recibidos de rodillas y besando sus manos y hábitos. Los frailes, fieles a su estilo de vida humilde, se dirigieron a pie y descalzos hacia la Ciudad de México.
En Tlaxcala, los frailes se maravillaron ante la multitud en los mercados y, utilizando señas, señalaban al cielo para comunicar que venían a mostrar el camino hacia Dios. Los indígenas, acostumbrados a la arrogancia militar de los conquistadores, quedaron asombrados por la humildad y la pobreza de los frailes, lo que llevó a fray Toribio de Benavente a ser apodado «Motolinía», que significa pobre en náhuatl.
Primeras predicaciones
A su llegada a México el 17 de junio de 1524, los frailes comenzaron su misión evangelizadora en un contexto de resistencia inicial. Las primeras predicaciones se realizaron en Tlaxcala y México, con los frailes utilizando señas para superar la barrera del idioma. A través de gestos, explicaban la existencia de un solo Dios y la esperanza de salvación. A pesar de la resistencia inicial de los sacerdotes y caciques aztecas, la perseverancia y humildad de los frailes lograron la conversión de muchos.
Se ha documentado en el «Libro de los coloquios y la doctrina cristiana», compuesto por fray Bernardino de Sahagún, que las conversaciones entre los franciscanos y los líderes indígenas no fueron monólogos, sino diálogos en los que todos participaban. Aunque los indígenas mostraron una cortesía extrema y admiración por las palabras de los frailes, inicialmente se resistieron a abandonar sus costumbres ancestrales. Sin embargo, tras reiteradas exposiciones de la doctrina bíblica, se lograron los primeros bautismos y matrimonios cristianos.
Impacto y legado
Estos frailes, desprovistos de la arrogancia de los primeros conquistadores, se ganaron el afecto y la confianza de los indígenas. Vivían en pobreza, compartiendo las mismas condiciones de vida que los nativos, lo cual generó un vínculo fuerte y sincero. Veían con admiración el modo de vida de los frailes: descalzos, con un viejo sayal, durmiendo sobre un petate, comiendo tortillas de maíz y chile, viviendo en casas bajas y pobres. La honestidad, laboriosidad infatigable y el trato firme y amoroso que los frailes tenían con los indígenas contribuyeron a que estos les confiaran y respetaran.
El impacto de los doce apóstoles franciscanos fue profundo y duradero. Su llegada marcó el inicio de una nueva era en la evangelización y formación de la Iglesia en México. Estos frailes, que nunca aceptaron ser obispos y vivieron en humildad y pobreza, dejaron una huella indeleble en la historia de México.
Programa de la diócesis de Veracruz