(InfoCatólica) El documento pontificio "Spes non confundit" -que en latín significa "la esperanza no defrauda", tomado de Romanos 5,5- convoca un nuevo Jubileo ordinario a celebrarse en 2025, siguiendo la tradición eclesiástica de convocar un Año Santo cada 25 años. La bula está profundamente arraigada en la teología de la esperanza, destacando cómo esta virtud es esencial no solo para la vida cristiana individual, sino también para la comunidad global en momentos de dificultad y sufrimiento.
Principales temas de «Spes non confundit»:
- Fundamento bíblico y teológico: La esperanza, como tema central, se discute a través de la enseñanza de San Pablo, especialmente en su epístola a los Romanos, donde explica cómo la justificación por la fe nos brinda paz y esperanza a través del amor de Dios derramado por el Espíritu Santo.
- Llamado al Jubileo y su significado: Francisco resalta la importancia del Jubileo como un tiempo de gracia, perdón y renovación espiritual profunda. El acto de abrir las Puertas Santas en las principales basílicas de Roma simboliza el ofrecimiento de una nueva entrada a la salvación y un renacer espiritual.
- Esperanza ante el sufrimiento: El documento no esquiva la realidad del sufrimiento y la desesperación en el mundo. Francisco enfatiza cómo la esperanza cristiana debe enfrentar y transformar el sufrimiento a través de la paciencia, la perseverancia y la fe en el amor redentor de Dios.
- La esperanza como respuesta a los desafíos globales: El Papa apela a la esperanza en respuesta a las guerras, el cambio climático, la crisis migratoria y la exclusión social. Llama a una conversión de corazones y políticas que favorezcan la paz y la justicia global.
- Indulgencia y misericordia: Un aspecto destacado es la promoción de la indulgencia jubilar, que ofrece a los fieles una oportunidad de reconciliación y perdón de pecados, subrayando la misericordia infinita de Dios.
- Inclusividad y ecumenismo: Francisco hace un llamado especial a los fieles de las Iglesias orientales y a otros cristianos, enfatizando la riqueza de la diversidad dentro de la fe católica y más allá, buscando una mayor unidad entre todas las denominaciones cristianas.
- Jubileo como camino de transformación personal y comunitaria: El documento anima a cada creyente y a las comunidades eclesiales a embarcarse en un camino de transformación personal que se refleje en acciones concretas de misericordia y justicia, elevando la dignidad humana y cuidando la creación.
El Papa Francisco, con esta bula, no solo convoca a la Iglesia a celebrar un año de profundas actividades religiosas y espirituales, sino que también invita a una reflexión y acción renovadas en respuesta a los problemas persistentes del mundo, situando la esperanza como una fuerza transformadora que puede renovar tanto los corazones individuales como las estructuras sociales globales.
Les ofrecemos algunos párrafos de la bula:
Encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad. Que el Jubileo sea para todos ocasión de reavivar la esperanza. La Palabra de Dios nos ayuda a encontrar sus razones.
... el Espíritu Santo, con su presencia perenne en el camino de la Iglesia, es quien irradia en los creyentes la luz de la esperanza. Él la mantiene encendida como una llama que nunca se apaga, para dar apoyo y vigor a nuestra vida. La esperanza cristiana, de hecho, no engaña ni defrauda, porque está fundada en la certeza de que nada ni nadie podrá separarnos nunca del amor divino.
...en la era del internet, donde el espacio y el tiempo son suplantados por el “aquí y ahora”, la paciencia resulta extraña. Si aun fuésemos capaces de contemplar la creación con asombro, comprenderíamos cuán esencial es la paciencia. Aguardar el alternarse de las estaciones con sus frutos; observar la vida de los animales y los ciclos de su desarrollo; tener los ojos sencillos de san Francisco...
A los fieles de las Iglesias orientales, en especial a aquellos que ya están en plena comunión con el Sucesor de Pedro, quiero dirigir una invitación particular a esta peregrinación. Ellos, que han sufrido tanto por su fidelidad a Cristo y a la Iglesia, muchas veces hasta la muerte, deben sentirse especialmente bienvenidos a esta Roma que es Madre también para ellos y que custodia tantas memorias de su presencia.
Además de alcanzar la esperanza que nos da la gracia de Dios, también estamos llamados a redescubrirla en los signos de los tiempos que el Señor nos ofrece. Como afirma el Concilio Vaticano II, «es deber permanente de la Iglesia escrutar a fondo los signos de la época e interpretarlos a la luz del Evangelio, de forma que, acomodándose a cada generación, pueda la Iglesia responder a los perennes interrogantes de la humanidad sobre el sentido de la vida presente y de la vida futura y sobre la mutua relación de ambas». Por ello, es necesario poner atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considernos superados por el mal y la violencia.
Que el primer signo de esperanza se traduzca en paz para el mundo, el cual vuelve a encontrarse sumergido en la tragedia de la guerra. La humanidad, desmemoriada de los dramas del pasado, está sometida a una prueba nueva y difícil cuando ve a muchas poblaciones oprimidas por la brutalidad de la violencia.
Mirar el futuro con esperanza también equivale a tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás. Sin embargo, debemos constatar con tristeza que en muchas situaciones falta esta perspectiva. La primera consecuencia de ello es la pérdida del deseo de transmitir la vida. A causa de los ritmos frenéticos de la vida, de los temores ante el futuro, de la falta de garantías laborales y tutelas sociales adecuadas, de modelos sociales cuya agenda está dictada por la búsqueda de beneficios más que por el cuidado de las relaciones, se asiste en varios países a una preocupante disminución de la natalidad.
...estamos llamados a ser signos tangibles de esperanza para tantos hermanos y hermanas que viven en condiciones de penuria. Pienso en los presos que, privados de la libertad, experimentan cada día —además de la dureza de la reclusión— el vacío afectivo, las restricciones impuestas y, en bastantes casos, la falta de respeto. Propongo a los gobiernos del mundo que en el Año del Jubileo se asuman iniciativas que devuelvan la esperanza; formas de amnistía o de condonación de la pena orientadas a ayudar a las personas para que recuperen la confianza en sí mismas y en la sociedad; itinerarios de reinserción en la comunidad a los que corresponda un compromiso concreto en la observancia de las leyes.
Que se ofrezcan signos de esperanza a los enfermos que están en sus casas o en los hospitales. Que sus sufrimientos puedan ser aliviados con la cercanía de las personas que los visitan y el afecto que reciben. Las obras de misericordia son igualmente obras de esperanza, que despiertan en los corazones sentimientos de gratitud.
También necesitan signos de esperanza aquellos que en sí mismos la representan: los jóvenes. Ellos, lamentablemente, con frecuencia ven que sus sueños se derrumban. No podemos decepcionarlos; en su entusiasmo se fundamenta el porvenir.
No pueden faltar signos de esperanza hacia los migrantes, que abandonan su tierra en busca de una vida mejor para ellos y sus familias. Que sus esperanzas no se vean frustradas por prejuicios y cerrazones; que la acogida, que abre los brazos a cada uno en razón de su dignidad, vaya acompañada por la responsabilidad, para que a nadie se le niegue el derecho a construir un futuro mejor.
Signos de esperanza merecen los ancianos, que a menudo experimentan soledad y sentimientos de abandono. Valorar el tesoro que son, sus experiencias de vida, la sabiduría que tienen y el aporte que son capaces de ofrecer, es un compromiso para la comunidad cristiana y para la sociedad civil...
Imploro, de manera apremiante, esperanza para los millares de pobres, que carecen con frecuencia de lo necesario para vivir. Frente a la sucesión de oleadas de pobreza siempre nuevas, existe el riesgo de acostumbrarse y resignarse. Pero no podemos apartar la mirada de situaciones tan dramáticas, que hoy se constatan en todas partes y no sólo en determinadas zonas del mundo. Encontramos cada día personas pobres o empobrecidas que a veces pueden ser nuestros vecinos...
Hay otra invitación apremiante que deseo dirigir en vista del Año jubilar; va dirigida a las naciones más ricas, para que reconozcan la gravedad de tantas decisiones tomadas y determinen condonar las deudas de los países que nunca podrán saldarlas. Antes que tratarse de magnanimidad es una cuestión de justicia, agravada hoy por una nueva forma de iniquidad de la que hemos tomado conciencia: «Porque hay una verdadera “deuda ecológica”, particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por algunos países»...
Durante el próximo Jubileo se conmemorará un aniversario muy significativo para todos los cristianos. Se cumplirán, en efecto, 1700 años de la celebración del primer gran Concilio ecuménico de Nicea.
El próximo Jubileo, por tanto, será un Año Santo caracterizado por la esperanza que no declina, la esperanza en Dios. Que nos ayude también a recuperar la confianza necesaria —tanto en la Iglesia como en la sociedad— en los vínculos interpersonales, en las relaciones internacionales, en la promoción de la dignidad de toda persona y en el respeto de la creación. Que el testimonio creyente pueda ser en el mundo levadura de genuina esperanza, anuncio de cielos nuevos y tierra nueva (cf. 2 P 3,13), donde habite la justicia y la concordia entre los pueblos, orientados hacia el cumplimiento de la promesa del Señor.