(LaNef/InfoCatólica) Los oblatos benedictinos, explica la revista católica francesa La Nef, son cristianos laicos que se unen a una familia monástica para participar en sus oraciones y encontrar apoyo para su vida espiritual. Buscan sinceramente a Dios. Tal y como se explica el libro «Historia de la Oblatura de la Orden de San Benito» (Ediciones Saint-Léger, 2023, 500 páginas), se trata de un fenómeno que ha demostrado tener flexibilidad para adaptarse a diversas circunstancias. Tanto para los oblatos como para los monjes, la Regla de San Benito es el fundamento que guía sus vidas.
Para Dom Gérard Calvet (Burdeos, 18 de noviembre de 1927 - Le Barroux, 28 de febrero de 2008), fundador de la abadía de Santa Magdalena de Le Barroux, el éxito de este modelo de vida radica en dos palabras: el sentido de Dios, el sentido del hombre:
«Desde las primeras palabras de la Regla, el hombre es puesto ante Dios, invitado a escuchar, a obedecer y a temer desagradar a su Padre y Señor. El río litúrgico arrastra toda su vida y le enseña a caminar delante de Dios».
¿Qué ha podido motivar a millones de jóvenes, a menudo brillantes y con un gran futuro, a abandonar el mundo para sumergirse en una vida de monje pobre y oculto? Es la sed. La sed de no ser nada para que Dios sea todo, el cansancio de lo que no es eterno, el deseo de un encuentro cara a cara con Dios.
«Antes que academias de ciencia y encrucijadas de civilización, los monasterios fueron dedos silenciosos apuntando hacia el cielo, el recordatorio obstinado e inflexible de que hay otro mundo de verdad y belleza, del cual este es un anuncio y una prefiguración».
El oficio de alabanza es la expresión más pura de esta gratuidad del amor. Porque en la alabanza el alma se olvida, y el total olvido de sí mismo representa la cumbre del amor, su éxito supremo. Eso es el sentido de Dios».
En cuanto al sentido del hombre, el monasterio sigue siendo educador porque es una familia. Poco a poco, el alma recibe su impronta y se educa en las virtudes naturales, aprendiendo a no engañar con el ser de las cosas, aprendiendo a trabajar bien.
«La caridad se inscribe en él a través de costumbres, ritos, signos de respeto y cortesía. Se ha hablado de una civilización de la bondad instaurada por Cluny en los siglos X-XII. Y esto no se debe solo a las distribuciones de trigo a los pobres, sino porque reinaba en la famosa abadía una atmósfera de bondad suave y efectiva, que pacificaba los corazones. ¡Y la hospitalidad! El propio Cristo, dice San Benito, es adorado en la persona de los huéspedes. ¡Y el perdón! Cada día, el Padre Abad del monasterio canta en voz alta el Padre Nuestro, para que los monjes recuerden que deben perdonarse mutuamente sus ofensas, si quieren que Dios les perdone sus faltas».
San Benito ha destacado el trabajo realizado solo para Dios y el amor desinteresado por la oración, pero también por la lectura: ¡según la Regla se dedican más de tres horas al día a esta!
El oblato también está invitado a compartir en la oración, el trabajo y la lectura de la comunidad. Participa en la recitación del oficio divino, según sus posibilidades, y se une de corazón a toda la oración del día y de la noche. También realiza su propio trabajo pastoral o profesional en comunión con el de sus hermanos monjes. Por último, lee y medita cada día un pasaje de la Regla y realiza una pequeña lectura espiritual.
Frente a una sociedad que se hunde cada día más en la barbarie materialista, los oblatos acuden a los monasterios en busca del secreto de la armonía perdida y de la vida en sociedad.
«La verdad es una planta perenne: siempre termina por abrirse paso a través de la cáscara de tierra que la cubre».