(InfoCatólica) El Pontífice destaca la importancia única de celebrar la Pascua en los lugares donde Jesús vivió, murió y resucitó, subrayando la conexión especial que tienen con la historia y la geografía de la salvación. Alienta a los cristianos a mantener viva su fe, su caridad y su esperanza, incluso en medio de la adversidad.
El Papa recuerda la peregrinación que realizó a Tierra Santa hace una década y cita las palabras de San Pablo VI sobre la importancia de buscar la paz en la región. Reconoce el papel fundamental que los cristianos locales han desempeñado a lo largo de los siglos como guardianes de los lugares sagrados y como testigos del misterio de la Pasión de Cristo.
El Santo Padre insta a la unidad y la solidaridad entre los cristianos locales y con sus hermanos y hermanas de otras confesiones cristianas. Ofrece su gratitud a los obispos, sacerdotes y religiosos que los acompañan en su camino de fe.
El Papa concluye su carta con una bendición y una invocación a la protección de la Santísima Virgen María sobre los cristianos de Tierra Santa. También hace un llamado a los cristianos de todo el mundo para que manifiesten su apoyo concreto y oren por la paz en la región. Su mensaje está lleno de amor, compasión y esperanza para una comunidad que enfrenta desafíos únicos pero que sigue siendo un faro de fe en medio de la adversidad.
Texto completo de la carta de Francisco a los cristianos de Tierra Santa
Queridos hermanos y hermanas,
Desde hace algún tiempo, estáis diariamente en mi pensamiento y en mis oraciones. Ahora, en vísperas de esta Pascua que para vosotros está tan ensombrecida por la Pasión y, todavía, tan poco por la Resurrección, siento el deseo de escribiros y deciros lo cerca que estáis de mi corazón. Os abrazo a todos, en la variedad de vuestros ritos, queridos fieles católicos que vivís en toda Tierra Santa. De modo particular, abrazo a los más afectados por la tragedia sin sentido de la guerra: los niños despojados de su futuro, los que lloran y sufren, y todos los que se encuentran presa de la angustia y la consternación.
La Pascua, corazón de nuestra fe, es aún más significativa para vosotros, que celebráis esta fiesta en los mismos lugares donde el Señor vivió, murió y resucitó. La historia de la salvación, e incluso su geografía, no existirían sin la tierra en la que habitáis desde hace siglos. Allí queréis permanecer, y allí es bueno que permanezcáis. Gracias por vuestro testimonio de fe, gracias por la caridad que existe entre vosotros, gracias por vuestra capacidad de esperar contra toda esperanza.
Quisiera que cada uno de vosotros sintiera mi afecto paterno, pues soy consciente de vuestros sufrimientos y de vuestras luchas, particularmente en el curso de estos últimos meses. Que, junto con mi afecto, sintáis el amor de los católicos de todo el mundo. Que el Señor Jesús, nuestra Vida, como el Buen Samaritano, derrame sobre vuestras heridas del cuerpo y del alma el bálsamo de su consuelo y el vino de la esperanza.
Recuerdo la peregrinación que realicé entre vosotros hace diez años, y quisiera hacer mías las palabras que, hace cincuenta años, san Pablo VI -el primer Sucesor de Pedro que viajó como peregrino a Tierra Santa- dirigió a los fieles de todo el mundo: «Las continuas tensiones en Oriente Medio y la falta de progresos concretos hacia la paz representan una amenaza constante y funesta no sólo para la paz y la seguridad de esos pueblos -y, de hecho, del mundo entero-, sino también para valores sumamente queridos, por diversos motivos, por gran parte de la humanidad» (Exhortación apostólica Nobis in animo).
Queridos hermanos y hermanas, la comunidad cristiana de Tierra Santa no sólo ha actuado, a lo largo de los siglos, como guardiana de los lugares de nuestra salvación, sino que también ha dado testimonio perdurable, con sus propios sufrimientos, del misterio de la Pasión del Señor. Por vuestra capacidad de resucitar y de seguir adelante, habéis proclamado, y seguís proclamando, que el Señor crucificado resucitó de entre los muertos; llevando las marcas de su Pasión, se apareció después a sus discípulos y ascendió al cielo para llevar ante el Padre a nuestra humanidad atormentada, pero ahora redimida. En estos tiempos sombríos, cuando parece que las nubes oscuras del Viernes Santo se ciernen sobre vuestra tierra, y demasiadas partes de nuestro mundo están marcadas por la locura inútil de la guerra -que es siempre y para todos una amarga derrota-, vosotros sois lámparas que brillan en la noche, semillas de bondad en una tierra desgarrada por el conflicto.
Por vosotros y con vosotros, elevo esta oración: «Señor, tú eres nuestra paz (cf. Ef 2,14-22). Tú que proclamaste bienaventurados a los que trabajan por la paz (cf. Mt 5,9): libera los corazones humanos del odio, de la violencia y del espíritu de venganza. Miramos tu ejemplo y te seguimos a ti, que eres misericordioso, manso y humilde de corazón (cf. Mt 11,29). Que nadie arrebate a nuestros corazones la esperanza de resucitar contigo. Que nunca nos cansemos de defender la dignidad de todo hombre, mujer y niño, sin distinción de religión, etnia o nacionalidad, comenzando por los más vulnerables entre nosotros: las mujeres, los ancianos, los niños y los pobres».
Queridos hermanos y hermanas, permitidme deciros una vez más que no estáis solos; nunca os dejaremos solos, sino que os demostraremos nuestra solidaridad con la oración y la caridad práctica. Pronto esperamos volver entre vosotros como peregrinos, para acercarnos, abrazaros, partir con vosotros el pan de la fraternidad y contemplar los tiernos brotes de esperanza que brotan de las semillas que estáis sembrando con dolor y cultivando con paciencia.
Sé que vuestros obispos, sacerdotes y religiosos están siempre a vuestro lado. Les doy las gracias de todo corazón por todo lo que han hecho y por todo lo que siguen haciendo. Que en el crisol del sufrimiento se purifique y resplandezca el oro precioso de la unidad, entre vosotros y con nuestros hermanos y hermanas de otras confesiones cristianas. También a ellos quiero expresarles mi cercanía espiritual y mi aliento. Os tengo a todos presentes en mis oraciones.
Os bendigo e invoco sobre vosotros la protección de la Virgen María, hija de vuestra tierra. Una vez más, pido a los cristianos de todo el mundo que os manifiesten su apoyo concreto y que recen incansablemente para que todos los habitantes de vuestra amada tierra vivan por fin en paz.
Fraternalmente,
Roma, desde San Juan de Letrán, Semana Santa de 2024
FRANCISCO