(Custodia/InfoCatólica) En la primera parte de la solemne liturgia el Patriarca Latino, Su Beatitud cardenal Pierbattista Pizzaballa bendijo, en el interior del Edículo del Santo Sepulcro, las palmas procedentes de Jericó y las ramas de olivo traídas del convento franciscano de San Salvador. Después las repartió personalmente entre los fieles, para iniciar a continuación la tradicional procesión. Recordando el día de la entrada triunfal de Jesús a Jerusalén tras la multitud que lo aclamaba, durante las tres vueltas alrededor del Edículo –que recuerdan simbólicamente los tres días pasados por Jesús en el sepulcro– los asistentes agitaron alegremente las palmas y las ramas de olivo. El canto de Hosanna resonó jubiloso durante mucho tiempo bajo la bóveda de la rotonda de la Anástasis.
La celebración eucarística, en cambio, tuvo lugar en el altar de la Magdalena: el espacio delante del Edículo estaba ocupado por la Iglesia Ortodoxa, que el primer domingo de Cuaresma, según el calendario juliano, celebra la Fiesta de la Ortodoxia.
Durante la misa pontifical tuvo lugar otro momento solemne: la proclamación del evangelio que narra toda la pasión de Jesús. Según la antigua costumbre extendida a partir del siglo XI, el texto fue salmodiado en latín por tres frailes de la Custodia de Tierra Santa, que se repartieron los tres papeles presentes en el pasaje evangélico –Jesús, el cronista y la multitud– cantándolos con tres melodías distintas.
La procesión a pie desde Betfagé
Por la tarde, las celebraciones se trasladaron al Monte de los Olivos, para la que está considerada una de las manifestaciones públicas cristianas más extraordinarias, aunque menos concurrida que el año pasado. Aún así, se hallaban presentes muchos religiosos y religiosas de las comunidades cristianas y fieles locales: la multitud festejante recorrió en procesión el camino entre Betfagé y Jerusalén siguiendo los pasos de Jesús a lomos de un burro para entrar en la ciudad a celebrar la Pascua. Los fieles descendieron del Monte de los Olivos, portando ramas de olivo y palmas trenzadas en hermosas guirnaldas. Cada uno en su idioma, a través de oraciones, cantos e instrumentos musicales, alabó a Dios y compartió con los demás fieles, a lo largo del camino, la alegría de ser cristiano.
La procesión empezó en la iglesia de Betfagé, donde el día anterior había tenido lugar la última peregrinación cuaresmal de los frailes y terminó en la iglesia de Santa Ana, cerca de la puerta de los Leones. Al final del largo cortejo, los alegres frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa animaron todo el recorrido con cantos y música, precediendo al Patriarca Latino Su Beatitud cardenal Pierbattista Pizzaballa, al Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton y a monseñor Tito Yllana, nuncio apostólico en Israel y delegado en Jerusalén y Palestina, con numerosos religiosos y autoridades de otras confesiones cristianas.
Palabras del cardenal Pizzaballa a los Cristianos de Gaza
En el patio de la iglesia de Santa Ana, al finalizar la procesión, el Patriarca quiso saludar y dar las gracias a todos los presentes: «A pesar de la guerra, a pesar de todo, también este año hemos querido celebrar la entrada triunfal de Jesús en la Ciudad Santa».
«Quizá en estos meses –continuó el cardenal Pizzaballa– nos hemos sentido perdidos, extraviados, solos y sin referentes. Algunas veces esta guerra tan terrible que parece no acabar nunca hace crecer cada vez más el miedo al futuro. Pero hoy estamos de nuevo aquí, aunque seamos pocos, sin peregrinos y sin muchos de nuestros hermanos y hermanas de muchas partes de nuestra diócesis, que no han podido venir. ¡No importa! Pocos o muchos, es importante estar aquí, y gritar con fuerza y con fe que tenemos un referente, Jesucristo. Que no estamos solos y no estamos abandonados y, sobre todo, ¡que no tenemos miedo!».
En sus palabras se refirió a los habitantes de Gaza, a quienes se dirigió emocionado:
«Nuestro pensamiento se dirige especialmente a nuestros hermanos de Gaza. Queridos, no estáis solos. Toda la Iglesia de Jerusalén está unida a vosotros, os abraza y os agradece vuestro testimonio de fuerza y coraje. Junto a nosotros, todas las iglesias, y todos nuestros hermanos y hermanas en el mundo, rezan por vosotros y con vosotros».
Luego dedicó un llamamiento final a tantos peregrinos que, debido al conflicto, no han podido llegar a Tierra Santa:
«Queridos hermanos, os esperamos. ¡No tengáis miedo, volved a Jerusalén y a Tierra Santa! Vuestra presencia siempre es presencia de paz y hoy nosotros necesitamos mucho la paz, que nos traigáis vuestra paz».