(ACIPrensa/InfoCatólica) Como cada semana, el monseñor Demetrio Fernández, obispo de Córdoba en España, compartió con los fieles una carta semanal reflexionando sobre un tema específico. En el de esta semana, ha profundizado en el pasaje bíblico del evangelio donde Jesús expulsa con firmeza a los mercaderes del templo y explica que, en Jesús, «la ira está movida por la caridad, es ira santa, y es necesaria esa ira para afrontar grandes dificultades, con las que nos encontramos en la vida».
Monseñor Demetrio aclara que no se trata de una perícopa evangélica sencilla de explicar, puesto que, al identificarnos como pecadores, «toda manifestación de ira y más aún si se expresa violentamente, como en este caso, es algo abominable, es algo impropio del hombre, es pecado».
Es por esto que motiva a sus lectores a «cambiar de criterio» sobre la creencia de que para ser un buen cristiano se debe «recortar el impulso, el coraje, el entusiasmo, la ira, para convertirnos en pacifistas de baja intensidad».
También enfatiza que la ira derivada del amor propio y el orgullo herido no es legítima. Asimismo, subraya que la ira alimentada por un corazón resentido en busca de venganza carece de legitimidad. Sin embargo, simultáneamente, sostiene que la ira es una de las pasiones más influyentes en la vida humana y puede desempeñar un papel constructivo si se canaliza adecuadamente.
De esta manera, en nuestros deberes diarios laborales o de crianza, «se necesita una ira ordenada por la caridad».
Tras fundamentar ello, el prelado explica que «la ira por tanto no es el enfado por el enfado, es la fuerza interior con la que somos capaces de afrontar tareas arduas y difíciles».
Por ende, «la actuación de Jesús en este contexto es la de expulsar de nuestro corazón y de nuestra sociedad todo lo que profane la casa de Dios» y Él lo busca «no con palabras suaves, indoloras, insípidas» sino «con toda la fuerza de su corazón lleno de celo por la casa de su Padre». No obstante, advierte, «podemos entenderlo mal, y con ello justificar nuestros enfados, nuestra violencia contra los demás, nuestras rabietas e inconformismos».
Finaliza su mensaje aclarando que la interpretación adecuada radica en entender que la vida cristiana no está destinada a cobardes, personas sin compromiso o aquellos que buscan la comodidad. En cambio, la describe como una empresa desafiante, donde, guiados por el Espíritu Santo, podemos alcanzar una meta sorprendente: la búsqueda de la santidad personal y la transformación radical de la sociedad en la que estamos inmersos.