(Aica/InfoCatólica) El papa Francisco siguió el ejemplo del Evangelio de Marcos que nos presenta en este primer domingo de Cuaresma, a Jesús tentado en el desierto. En sus palabras previas al rezo del Ángelus, desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, el pontífice reflexionó sobre el significado simbólico del desierto, instando a los cristianos a «entrar en el desierto, es decir, en el silencio, en el mundo interior, escuchando el corazón, en contacto con la verdad».
En el desierto, continuó, Cristo «estaba con las fieras, y los ángeles le servían. Las fieras y los ángeles eran su compañía». Pero, en un sentido simbólico, explicó, «ellos también son nuestra compañía: de hecho, cuando entramos en el desierto interior, podemos encontrar allí bestias salvajes y ángeles».
Bestias del alma
«En la vida espiritual, podemos pensar en ellas [las bestias salvajes] como las pasiones desordenadas que dividen nuestro corazón, tratando de apoderarse de él», advirtiendo que «nos tientan; parecen seductoras», dijo el Papa. «Si no tenemos cuidado, corremos el riesgo de que nos destrocen».
Y dando nombre a estas «bestias» del alma, las describió como «el ansia de riqueza, que nos aprisiona en la connivencia y la insatisfacción, la vanidad del placer, que nos condena a la inquietud y la soledad, y el ansia de fama, lo que genera inseguridad y una necesidad continua de confirmación y protagonismo».
Son bestias «salvajes», dijo el Santo Padre, y como tales, hay que domesticarlas y combatirlas; de lo contrario, devorarán nuestra libertad.
«Necesitamos ir al desierto para tomar conciencia de su presencia y enfrentarlas. Y la Cuaresma es el momento de hacerlo», afirmó.
Los mensajeros de Dios
Luego, centrándose en la presencia angelical en el desierto, el Papa dijo que los ángeles son «mensajeros de Dios, que nos ayudan, que nos hacen bien; de hecho, su característica, según el Evangelio, es el servicio».
Contrastando esta imagen con el carácter posesivo de las pasiones desordenadas, dijo que son «exactamente lo contrario de la posesión, típica de las pasiones de las que hablábamos antes».
Y destacando el poder transformador de las inspiraciones divinas, Francisco explicó que «mientras las tentaciones nos desgarran, las buenas inspiraciones divinas nos unifican en armonía: apagan el corazón, infunden el sabor de Cristo, 'el sabor del cielo'.»
Por ello, defendió la necesidad del silencio y la oración para captar estos pensamientos y sentimientos inspirados por Dios, repitiendo: «La Cuaresma es el tiempo de hacer esto».
El Santo Padre concluyó con dos preguntas cruciales: «¿Cuáles son las pasiones desordenadas, las 'fieras' que se agitan en mi corazón?» y: «Para permitir que la voz de Dios hable a mi corazón y lo conserve en el bien, ¿pienso retirarme un poco al 'desierto', es decir, dedicar espacio al silencio, a la oración, a la adoración y a la escucha? ¿la palabra de Dios?»
«Que la Santísima Virgen», rezó, «que guardó la Palabra y no se dejó tocar por las tentaciones del maligno, nos ayude en nuestro camino».+