(InfoCatólica) El Papa ha asegurado que la ira «es un vicio particularmente tenebroso, y es quizás el más simple de reconocer desde un punto de vista físico.» La persona dominada por dicha pulsión difícilmente logra disimularla: «lo reconoces por los movimientos del cuerpo, por la agresividad, por la respiración agitada, por la mirada torva y ceñuda».
No da tregua
El Pontífice ha advertido que la ira no tiene freno
«En su manifestación más aguda, la ira es un vicio que no da tregua. Si nace de una injusticia padecida (o considerada como tal), a menudo no se desata contra el culpable, sino contra el primer desafortunado con el que uno se encuentra. Hay hombres que contienen su ira en el lugar de trabajo, mostrándose tranquilos y compasivos, pero que una vez llegados a su casa se vuelven insoportables para la esposa y los hijos. La ira es un vicio desenfrenado: es capaz de quitarnos el sueño y de hacernos maquinar continuamente en nuestra mente, sin que logremos encontrar una barrera para los razonamientos y pensamientos».
Francisco ha advertido además que «la ira es un vicio que destruye las relaciones humanas y ha recordado la recomendación del apóstol Pablo para que aborden inmediatamente sus efectos: «No permitan que la noche los sorprenda enojados» (Ef 4, 26):
«Es importante que todo se resuelva inmediatamente, antes de la puesta del sol. Si durante el día surge algún malentendido y dos personas dejan de entenderse, percibiéndose de pronto alejadas, no hay que entregar la noche al diablo. El vicio nos mantendría despiertos en la oscuridad, rumiando nuestras razones y los errores incalificables que nunca son nuestros y siempre del otro. Así es: cuando una persona está dominada por la ira, siempre dice que el problema está en la otra persona; nunca es capaz de reconocer sus propios defectos, sus propias faltas».
El Pontífice ha recordado que en el padrenuestro se habla de la necesidad de perdonar a los que nos ofenden:
«Las personas no están juntas si no practican también el arte del perdón, siempre que esto sea humanamente posible. Lo que contrarresta la ira es la benevolencia, la amplitud de corazón, la mansedumbre, la paciencia».
Tras constatar que «la ira está en el origen de las guerras y la violencia», Francisco ha asegurado que no siempre «somos responsables de la ira en su surgimiento, pero sí siempre en su desarrollo. Y a veces es bueno que la ira se desahogue de la manera adecuada. Si una persona no se enfadase nunca, si no se indignase ante la injusticia, si no sintiera algo que le estremece las entrañas ante la opresión de un débil, entonces significaría que esa persona no es humana, y mucho menos cristiana».
Por último, el Papa ha explicado la diferencia entre el vicio de la ira y la santa indignación de la que Cristo dio ejemplos:
«Existe una santa indignación, que no es la ira, sino un movimiento interior, una santa indignación. Jesús la conoció varias veces en su vida (cfr. Mc 3,5): nunca respondió al mal con el mal, pero en su alma experimentó este sentimiento y, en el caso de los mercaderes en el Templo, realizó una acción fuerte y profética, dictada no por la ira, sino por el celo por la casa del Señor (cfr. Mt 21, 12-13). Debemos distinguir bien: una cosa es el celo, la santa indignación, otra cosa es la ira, que es mala».
Por último, el Obispo de Roma ha exhortado a pedir ayuda a la tercera persona de la Triniidad:
«Nos corresponde a nosotros, con la ayuda del Espíritu Santo, encontrar la justa medida de las pasiones, educarlas bien para que se dirijan hacia el bien, y no hacia el mal».