(ACN/InfoCatólica) Los desafíos de seguridad que enfrenta Nigeria desde hace mucho tiempo son inmensos y variados en términos de razones y geografía. La situación se ha vuelto cada vez más complicada en los últimos diez años. Un factor importante en todos los casos es la mala condición social, cultural y educativa de la población nigeriana, así como la mala gestión política y la corrupción. Pero algunos de los conflictos también tienen implicaciones religiosas y étnicas.
Según dirigentes de la Iglesia, el Gobierno no ha adoptado medidas adecuadas para frenar la criminalidad interreligiosa e interétnica. «El gobierno nos ha fallado por completo», ha afirmado a ACN Matthew Man-Oso Ndagoso, arzobispo de Kaduna, «Es la ausencia de poder lo que está provocando esto. Bandidos, Boko Haram, secuestros, todos estos son síntomas de la injusticia, de la corrupción que hay en el sistema. Nuestros líderes roban nuestro dinero y lo llevan a Occidente. A menos que podamos llegar a la raíz del problema, estaremos librando una batalla perdida».
Cuando se habla de violencia y conflictos en Nigeria, es importante comprender los diferentes conflictos y las áreas de impacto. Los ataques en Nigeria provienen de muchas direcciones diferentes y, a menudo, es difícil comprender los límites entre la persecución abierta, el extremismo islámico, las rivalidades étnicas históricas y el simple bandidaje. La realidad es que toda esta violencia sigue en aumento. En los últimos años además ha crecido el fenómeno de los secuestros, que está golpeando a la propia Iglesia con numerosos casos de sacerdotes, seminaristas y religiosos secuestrados.
En una entrevista con Ayuda a la Iglesia Necesitada, Mons. Ignacio Ayau Kaigama, arzobispo de Abuya, la capital de Nigeria, califica esta situación de «enfermedad que se extiende sin que se haga ningún esfuerzo significativo para detenerla».
En sus declaraciones a ACN, el arzobispo explica: «Los secuestros se producen desde hace mucho tiempo en Nigeria, la gente pensaba que no les ocurriría a los líderes religiosos. Por eso, cuando ocurre, es una noticia destacada». Kaigama subraya que, si bien es un hecho muy triste que los líderes religiosos del país sean secuestrados y asesinados, también hay otros nigerianos que corren la misma suerte: «Son lo que yo llamaría víctimas silenciosas, y son muchas», afirma.
Hablando sobre los autores de los crímenes, Mons. Kaigama explica que «las palabras «terroristas», «bandidos» y «hombres armados» se han utilizado indistintamente para calificar a quienes están detrás de estos secuestros, pero no se conoce a ciencia cierta su identidad.» El arzobispo lamenta que se esté matando a cientos y miles de personas en diferentes partes del país y que no se haga nada concreto al respecto.
«El hecho de que nuestras fuerzas de seguridad sean incapaces de identificar a estas personas resulta desconcertante y da a entender que no se esfuerzan mucho por garantizar la seguridad», afirma Mons. Kaigama. «Esto sigue y sigue, y a nosotros nos cuentan siempre la misma historia», denuncia.
Mons. Kaigama cree que hay varios móviles tras estos secuestros. Hay secuestros por motivos económicos perpetrados por delincuentes que «solo buscan dinero rápido, que retienen a personas como rehenes y piden rescates de millones de nairas», pero también hay fundamentalistas religiosos que buscan la expansión territorial «para conquistar a los que consideran infieles, y los cristianos son el número uno en su lista. También atacan y matan a musulmanes que no profesan el mismo culto que ellos», señala.
Según el arzobispo, también hay quienes son simplemente fanáticos religiosos: «Se han olvidado de lo que quieren, pero redoblan sus esfuerzos en matar y destruir», dice. La Iglesia católica nigeriana se distingue por ser una Iglesia visible, muy respetada y reconocida en el país, «por lo que los criminales, bandidos o como quiera que los llamen son conscientes de que cuando tocan a un sacerdote o a una religiosa católica se convierte muy rápidamente en noticia, creen que eso obliga al Gobierno a tomárselo en serio», añade.
Apedreada hasta la muerte por un WhatsApp
El 12 de mayo de 2022, Deborah Samuel Yakubu, cristiana de 22 años, sufrió el ataque de sus compañeros de clase, que la lapidaron hasta la muerte y prendieron fuego a su cuerpo. Habían acusado a Deborah, estudiante de segundo curso de Economía en el Shehu Shagari College of Education de Sokoto, en el norte de Nigeria, de haber enviado un mensaje blasfemo por haberse quejado a sus compañeros de clase por WhatsApp de que se tratasen temas religiosos en un grupo abierto para cuestiones académicas. Cuando volvió a la escuela después de las vacaciones sus compañeros de clase organizaron un grupo para capturarla. Los testigos describieron que «la seguridad del colegio y la policía intentaron rescatar a la víctima, pero se vieron superados por los estudiantes».
En contra de las normas jurídicas islámicas, este brutal acto de violencia colectiva fue una ejecución sumaria. Saidu Mohamadu Macido, secretario del Consejo del Sultanato del estado de Sokoto, denunció el atentado en un comunicado:
«El Consejo del Sultanato condena el incidente en su totalidad y ha instado a los organismos de seguridad a llevar ante la justicia a los autores de este incidente injustificable. […] El Consejo del Sultanato ha instado a todos a mantener la calma y a garantizar la convivencia pacífica entre todos los individuos del estado y la nación».
Tras el ataque, dos personas fueron detenidas por el asesinato, tras lo cual grupos de jóvenes alborotadores (alentados por adultos en la sombra) atacaron dos iglesias católicas; los vándalos destruyeron algunas ventanas de la catedral católica de la Sagrada Familia e incendiaron parcialmente la iglesia católica de San Kevin.
A pesar de la condena del Sultanato, esta serie de atentados ha confirmado los temores de los cristianos sobre una creciente radicalización musulmana en el norte. Matthew Hassan Kukah, obispo católico de la diócesis de Sokoto, manifestó su solidaridad ante estos temores declarando: «Lejos de la condena universal de este horrible acto, muchos extremistas islamistas y sus imanes han aplaudido el asesinato, afirmando que estaba justificado, y llamando a más violencia contra cualquiera que pueda pedir justicia legal contra los autores». La familia de Deborah se acabó marchando a vivir al sur de Nigeria, mayoritariamente cristiano.