(InfoCatólica) Cuatro años y medio después de que viera la luz 400 poemas para explicar la fe, creemos estar de enhorabuena al presentar la segunda edición, que contiene mejoras notables, algunas sugeridas por los propios lectores, como el índice de poemas por autores o el de primeros versos, y la remodelación de algunas secciones. Pero la que más nos satisface es la incorporación de nuevos autores actuales, poetas excelentes, cuya generosidad es proporcional a su excelencia. No siempre se puede contar con los autores que un compilador desearía, pero a los que nos han dado el sí les estamos muy agradecidos, porque entre ellos figuran nombres muy prestigiosos. Además de recomendar -cómo no- encontrarlos y disfrutarlos en esta segunda edición, vamos a ir ofreciendo a los lectores una serie de entrevistas con los nuevos autores contemporáneos, para que, al conocerlos desde cerca, el lector vaya apeteciendo su lectura.
Y comenzamos nada menos que con Miguel d’Ors, un autor gallego, de Santiago de Compostela, ciudad en la que nació en 1946. Parece obligado añadir que tan noble apellido le viene, como habrá sospechado el lector, por su abuelo Eugenio. Lo que le convierte en primo del sacerdote y escritor Pablo d’Ors. A pesar de ser un autor inmune a la seducción de los engranajes más mercantilizados de la industria editorial, su obra es de las más reconocidas y con mejor acogida entre el público lector del género. Como profesor e investigador, su obra académica es también muy importante; destacan los libros y artículos dedicados a Manuel Machado.
Al hombre no lo define sólo una trayectoria profesional; así que queremos preguntarle por esos otros aspectos de su vida que dan cuenta de quién es Miguel d’Ors.
Bueno, yo creo que, junto a mi faceta de filólogo -profesor universitario e investigador-, y no con menor importancia en mi vida, está la de mi permanente contacto con la Naturaleza: por una parte, en todos los veranos desde mis 5 años hasta entrada la década de 1980, en el campo gallego de Paraños (Carballedo, Cotobade, Pontevedra), donde mi madre heredó una finca con cultivos y animales, y por otra parte en mi faceta de montañero. Hice mi primera ascensión a los 14 años, y desde entonces no he dejado de frecuentar las montañas: sierras vasco-navarras, Pirineos, montañas del Vallés, Sierra Nevada, Guadarrama, Sierra de la Demanda, Gredos, montañas del Levante y ahora sobre todo montes gallegos y leoneses... La Naturaleza ha sido muy determinante para mi sensibilidad, mi carácter y mi salud física y mental.
Me alegró leerle decir en otra entrevista que el éxito le parece sospechoso, y más hoy en día. Sin embargo, desde hace décadas su obra recibe gran reconocimiento. ¿Cuál es ese éxito que tan sospechoso se hace en estos tiempos, y que un autor católico no desearía alcanzar?
En primer lugar tengo que recordarle que ese reconocimiento de mis versos al que usted se refiere viene de un pequeñísimo sector del público, que es casi únicamente el de los poetas y los críticos. De algunos poetas y algunos críticos, habría que precisar: una gotita en el océano de nuestra sociedad. La mayoría de la gente, seamos claros, me ignora sin paliativos.
Y, ya respondiendo a su pregunta, si hoy me dijesen que el poeta X, lo mismo da si es católico o no, está teniendo éxito popular en esta sociedad, el mismo éxito que tienen cantantes, actores, futbolistas o «estrellas» de los programas más repugnantes de la televisión, no me quedaría más remedio que pensar que ese poeta ha rebajado el nivel de su obra para dejarla al nivel espiritual y cultural de las masas, que es el que es. Jean Cocteau dijo, con mucha razón, que «La masse ne peut aimer un poète que par malentendu».
En un sentido similar, leí una frase suya que me he permitido citar en la introducción a esta segunda edición: «nadie con un poco de cabeza y un poco de sensibilidad puede sentirse cómodo en el mundo contemporáneo». ¿Podría desarrollar un poco esta idea que muchos lectores, siquiera de una manera nebulosa e intuitiva, compartimos?
Vivimos, creo yo, en un Mundo dominado por el economicismo, el industrialismo y la deshumanización del ser humano. En él todo lo que no tenga una utilidad práctica más o menos inmediata es desdeñado y marginado. Ahora mismo la Cultura, las Humanidades, el Arte, la Literatura, la Religión, por supuesto, y cualquier manifestación de cierta delicadeza de espíritu a la mayoría la trae sin cuidado, a no ser que se la use en función de intereses políticos. Incluso hay gente joven que se enorgullece de no haber leído nunca un libro. Siempre hay excepciones, claro, y eso es lo que no permite un desánimo total.
Una siempre siente curiosidad por saber qué leen los autores a los que admira y de los que disfruta. ¿Qué está leyendo ahora?
Soy lector (y relector) omnívoro. Ahora mismo estoy releyendo los sonetos de Garcilaso, una traducción de la Spoon River Anthology de Edgar Lee Masters y Cruzando el umbral de la esperanza (que es un diálogo de Vittorio Messori con Juan Pablo II), y leyendo la novela 1707 de Juan Ramón Barat. Además, tengo la costumbre de repasar cada noche un capítulo de la Biblia.
Y por seguir con sus lecturas, ¿cuál es, si es que lo hubo, ese libro de adolescencia que le impactó en tal grado que aún percibe la onda expansiva del impacto, o al que recuerda con el cariño con el que miramos el candor de nuestras primeras experiencias lectoras?
Los tomos «Románticos y victorianos» y «Los contemporáneos» de la antología bilingüe La Poesía inglesa de Mariano Manent en Ediciones Lauro, 1945 y 1948 respectivamente, que habían sido de mi abuelo Eugenio y mi padre me regaló hacia 1961. Esa fue la lectura que más me afectó en mis años de formación como poeta.
Entre sus publicaciones académicas destaca la atención dedicada a Manuel Machado, ¿qué fue lo que principalmente le llevó a este poeta?
La calidad objetiva de su obra y el injusto olvido sectario en que se le tenía desde poco después de su muerte.
No es nada frecuente en la historia de la poesía lírica, que tanto se ha ocupado de cantar al amor, emplearse en el amor conyugal, en el matrimonio. Me ha sorprendió muy gratamente encontrar varios poemas de autores actuales, católicos, claro, que han dedicado poemas al amor en el matrimonio, de tal modo que he incluido una sección nueva con esa temática.
Es que las relaciones entre el amor y el matrimonio son muy peculiares. El amor no tuvo su actual prestigio hasta fechas bastante recientes en la historia de la humanidad. Durante la alta Edad Media y bastante después a menudo se lo asociaba a los estratos inferiores de la persona, los más animales: los de los instintos. Un famoso exemplum escolar presentaba a Aristóteles, entonces el sabio por antonomasia, caminando a cuatro patas con una mujercilla a cuestas. Hay un dibujo de Leonardo da Vinci que representa esta escena. Sólo a partir del siglo XVIII -de Rousseau y Julia o La nueva Eloísa (1760) en especial- el amor será generalmente entendido como un sentimiento personal, y se pensará que el matrimonio debe fundarse en él. Por eso tantos escritores de la época defenderán, frente a las imposiciones paternas, familiares o de cualquier otra procedencia, la libertad de las personas jóvenes, y muy especialmente la de las del sexo femenino, a la hora de elegir cónyuge de acuerdo con los sentimientos mutuos. Pero anteriormente no era así: el matrimonio no implicaba el amor: los reyes y príncipes se casaban generalmente por razones políticas (de estado), los nobles por razones político-económicas (alianzas de linajes y acrecentamiento del patrimonio) y los plebeyos por razones económicas (ayuda en las faenas diarias y conservación de las propiedades). La propia Moral católica asignaba al sacramento del Matrimonio tres fines: la procreación y cuidado de los hijos, el remedio de la concupiscencia y el mutuo auxilio, y sólo tras el Concilio Vaticano II, en la segunda mitad del siglo XX, los teólogos añadieron como otro fin del Matrimonio el de expresar y promover el amor de los esposos. No es de extrañar, entonces, que hasta fechas bastante recientes la Poesía amorosa fuese generalmente no-matrimonial, y en no pocos casos, extra-matrimonial. Pero, ya en los comienzos del siglo XX tenemos, por ejemplo, a Unamuno, y después a los poetas del grupo de Escorial- Rosales, Panero, Vivanco-, y luego a un Rafael Guillén o un Carlos Murciano, y en los últimos tiempos ya somos unos cuantos los que seguimos esa tradición.
En relación con lo que acaba de decir, su poema «Esposa», incluido en esta edición, habla de «alguien más»: ¿el matrimonio es cosa de tres y por eso funciona?
Yo siempre he creído que el estado natural del ser humano es la pareja hombre-mujer, y que es en ese estado como todos debiéramos vivir. «No es bueno que el hombre esté solo», nos dice ya el Génesis (y que no me vengan con bromas: ese hombre incluye también a las hembras de la especie humana). Sólo una motivación de orden superior, como puede ser una vocación de entrega total a Dios justifica la vida solitaria.
Ese hecho natural Cristo quiso elevarlo a la categoría de sacramento para que en esa unión de hombre y mujer interviniese el Espíritu Santo, asemejándola a la de Cristo y la Iglesia. Así, en el amor matrimonial cristiano hay un componente sobrenatural, que es una gran ayuda para los dos implicados y su unidad en «una sola carne»; aunque es verdad que ese componente, por culpa de las debilidades y complejidades humanas no garantiza al 100% el buen funcionamiento del matrimonio. Y donde acabo de decir «cristiano» quizá debiera decir «católico», porque me parece que las demás confesiones cristianas hacen oídos sordos a lo que el propio Jesucristo dijo (Mt 19, 9; Mc 10, 11-12; Lc 16,18, y también 1Cor 7, 10-11) sobre la indisolubilidad del matrimonio, que actualmente es, según creo, doctrina exclusiva de la Iglesia Católica y, desde luego, una manifestación más de lo que en el Evangelio se llama «la puerta estrecha».
Un gallego en Granada, a pesar de la inundación de belleza que flota en esa ciudad, cuando regresa a su tierra, ¿logra más fácilmente esa «justa transparencia» que difumina los objetos del primer plano y permite atisbar la presencia de Dios? ¿Se acostumbra uno a la belleza?
Me parece percibir que usted considera la belleza de Granada superior a la de Galicia. Pues no lo comparto: Granada tiene mucha belleza natural y artificial, pero los paisajes gallegos, por no hablar de mi ciudad de Santiago, son estéticamente extraordinarios (cuando no los chafa alguna de esas construcciones horribles que tanto abundan en mi tierra natal). No es casualidad que en «La justa transparencia» (que puede verse en la antología) arrancase precisamente de un paisaje gallego como es el de la sierra del Candán.
Finalmente, ¿cómo ve el panorama literario actual en lengua española y, en concreto, la poesía? ¿A quién admira o recomienda leer?
No creo pecar de optimismo si digo que, a mi juicio, la Poesía española de los años 1980 a 2000 es una de las mejores del Mundo. En mi generación y la siguiente hay un buen número -vamos, creo yo- de poetas de primera fila: Juan Luis Panero, José María Merino, Víctor Botas, Antonio Colinas, Fernando Ortiz, Eloy Sánchez Rosillo, Javier Salvago, José Luis García Martín, Luis Alberto de Cuenca, Jon Juaristi, Abelardo Linares, Andrés Trapiello, Julio Martínez Mesanza, José Cereijo, Pedro Sevilla, Eduardo Jordá, César Martín Ortiz, Susana Benet, Juan Ramón Barat, Felipe Benítez Reyes, Carlos Marzal, Amalia Bautista, José Mateos, Juan Antonio González Iglesias, Juan Bonilla, Gabriel Insausti, Javier Almuzara, Karmelo Iribarren, Enrique García-Máiquez, Jaime García-Máiquez, Víctor del Moral y otros que se me están olvidando y a los que pido disculpas por mi mala memoria.
Nos despedimos de don Miguel d’Ors con gratitud por sus poemas y por su amable atención. Y también por las recomendaciones que acaba de hacernos. Varios de los poetas que menciona cuentan en su obra con poemas de inspiración religiosa y se incluyen en la nueva edición de 400 poemas para explicar la fe.
Ha sido una conversación verdaderamente entrañable, reconfortante incluso, diría, y durante la cual ha sido fácil hacer abstracción de todo lo feo que impera en un mundo que ha olvidado que estamos hechos para la Belleza.
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Trayectoria y obra: Doctorado en Filosofía y Letras en la Universidad de Navarra, donde fue luego profesor hasta el año 1979, Miguel d’Ors ha sido profesor de Literatura en la Universidad de Granada. Desde su primera obra publicada, Del amor, del olvido (1972), hasta finales de los años 80, el ambiente literario fue poco propicio a sus temas y estilo, pero desde Curso Superior de Ignorancia (1988) y La música extremada (1991), su innegable calidad le fue procurando el prestigio del que hoy goza. Átomos y galaxias (2013), Manzanas robadas (2017), Poesías completas 2019 (2019) y Viaje de invierno (2021) son sus últimos títulos, publicados ya en el siglo XXI.