(Aica/InfoCatólica) Al inicio de la parábola -señaló Francico- Jesús habla de un hombre que, al salir de viaje, llamó a sus servidores y les confió sus bienes. «Este ‘viaje’ evoca el misterio mismo de Cristo, Dios hecho hombre, su resurrección y ascensión al cielo. Al concluir su jornada terrena, Jesús emprende su ‘viaje de regreso’ hacia el Padre», recordó.
Pero, agregó, «antes de partir nos entregó sus bienes, un auténtico ‘capital’; nos dejó a sí mismo en la Eucaristía, su palabra de vida, a su Madre como Madre nuestra, y distribuyó los dones del Espíritu Santo para que nosotros podamos continuar su obra en el mundo».
El viaje de nuestra vida
Luego, el Santo Padre manifestó que la parábola «nos dice que cada uno de nosotros, según las propias capacidades y posibilidades, ha recibido los ‘dones del Espíritu Santo’». «Los talentos para una misión personal que el Señor nos confía en la vida cotidiana, en la sociedad y en la Iglesia», destacó.
Entonces, preguntó: «¿Qué camino seguimos en nuestra vida, el de Jesús que se hizo don o el del egoísmo? ¿El de las manos abiertas hacia los demás, para dar, para darnos, o el de las manos cerradas para tener más y quedarnos sólo con nosotros mismos?».
«Cuidado, no nos dejemos engañar por el lenguaje común, aquí no se trata de capacidades personales, sino, como decíamos, de los bienes del Señor, de aquello que Cristo nos dejó al volver al Padre. Con esos bienes él nos ha dado su Espíritu, en el cual fuimos hechos hijos de Dios y gracias al cual podemos gastar la vida dando testimonio del Evangelio y edificando el Reino de Dios», advirtió.
Y señaló: «El gran ‘capital’ que ha sido puesto en nuestras manos es el amor del Señor, fundamento de nuestra vida y fuerza de nuestro camino».
Seguidamente, el Papa aseguró que «podemos multiplicar lo que hemos recibido, haciendo de nuestra vida una ofrenda de amor para los demás, o podemos vivir bloqueados por una falsa imagen de Dios y, a causa del miedo, esconder bajo tierra el tesoro que hemos recibido, pensando sólo en nosotros mismos, sin apasionarnos más que por nuestras propias conveniencias e intereses, sin comprometernos».
Colmados de dones, estamos llamados a hacernos don
«La parábola de los talentos nos sirve de advertencia para verificar con qué espíritu estamos afrontando el viaje de la vida, pues hemos recibido del Señor el don de su amor y estamos llamados a ser don para los demás», enfatizó.
Y señaló: «Si no multiplicamos el amor alrededor nuestro, la vida se apaga en las tinieblas; si no ponemos a circular los talentos recibidos, la existencia acaba bajo tierra, es decir, es como si estuviésemos ya muertos». «¡Cuántos cristianos enterrados! ¡Cuántos cristianos viven la fe como bajo tierra!», exclamó.
«Compartir nuestro pan y multiplicar el amor»
Francisco instó a pensar en aquellas «pobrezas materiales, culturales y espirituales de nuestro mundo», en las existencias heridas que habitan en nuestras ciudades, en los pobres que se han convertido en invisibles, cuyo grito de dolor es sofocado por la indiferencia general de una sociedad muy ocupada y distraída.
«Cuando pensamos en la pobreza, no debemos olvidar el pudor: la pobreza es recatada, se esconde. Debemos ir a buscarla, con valentía», dijo, al tiempo que insistió en «cuantos están oprimidos, cansados, marginados, en las víctimas de las guerras y en aquellos que dejan su tierra arriesgando la vida, en aquellos que están sin pan, sin trabajo y sin esperanza».
«Tantas pobrezas cotidianas. Y no son uno, dos o tres: son una multitud. Los pobres son una multitud», señaló. «¡No enterremos los bienes del Señor! Hagamos que circule la caridad, compartamos nuestro pan, multipliquemos el amor. La pobreza es un escándalo», enfatizó.
Finalmente, exhortó a rezar «para que cada uno de nosotros, según el don recibido y la misión que le ha sido confiada, se comprometa a ‘hacer fructificar la caridad’ y a hacerse cercano a algún pobre».