(UCANews/InfoCatólica) Recientemente, un tuit publicado por una mujer japonesa de 48 años que decidió dar a luz a una edad avanzada no sólo ha captado la atención pública, sino que también se ha convertido en el centro de un intenso debate.
El tuit suscitó una amplia gama de opiniones, con críticas que cuestionaban la sensatez de dar a luz en una etapa tan avanzada de la vida de una mujer, debido a los posibles efectos adversos que puede tener en la salud y el bienestar general del niño.
Las críticas en este caso concreto sirven de catalizador para un debate más amplio e intrincado. Se está produciendo un debate social más amplio sobre el creciente número de mujeres japonesas que retrasan deliberadamente la maternidad hasta los 30 o 40 años.
No mucha gente sabe que Japón se erige como centro mundial de tratamientos de infertilidad, un hecho subrayado por las estadísticas de la Sociedad Japonesa de Obstetricia y Ginecología.
Solo en 2019 nacieron en el país la considerable cifra de 60.598 niños gracias a la ayuda de la fecundación in vitro (FIV). Esta estadística posiciona a Japón como una nación líder en el ámbito de los tratamientos de infertilidad, con un notable 1 de cada 14 niños nacidos mediante FIV.
Otros datos de la Comisión Internacional para el Seguimiento de la Tecnología de Reproducción Asistida correspondientes al año 2017 ilustran la asombrosa cifra de aproximadamente 445.000 procedimientos de FIV realizados en el país.
Esto sitúa a Japón firmemente en lo más alto de la clasificación mundial, superando a Estados Unidos, que ocupaba la segunda posición con unos 180.000 casos, y a Rusia en tercer lugar con aproximadamente 135.000 casos.
Obviamente, la disponibilidad de cobertura de seguros ha desempeñado un papel fundamental a la hora de motivar a más personas a explorar y optar por tratamientos de infertilidad.
Curiosamente, aunque la tasa de natalidad general en Japón ha experimentado un descenso, se ha producido un notable aumento del número de mujeres que deciden dar a luz a edades más avanzadas.
Los datos de las estadísticas demográficas del Ministerio de Sanidad, Trabajo y Bienestar en 2020 ofrecen una imagen reveladora: un notable 29,2%, es decir, casi 1 de cada 3 nacimientos, fueron de mujeres de 35 años o más, e incluyeron el segundo hijo y los siguientes.
Además, un 5,9% del total de nacimientos correspondió a mujeres de más de 40 años, lo que supone un notable aumento con respecto al escaso 0,5% registrado en 1980.
Este cambio de tendencia se pone de manifiesto en la edad media a la que las mujeres tienen su primer hijo, que se ha mantenido en 30,7 años desde 2015, un marcado 4,3 años más que la media de 1980.
En medio de la evolución de las opciones personales a la hora de dar a luz, surge una pregunta crítica: ¿Cuáles son las posibles ramificaciones de este cambio social en las futuras generaciones de la sociedad japonesa?
Profundizar en esta cuestión requiere un examen exhaustivo no sólo de los problemas de salud inmediatos del niño, sino también de las posibles repercusiones a largo plazo en la dinámica familiar, las estructuras sociales, los sistemas sanitarios y el tejido social en su conjunto.
En primer lugar, la salud y el bienestar del niño son preocupaciones importantes. La edad materna avanzada se asocia a un mayor riesgo de diversos problemas de salud durante el embarazo y el parto, como diabetes gestacional, hipertensión y complicaciones durante el parto.
Además, aumenta la probabilidad de anomalías cromosómicas como el síndrome de Down, que pueden afectar a la calidad de vida del niño y requerir cuidados y apoyo adicionales.
Además, a los padres mayores les puede resultar más difícil seguir el ritmo de las exigencias físicas de criar a un hijo, sobre todo a medida que éste crece. Pueden tener dificultades para participar en juegos activos y proporcionar una supervisión adecuada, lo que puede repercutir en el desarrollo general y el bienestar emocional del niño.
Además, los padres mayores pueden tener problemas de salud o sufrir un declive en sus propias capacidades cognitivas y físicas a medida que su hijo alcanza la edad adulta. Esto podría suponer una carga para el niño, obligándole a asumir responsabilidades de cuidado antes que sus compañeros, lo que afectaría a su propia educación, perspectivas profesionales y vida personal.
Además, los hijos de padres mayores pueden tener problemas económicos. A los padres mayores les suelen quedar menos años de carrera profesional para financiar la educación de sus hijos, y pueden tener dificultades para planificar la jubilación y cubrir las necesidades futuras de sus hijos al mismo tiempo.
Desde el punto de vista social, los hijos de padres mayores pueden tener dificultades para relacionarse con compañeros de padres más jóvenes. Pueden experimentar una brecha generacional que les lleve a sentirse aislados o a tener dificultades para establecer vínculos sociales sólidos.
En definitiva, es fundamental reconocer y abordar las posibles complicaciones a las que se enfrentarán las futuras generaciones de japoneses nacidos de madres mayores. Comprender plenamente las necesidades específicas de estos niños es vital para garantizar su desarrollo saludable y su integración satisfactoria en la sociedad.
Los responsables políticos, los educadores y la sociedad en general deberían promover activamente el parto prematuro a través de campañas específicas en los medios de comunicación y diversos canales de comunicación.
Sin embargo, la realidad actual presenta un panorama opuesto: en las democracias liberales de Occidente prevalece una inclinación ideológica que hace hincapié en el fomento del empleo precoz de la mujer, fomentando así el retraso del parto.
Aunque esta estrategia puede ofrecer cierto alivio económico a corto plazo, encierra el potencial de acarrear consecuencias a largo plazo que podrían ser desastrosas.