(Fides/InfoCatólica) El amor a la patria «forma parte de las enseñanzas de la Iglesia católica», y en la situación actual que viven los católicos en China continental y en Hong Kong es oportuno y conveniente rezar para que el Espíritu Santo «nos enseñe a amar a nuestro país y a nuestra Iglesia al mismo tiempo». Así lo escribe el obispo de Hong Kong, el jesuita Stephen Chow Sau-yan, en un artículo publicado en el semanario diocesano The Sunday Examiner exponiendo algunas reflexiones en torno a su reciente visita a la diócesis de Pekín.
Sus palabras, que parecen favorables al régimen chino, han suscitado comentarios diversos, mayormente críticos, en las redes sociales.
El obispo introduce su discurso con premisas sociológicas interesantes: «Es cierto -escribe Stephen Chow- que 'amar a nuestro país' es una exigencia fundamental del Gobierno chino y del Gobierno de Hong Kong. Como muchos de nosotros, crecí en el Hong Kong colonial, donde el sentimiento y la identidad nacionales apenas formaban parte de nuestra conciencia. Por lo tanto, expresar nuestro amor por nuestro país no estaba, por así decirlo, inscrito en nuestros cromosomas». Además, «lo que muchos de nosotros hemos vivido en el frente sociopolítico durante la última década ha hecho que la transición sea aún más difícil. Creo que nuestros gobiernos, el chino y el de Hong Kong, deberían ser muy conscientes de ello. Realmente necesitamos que el Espíritu Santo nos enseñe a amar a nuestro país y a nuestra Iglesia al mismo tiempo».
Seguidamente, el obispo Chow subraya que «el amor a nuestro país forma parte de las enseñanzas de la Iglesia católica». A este respecto, el obispo cita las palabras de Jesús en el Evangelio de Marcos («Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», Mc. 12, 17) y el artículo 2239 del Catecismo de la Iglesia Católica, que define el «deber» de los ciudadanos de «contribuir a los poderes civiles para el bien de la sociedad con espíritu de verdad, justicia, solidaridad y libertad». El amor y el servicio a la patria -afirma el Catecismo- «derivan del deber de gratitud y del orden de la caridad. La sumisión a la autoridad legítima y el servicio al bien común exigen que los ciudadanos cumplan su función en la vida de la comunidad política».
El obispo Chow continúa su discurso señalando que la mayor riqueza de un país es «sin duda su gente. Por tanto, amar a un país significa amar a quienes viven en él, especialmente a sus ciudadanos y residentes». Del mismo modo, la mayor riqueza de la Iglesia «no son sus edificios eclesiásticos, sino el Pueblo de Dios». Así pues, si uno no quiere ser abstracto, debe reconocer que «amar a nuestro país significa que la dignidad de su gente debe ser lo primero. Creo que cualquier gobierno responsable debería tener la misma misión en mente, aunque los enfoques prescritos puedan variar debido a diversos factores externos». La gente -continúa el obispo Chow- puede disfrutar de una vida ‘buena’ «cuando su gobierno cumple su misión. Lo contrario también es cierto. Por eso es deseable que haya una apertura al diálogo entre el gobierno y la Iglesia. Por el bien del país, debemos ayudar al gobierno a mejorar».
Basándose también en su larga experiencia en el campo de la enseñanza, el obispo Chow habla del diálogo en curso entre el Gobierno chino y la Iglesia católica:
«El diálogo presupone respeto, empatía y comprensión mutua. Con esta forma de comunicación, los ‘comentarios’ críticos pero constructivos pueden ser aceptados y tenidos más en cuenta. Según mi experiencia como educador y psicólogo, ser positivo y apreciar a quienes pueden aportar cambios deseables para uno mismo o para los demás es sin duda más útil que ser negativamente crítico y preventivamente hostil».
Tratar con un sistema o una ideología puede acarrear problemas y complicaciones. Pero «la humanidad - subraya el obispo - tiene su lado positivo, más luminoso y amoroso, que puede compensar o incluso mejorar el sistema. Mi viaje a Pekín me ha enseñado a apreciar al personal de la Iglesia y del Gobierno a la luz de una humanidad común deseosa de objetivos que fomenten una mayor comprensión y cooperación». Porque la verdad aflora mejor «en la tensión que en la ideología. Y la creatividad suele ser parte de la solución cuando las distintas partes están dispuestas a trabajar juntas sobre un terreno común».
El obispo Chow añade que no hay que ser ingenuos con respecto a que «la burocracia debilitante» y «los intereses políticos constituyen algunos de los principales obstáculos para un diálogo fructífero», ya que «no se trata de hacer reverencias, sino de afinar los valores fundamentales en la búsqueda de un enfoque compartido».