(Vatican.news/InfoCatólica) «La Iglesia no evangeliza porque se encuentre ante el gran desafío de la secularización, sino porque debe ser obediente al mandato del Señor de llevar su Evangelio a toda criatura. En este sencillo pensamiento se condensa el proyecto de los próximos decenios, que deben encontrarnos capaces de comprender plenamente la responsabilidad que incumbe a la Iglesia de Cristo en esta particular coyuntura histórica».
Así lo subrayó monseñor Rino Fisichella, pro-prefecto del Dicasterio para la evangelización, en una conferencia sobre «Evangelización y vocación» celebrada en el colegio de San Patricio de Maynooth, en Irlanda.
El cristianismo está inserto en la historia
Uno de los rasgos peculiares del cristianismo, reitera el prelado, «es el concepto de estar inserto en la historia». La Iglesia, por tanto, no puede ser eficaz en su labor evangelizadora si olvida «cómo entrar en la cultura, y cómo crear historia». En este sentido, por tanto, «pensar en la evangelización como si no existiera la necesidad de la inculturación, no es un camino que se pueda recorrer».
Evangelizar en el continente digital
En la valentía de evangelizar para descubrir nuevos caminos y seguirlos «bajo la acción del Espíritu – prosigue monseñor Fisichella – no se puede olvidar por una parte, la necesidad de transmitir lo que 'siempre se ha creído por todos y en todo lugar' y, por otra, la necesidad de comprender la nueva cultura que está emergiendo y que determinará los próximos siglos: la cultura digital».
Presencia evangelizadora en el continente digital
Internet, en efecto, «representa ciertamente una oportunidad para el diálogo, el encuentro y el intercambio entre las personas, así como el acceso a la información y al conocimiento», pero la verdadera cuestión «no es cómo utilizar las nuevas tecnologías para evangelizar, sino cómo convertirse en una presencia evangelizadora en el continente digital».
El encuentro con el Señor
De hecho, el uso de herramientas digitales no puede ser el único instrumento de evangelización, que no puede prescindir del encuentro interpersonal. «Al contrario – explica el pro-prefecto – nos encontraremos ante una virtualización de la evangelización que viene a acercarse a otros mundos virtuales experimentados, con el riesgo real, sin embargo, de una evangelización débil e ineficaz».
«En primer lugar, por tanto, debe estar siempre nuestro encuentro con el Señor, nuestra llamada personal y el testimonio de los efectos que ésta ha tenido en nosotros, y la vocación a la misión, que es un elemento intrínseco del cristianismo y, al mismo tiempo, se convierte en un criterio para juzgar la eficacia del trabajo pastoral».
La Buena Nueva es un hecho que pide tomar una posición
Como los apóstoles llamados por el Señor en Galilea, «quienes anuncian la palabra de Dios están investidos de una autoridad que viene de lo alto, pero que exige a quienes la aceptan ser discípulos del único maestro». En efecto, estar ante Cristo no permite neutralidad alguna. Uno no puede permanecer igual ante la maravilla y el asombro de su encuentro.
Sólo con esta conciencia se puede tener la «autoridad» para anunciar la «buena noticia». «No subestimar el uso del término 'noticia' es de suma importancia – explica además monseñor Fisichella – porque significa, ante todo, comunicación de un hecho. En efecto, no estamos ante una enseñanza, ni ante una exhortación espiritual, ni mucho menos ante una teoría para mejorar la sociedad; no. La referencia a la ‘noticia’ es para subrayar la verdad subyacente: es un acontecimiento, un hecho que implica a quien escucha y le pide que tome posición».
Acompañantes y acompañados
«Ayudar a descubrir la primacía de Dios en nuestra vida y la fuerza de su gracia se convierten – prosigue el prelado – en el instrumento a través del cual podemos orientar conscientemente nuestra propia existencia», porque una vocación, «nunca es una improvisación», sino «el descubrimiento de un proyecto que viene de lejos y del que, tal vez, por distracción», aún no éramos conscientes.
Desde la perspectiva vocacional esto significa «que necesitamos una gran obra de acompañamiento de nuestros jóvenes», con la conciencia «de que cuando se camina juntos se acompaña recíprocamente y el movimiento, por tanto, nunca es unidireccional». Esto requiere «la sabiduría de quien sabe que tiene la responsabilidad de conducir a una persona hacia la libertad».
El servicio de acompañamiento, por tanto, es ante todo «llevar a la persona a un encuentro vivo con la Palabra de Dios viva en la vida de la Iglesia. La predicación no es un fenómeno estático, sino dinámico. Se refiere a la palabra que permanece como expresión de interpelar, provocar, narrar, sostener, consolar... en resumen, la palabra por su propia naturaleza es dinámica».
La audacia de Dios al confiarse al hombre común
Por último, el comportamiento y el estilo de vida del acompañante deben ser coherentes con el anuncio de la Palabra. «En un mundo tan celoso de su propia autonomía – reitera monseñor Fisichella – el sacerdote muestra que no hay contraste entre autonomía y abandono de sí mismo en el seguimiento. Su vida muestra que no se le quita nada de su humanidad cuando elige seguir la llamada al sacerdocio, y que se le concede mucho».
«Lo que se pide al sacerdote, en definitiva, es precisamente esto – dice –ser un signo concreto de que el amor de Cristo no es una utopía ni algo de lo que sólo son capaces los héroes, sino una realidad que pueden vivir los hombres ordinarios cuando son capaces de entregarse». En esto, concluye el prelado, está la audacia de Dios, «en tener que confiar todo de sí mismo a un hombre común», poniendo su cuerpo y su palabra en manos de un sacerdote para que sea alimento y sostén para la vida de cuantos se acercan.