(Guillermo Altarriba/ ACdP) Libres es un documental único. En él, un equipo de documentalistas entra en 12 monasterios y conventos de clausura para responder a una pregunta que en pleno siglo XXI suena más urgente que nunca: ¿cómo es posible que alguien decida encerrarse entre los cuatro muros de un monasterio para ser libre?
Producida por Variopinto Producciones y Bosco Films, con la participación de la Asociación Católica de Propagandistas (ACdP), Libres se estrena este viernes en cines de toda España y próximamente en varios países de Hispanoamérica. En esta entrevista, su director, Santos Blanco, y su guionista, Javier Lorenzo, reflexionan sobre cómo ha sido este viaje, qué han descubierto y si han logrado una respuesta satisfactoria a aquella pregunta inicial.
Libres es una película atípica. ¿De dónde nace el proyecto?
Santos Blanco (SB): Durante el confinamiento hicimos una campaña con Lucía [González Barandiaran, CEO de Bosco Films] para recaudar fondos para la Fundación DeClausura, porque muchos monasterios y conventos se habían quedado sin dinero para subsistir. Fue un éxito, y pasada la pandemia fui a rodar en ellos algunas campañas de publicidad. Fue mi primer contacto directo, y quedé muy sorprendido. Leyendo sobre el tema, me pareció muy interesante una frase del papa Francisco que ponía a las personas de clausura como referentes. «El mundo y la Iglesia -decía- os necesitan como faros que iluminan el camino de los hombres y mujeres de nuestro tiempo». De ahí surgió la idea de hacer un documental para ver qué tenían que contar ellos al mundo.
Habéis visitado 12 monasterios y conventos de clausura, apartados del mundo. ¿Por qué decidís titular al documental Libres?
SB: Cada uno descubrirá su respuesta a esto, pero yo lanzaría otra pregunta. Una persona exitosa, que puede viajar y comprarse lo que quiera, ¿es más o menos libre? Nosotros proponemos un viaje hacia el interior del hombre. La verdadera libertad no reside en la capacidad de movimiento, sino que es algo más profundo. De ahí el subtítulo de la película, Duc in altum, «rema mar adentro».
Javier Lorenzo (JL): A mí conocer a estas personas me ha liberado mucho, y creo que puede ser muy liberador para el espectador. Cuando yo me planteo quién soy, pienso que soy padre, esposo, hijo, hermano, amigo… y que todo eso es un regalo, no lo he conseguido por mis propios medios. Así, el primer movimiento es el de dar gracias, no el de hacer cosas. Vivir agradecido lo cambia todo, te vuelve un niño, y esto es lo que se percibe en el documental: la inocencia de los niños que saben qué es lo importante y se dejan de chorradas. Es liberador, porque te quitas cargas, miedos y culpas y simplemente tiendes las manos a tu Padre, como un niño que confía.
¿Creéis que esto es lo que puede aportar la película a sus espectadores?
SB: Bueno, para mí el primer mensaje que te llega de la película es «debería parar un poco». Vivimos en un mundo que no nos deja tener tiempo y que prima lo material y lo estético sobre lo espiritual, y que esta dimensión se ha perdido especialmente en Occidente.
JL: Libres es un viaje increíble, un documental en el que ellos se abren y hacen que te abras a ti mismo. Los monjes y monjas que aparecen son gente que han elegido lo que yo nunca elegiría. Yo he elegido no estar solo, ir a donde me dé la gana, ganar dinero… Me gusta la marcha, mi familia y mi profesión, pero esta gente ha hecho lo contrario. «¿Son masocas?», pienso. Pero al ver la película no puedes negar que ellos tienen lo que tú anhelas. Es súper provocador: es gente que habla desde la victoria, que ya ha vencido, aunque con armas que tú nunca escogerías.
¿Cómo ha sido rodar dentro de las comunidades de clausura?
SB: La parte más difícil ha sido conseguir los accesos, y en eso nos ha ayudado mucho la fundación DeClausura. Fuimos a verles y contarles el proyecto: algunos nos abrieron las puertas -unos fácilmente, otros poco a poco- porque confiaban que la película perseguía un fin por el que merecía la pena hacerlo, y otros no. No deja de ser una vida oculta, en el anonimato. Una vez allí, éramos un equipo de ocho personas, creyentes y no creyentes. Hemos sido muy respetuosos con su día a día, entendiendo que no íbamos a alterar la parte más importante de sus horarios, los momentos de oración.
¿Qué función cumplen las comunidades de vida contemplativa?
JL: En el Evangelio conocemos la historia de la hemorroísa, que toca el manto de Jesús y se cura. La Iglesia, cada uno de nosotros, somos ese manto, esa prolongación en el tiempo de la carne de Dios, y quien lo toca queda curado. De ahí la importancia, en el documetal, de poder tocar a estas personas: a través de ellas he sentido la caricia de Dios. Una monja de clausura que no sale en Libres- me dijo una vez que ella «reza en mí», que entra en mi corazón y llama a la puerta, diciendo «Jesucristo, Jesucristo, Jesucristo».
SB: Las personas buscamos siempre grandes milagros, pero he aprendido que todo es un milagro. Uno de los ábates me decía que la mayoría de veces, cuando rezan, no piden por algo práctico. No piden que pare tal guerra, o que Putin baje del carro, sino que dicen: «Aquí estamos, Dios, y en Ti confiamos; que se haga Tu voluntad y nosotros estaremos contigo».
Tras haber visitado sus casas, ¿cómo describiríais ahora a las comunidades de clausura?
SB: Son una pasada, eso es lo que son. Son personas increíbles, con una profundidad que no se ve hoy en día y que dedican su vida a la búsqueda de la plenitud interior. Santa Teresa de Lisieux escribió una vez, cuando estaba ya en el convento, que entró esperando encontrarse con ángeles y se encontró con personas. Pues yo esperaba encontrarme con personas y me encontré con ángeles.
JL: Yo he visto Libres muchas veces, y en todas me emociono, cosa que no me pasa con otras pelis que he hecho. No todos los días te encuentras con gente así, no puedes perder esta oportunidad. La películ es provocativa, porque te rompe los esquemas: si no vas a la defensiva, te puede remover mucho el corazón, que es algo que en el día a día tratamos de anestesiar. Es curioso: gente que está encerrada te despierta un deseo brutal de vivir en plenitud.