(InfoCatólica) El Cardenal Burke ha escrito una carta en la que expresa su tristeza por las posiciones tomadas en la Asamblea Sinodal en Alemania, que están en directa oposición a las enseñanzas de la Iglesia. El Cardenal alienta a los sacerdotes a permanecer fieles a la Tradición Apostólica y a guiar a los fieles en el camino de Cristo, incluso en momentos de gran sufrimiento.
En la carta, el Cardenal Burke recuerda la promesa de Cristo de que siempre estará con sus discípulos y pide que se eleven las oraciones por la Iglesia, especialmente durante la Semana Santa y la temporada de Pascua. Además, destaca la importancia de seguir el ejemplo de la Madre de Dios y de todos los santos en momentos de oscuridad y confusión, y de mantener la esperanza en la victoria final de Cristo sobre el pecado y la muerte.
Carta del Cardenal Burke
Reverendos y queridos hermanos en Cristo
Habéis estado muy presentes en mis oraciones durante todo el tiempo transcurrido desde el inicio del llamado Camino Sinodal. Tras la conclusión de la V Asamblea sinodal, el pasado 11 de marzo en Frankfurt/Main, he rezado por vosotros muy especialmente, para que permanezcáis fieles a la Tradición apostólica, a las verdades sobre la fe y la moral que Cristo nos transmitió en la Iglesia, y que nosotros, como sacerdotes, estamos ordenados a salvaguardar y promover. Los fieles nunca han tenido más necesidad que hoy de sacerdotes que les anuncien la verdad, que les lleven a Cristo, sobre todo, en los Sacramentos, y que les guíen y gobiernen en el camino de Cristo.
Me imagino vuestra profunda tristeza ante las posiciones adoptadas por la Asamblea, incluida la gran mayoría de los Obispos, que se oponen directamente a lo que la Iglesia ha enseñado y practicado siempre y en todas partes. Comparto su tristeza y experimento la tentación del desánimo, que, sin duda, también experimentan. En momentos como éste, que los sacerdotes han vivido en otros momentos de la historia de la Iglesia, debemos recordar la promesa que Nuestro Señor, que nunca miente y siempre es fiel a sus promesas, nos ha hecho, cuando, en su Ascensión, puso en nuestras manos la misión apostólica: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20). Tomando muy en serio, una vez más, la misión y la promesa de Nuestro Señor, debemos seguir adelante, debemos ser sus fieles «colaboradores en la verdad» (3 Jn 8).
En momentos como éste, en el que incluso son Obispos los que traicionan la Tradición Apostólica, los Obispos fieles, los sacerdotes, las personas consagradas y los fieles laicos sufrirán necesariamente mucho precisamente por su fidelidad. Al comenzar la Semana Santa, la semana de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor, y anticipar el Tiempo Pascual, el tiempo de Su Resurrección y Ascensión, tomemos en serio Sus palabras a los que serían Sus discípulos: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame» (Mt 16, 24). En estos días santísimos, el Señor derrama desde su Corazón glorioso y traspasado las gracias fuertes de su victoria sobre el pecado y la muerte, para fortalecernos como discípulos buenos, fieles y generosos. Durante la Semana Santa y el tiempo pascual, elevemos al Sagrado Corazón de Jesús, especialmente a través del Sacrificio eucarístico, los sufrimientos de su Cuerpo místico, la Iglesia, que atraviesa un tiempo de confusión y error generalizados, cuyos frutos son la división, la apostasía y el cisma.
Recordemos siempre, sobre todo cuando el sufrimiento que soportamos parece demasiado para soportarlo, que no estamos solos, que Cristo está vivo en nosotros, que la gracia divina -santificante y actual- actúa en nuestro interior. Recordemos siempre las palabras de Nuestro Señor a su Virgen Madre y a San Juan Apóstol y Evangelista, con quienes estamos místicamente al pie de la cruz: «Mujer, ahí tienes a tu hijo... Ahí tienes a tu madre» (Jn 19, 26-27). La Madre de Dios es la Madre de la Gracia Divina y es, de modo especial, la Madre de los Sacerdotes que, en su Divino Hijo, llevan innumerables gracias a muchas almas. La Virgen Madre de Nuestro Señor está siempre a nuestro lado, incluso cuando nos instruye amorosamente: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2, 5).
Unidos de corazón al Sagrado Corazón de Jesús, por el Corazón Inmaculado de María, gozamos también siempre de la comunión de todos los santos, que nunca dejarán de socorrernos, con tal de que invoquemos su intercesión. En los momentos oscuros, no olvidemos la realidad y la exhortación que nos dirige divinamente la Carta a los Hebreos: «Por tanto, ya que estamos rodeados de una nube tan grande de testigos, despojémonos también nosotros de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con perseverancia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús, el precursor y consumador de la fe, el cual, por el gozo puesto delante de él, sufrió la cruz, menospreciando el oprobio, y está sentado a la derecha del trono de Dios» (Heb 12, 1-2).
Para terminar, os aseguro mi unión con vosotros y mis oraciones diarias por todos. Como los discípulos de Emaús, nos hemos desanimado durante un tiempo ante el Misterio de la Iniquidad, pero ahora, con los ojos fijos en Nuestro Señor Resucitado y en Su enseñanza inmutable, que nuestros corazones se renueven en ardor por Su gracia (Lc 24, 32). Os exhorto a estar cerca de Nuestro Señor, que nos ha elegido para ser Sus hermanos en el Santo Sacerdocio, y a estar cerca unos de otros en el amor puro y desinteresado a la Iglesia, Su Cuerpo Místico, y en el sufrimiento ofrecido por amor a Él y a nuestros hermanos y hermanas para quienes hemos sido ordenados como verdaderos pastores.
Por favor, téngame presente en vuestras oraciones.
Con el más profundo afecto paterno, les imparto a ustedes y al rebaño de Nuestro Señor bajo su cuidado sacerdotal mi bendición.