(Aica/InfoCatólica) El Pontífice preguntó ayer a cientos de peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro «en qué consiste la belleza como Hijo de Dios con la que Jesús se revela en el monte, junto a Pedro, Santiago y Juan, o qué ven los discípulos».
En esa línea, señaló que los discípulos no ven ningún «efecto espectacular» sino que «ven la luz de la santidad de Dios brillando en el rostro y en los vestidos de Jesús, imagen perfecta del Padre». «Dios es amor, y así los discípulos han visto con sus propios ojos la belleza y el esplendor del amor divino encarnado en Cristo. Un anticipo del paraíso».
Cristo, luz que ilumina el camino
El Papa expresó que cuando ocurre la transfiguración, Jesús está formando a los discípulos con esta experiencia «los está preparando para un paso aún más importante». «En efecto, de pronto tendrán que saber reconocer en Él la misma belleza cuando suba a la cruz y su rostro quede desfigurado», continuó.
Recordó cuando Pedro se esforzó por comprender, «le gustaría detener el tiempo, poner la escena en ‘pausa’, quedarse allí y prolongar esta maravillosa experiencia, pero Jesús no se lo permite», dijo Francisco, quien señaló que eso es porque «su luz, en efecto, no puede reducirse a un ‘momento mágico’. Se convertiría, entonces, en algo falso, artificial, que se disolvería en la niebla de los sentimientos pasajeros».
Cristo,-continuó- es la luz que guía el camino, como la columna de fuego para el pueblo en el desierto. La belleza de Jesús no aleja a los discípulos de la realidad de la vida, sino que les da fuerza para seguirle hasta Jerusalén, hasta la cruz».
Llevemos a los demás la luz que hemos recibido
Para el vicario de Cristo, «este Evangelio también nos traza un camino: nos enseña lo importante que es estar con Jesús, incluso cuando no es fácil comprender todo lo que dice y hace por nosotros».
«Estando con él, en efecto, aprendemos a reconocer, en su rostro, la belleza luminosa del amor que se entrega, incluso cuando lleva las marcas de la cruz», manifestó. Y es en su escuela donde aprendemos a captar la misma belleza en los rostros de las personas que caminan a nuestro lado cada día: familiares, amigos, compañeros, aquellos que de las formas más diversas nos cuidan».
«¡Cuántos rostros luminosos, cuántas sonrisas, cuántas arrugas, cuántas lágrimas y cicatrices hablan de amor a nuestro alrededor!», exclamó el Papa, quien invitó a «aprender a reconocerlos y llenarnos nuestro corazón de ellos». También, dijo, esto «nos anima a ponernos en camino para llevar a los demás la luz que hemos recibido, con las obras concretas del amor, sumergiéndonos más generosamente en nuestras ocupaciones cotidianas, amando, sirviendo y perdonando con más entusiasmo y disponibilidad».
El Papa instó a preguntarnos si verdaderamente «reconocemos la luz del amor de Dios en nuestra vida», si «reconocemos con alegría y gratitud en los rostros de las personas que nos aman», o «buscamos a nuestro alrededor signos de esta luz, que llena nuestros corazones y los abre al amor y al servicio», o si directamente «preferimos los fuegos de paja de los ídolos, que nos alejan y nos encierran en nosotros mismos».
Finalmente, el Santo Padre invocó a la Virgen María, para que Ella, «que conservó la luz de su Hijo en su corazón, incluso en la oscuridad del calvario, nos acompañe siempre en el camino del amor».