(InfoCatólica) El cardenal McElroy publicó un artículo en la American Magazine, revista de la Compañía de Jesús en EE.UU, en el que, entre muchas otras cuestiones, abordaba la exclusión de la Eucaristía de aquellos que mantienen una vida sexual activa fuera del matrimonio. El purpurado pide un cambio:
«El efecto de la tradición de que todos los actos sexuales fuera del matrimonio constituyen un pecado objetivamente grave ha sido centrar la vida moral cristiana desproporcionadamente en la actividad sexual. El núcleo del discipulado cristiano es una relación con Dios Padre, Hijo y Espíritu arraigada en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo. La Iglesia tiene una jerarquía de verdades que fluyen de este kerigma fundamental. La actividad sexual, aunque profunda, no se encuentra en el centro de esta jerarquía. Sin embargo, en la práctica pastoral la hemos colocado en el centro mismo de nuestras estructuras de exclusión de la Eucaristía. Esto debería cambiar».
Y concluye así su artículo:
«En Estados Unidos debemos buscar una iglesia cuyas puertas no se cierren y un perímetro que se ensanche continuamente si queremos tener alguna esperanza de atraer a la próxima generación a la vida en la iglesia, o de ser fieles al Evangelio de Jesucristo. Debemos ampliar nuestra tienda. Y debemos hacerlo ahora».
El artículo del cardenal fue rebatido por Mons. Aquila, arzobispo de Denver, a quien ahora se suma el arzobispo de Kansas City. Según Mons. Naumann, la exigencia del obispo de San Diego de una «inclusión radical» olvida la llamada a la conversión y al arrepentimiento en la predicación de Jesucristo.
Se trata de un «error grave y peligroso», escribe Naumann. La moral sexual influye significativamente en la correcta comprensión del matrimonio y la familia. El matrimonio y la familia son esenciales para la sociedad, la cultura y la nación.
Los representantes de la «inclusión radical» señalan la comunión de Jesús con los pecadores. A pesar de las duras críticas de las autoridades religiosas de su tiempo, Jesús se acercó a los pecadores con mucha compasión y misericordia, escribe Naumann. Sin embargo, Jesús llamaba a los pecadores al arrepentimiento y a la conversión en cada uno de sus encuentros, subraya el arzobispo.
¿Era ésta una «cultura de la exclusión»? Jesús, con sus enseñanzas claras pero exigentes sobre el matrimonio y las consecuencias de la lujuria, ¿quería golpear a la gente en la cabeza o invitarla a la libertad? ¿Era realmente la «inclusión radical» su máxima prioridad, cuando muchos le habían abandonado tras su discurso sobre el pan (cf. Jn 6)?
Como discípulos de Jesús, los cristianos de hoy pertenecen a la contracultura. Así era también en los comienzos del cristianismo. Las cartas de Pablo y el sermón de Pentecostés de Pedro dan testimonio de ello. No eran llamadas a la «inclusión radical», sino a la conversión, recuerda el arzobispo Naumann.
Efectivamenet, ambos apóstoles fueron tajantes respecto a quienes pretenden que es comipatible ser cristiano y llevar una vida pecaminosa, también en materia sexual y sin arrepentir.
San Pablo en 1 Cor 5, enseño:
«Os escribí en mi carta que no os mezclaseis con los fornicarios. Pero no me refería, ciertamente, a los fornicarios de este mundo, o a los avaros o a los ladrones, o a los idólatras, pues entonces tendríais que salir de este mundo. Lo que os escribí es que no os mezclaseis con quien, llamándose hermano, fuese fornicario, avaro, idólatra, injurioso, borracho o ladrón. Con éstos, ni comer siquiera».
Y todo el capítulo 2 de la segunda epístola de San Pedro está dedicado no solo a los que viven en pecado sin arrepentirse sino a los falsos profetas que enseñan que se puede hacer tal cosa.