(Asia News/InfoCatólica) En el día en que la Iglesia recuerda a los santos mártires inocentes, en la India nuestro pensamiento se dirige a una larga cadena de historias de recién nacidos abandonados que en los últimos meses han puesto en evidencia que la protección de cada vida que nace todavía es una meta lejana en el país, y no sólo en las zonas rurales más pobres sino también en las grandes ciudades.
Hace unas semanas la policía de Mumbai encontró a una bebé de cuatro días abandonada en una acera cerca de Borivali West. En septiembre se había encontrado otra niña abandonada en el mismo suburbio de Mumbai. En la misma época hallaron en Goa una niña abandonada cerca de la planta de tratamiento de aguas residuales de Margao y pocas semanas después, en Delhi, fue el turno de otra recién nacida que descubrieron en un contenedor de basura con la marca de la mordedura de un animal en la pierna.
También en septiembre, en el distrito de Mandya de Karnataka, encontraron un bebé recién nacido abandonado en un pozo de 30 metros de profundidad. Los habitantes de la aldea habían escuchado el llanto y lo vieron junto a un montón basura plástica. Simultáneamente en Uttar Pradesh la policía descubrió a un bebé de dos días que habían arrojado a los arbustos, gravemente herido por las picadura de hormigas.
Estas son historias que llaman la atención de la prensa sobre una tragedia que también cuentan las cifras: en la India, menos del 2% de los aproximadamente 3 millones de niños huérfanos y abandonados encuentran lugar en instituciones de atención infantil, vale decir en centros de acogida. Y menos de 2000 logran ingresar al sistema de adopción legal del país. También hay que tener en cuenta que estos datos son aproximados por defecto. De hecho, muchos de los niños abandonados nunca son encontrados, a algunos simplemente alguien los recoge y los lleva sin ser denunciar los hechos; otros son presa de animales salvajes.
«Este grito de los pobres recién nacidos es una tragedia que requiere un cambio concreto - comenta el Dr. Pascoal Carvalho, miembro de la Academia Pontificia para la Vida -. El grado de desarrollo de una sociedad no se mide por el ingreso per cápita, sino por la existencia de sistemas de contención para quienes luchan con necesidades materiales y emocionales. Toda persona debe sentirse deseada y poder contribuir al bien común.
«Siempre hemos pensado que las atrocidades contra los recién nacidos ocurrían solamente en las ciudades rurales - continúa Carvalho - y las atribuíamos a la falta o imposibilidad de acceder a la educación. Pero cuando estos casos ocurren en ciudades altamente desarrolladas, tenemos que detenernos y comprender que estamos fallando como individuos y como sociedad. Es evidente que el progreso nos hace ser más individualistas y perder la sensibilidad hacia los que nos rodean».
«No tenemos suficientes instituciones para ayudar a los padres jóvenes a criar a sus hijos. Organizaciones como las Misioneras de la Caridad no pueden estar presentes en todas partes. Cada uno de nosotros - concluye- tiene la responsabilidad de hacer su aporte a las generaciones futuras. El camino sinodal nos llama a todos a abrirnos a la compasión, a la solidaridad y a la ayuda recíproca en un pueblo que camina unido, llevando la esperanza de un nuevo futuro a la Iglesia y a la sociedad».