(Giorgio Bernardelli/AsiaNews) - «Comenzamos nuestra Navidad el 8 de diciembre. Todos juntos. Consagrando Mongolia a la Virgen, ante la imagen de la Inmaculada que fue hallada entre la basura». Lo cuenta el cardenal más joven de la Iglesia Católica actual [aunque parece más una imágen de la Virgen de Lourdes, ndr]. Mons. Giorgio Marengo, un misionero italiano de la Consolata, es prefecto apostólico de Ulán Bator y es el rostro de una Iglesia que nació hace apenas 30 años, él tiene 48. La Iglesia en Mongolia, es un pequeño rebaño que reúne a 1.400 fieles dispersos en las distintas comunidades de este inmenso país. Y hace pocas semanas, todos se encontraron en la capital para unirse en un gesto que ilumina esta Navidad.
«La imagen de la Inmaculada Concepción fue hallada en un vertedero del norte de Mongolia, hace diez años», dice el padre Marengo desde Ulán Bator, donde la temperatura llega a 20 grados bajo cero. «La descubrió una mujer no cristiana, madre de 11 hijos, que tenía cierto contacto con las monjas de la Madre Teresa. Mientras revisaba la basura que había arrojado un camión -como hacen los pobres en todas las latitudes- dio con un extraño envoltorio de tela. Al abrirlo, se encontró ante esta hermosa estatua de madera de la Inmaculada Concepción, de 62 cm de altura, muy fina. Sin saber qué era, la mujer se la llevó a su casa y dijo: esta hermosa dama ha querido venir a mí... Hasta que las monjas, cuando fueron a visitarla, vieron la imagen y le preguntaron de dónde venía'».
Durante algunos años, la estatua permaneció en el despacho parroquial. «Yo me enteré de todo esto el año pasado», prosigue el card. Marengo, «y en ese momento pensé: La Virgen quiere decirnos algo. Fui al lugar, conocí a la señora. Después, el 25 de marzo -en la fiesta de la Anunciación- trasladamos oficialmente la estatua a Ulán Bator con la idea de entronizarla en la catedral, para que fuera más conocida y venerada por todos».
Así se llegó a la celebración del 8 de diciembre, que también estuvo acompañada de otro gesto significativo. «Invitamos a todos nuestros fieles, 1.400 católicos, a enviarnos un retazo de tela que tuviera un significado especial para ellos -continúa el Prefecto Apostólico-, acompañándolo de una frase, de una oración. Con ellos, formamos un manto y se lo ofrecimos a la Virgen, presentando nuestras oraciones. Fue un momento precioso, muy emotivo».
Este gesto se da en un año importante para la pequeña Iglesia de Mongolia, que nació en 1992. «Hoy tendremos misas de Navidad en las distintas comunidades», explica el padre Marengo, «pero el día de San Esteban tendremos un momento de encuentro y celebración con todos los misioneros y colaboradores laicos, para concluir el 30 aniversario». También habrá un pequeño pesebre viviente con algunos de nuestros jóvenes'.
Esta Navidad coincide con un momento delicado para Mongolia: «en las últimas semanas el país se ha visto sacudido por las protestas contra la corrupción, relacionada con la venta de carbón. Este robo está en boca de todos aquí», dice el cardenal, «el Gobierno mismo lo ha admitido. El resentimiento se ve acentuado por el hecho de que el país no se encuentra en una situación tranquila desde el punto de vista económico, la gente se siente estafada. El gobierno ha anunciado normas para una mayor transparencia en las empresas estatales, que son usadas para el comercio paralelo del carbón, en beneficio de unos pocos. Pero la crisis ha sido fuerte». En cuanto a la guerra entre Rusia y Ucrania, para nosotros, el principal efecto ha sido la afluencia de rusos que huyen de su tierra, sobre todo de la vecina Buriatia. «Pero para muchos, Mongolia no es más que un lugar de tránsito, que les permite llegar a otros países», afirma el cardenal.
¿Qué desea para sus fieles en esta Navidad? Junto a ellos, expresar la enorme gratitud que sentimos por todo lo que ha sucedido en estos treinta años de nuestra Iglesia: es una pequeña semilla que en un tiempo relativamente corto ya ha dado frutos. Gratitud, también, por la entrega de mons. Wenceslao Padilla (el anterior prefecto apostólico, de origen filipino, fallecido en 2018, ed.) y por la de tantos otros misioneros y misioneras. Pero también un espíritu de compromiso para echar raíces cada vez más profundas, para descubrir cada vez más a este niño que ha nacido por nosotros. Nos recuerda el realismo de la encarnación: el pesebre es el lugar donde el niño Jesús fue colocado para ser nuestro alimento en la Eucaristía. Es el Señor, que permanece aquí entre nosotros.