(Agencias/InfoCatólica) En su discurso de Navidad a los miembros de la Curia Romana, el Papa Francisco recordó que la humildad del Hijo de Dios, que viene en nuestra condición humana, es una escuela de adhesión a la realidad, un llamado a volver a la esencialidad de la vida: «Así como Él elige la pobreza, que no es simplemente ausencia de bienes, sino esencialidad, del mismo modo cada uno de nosotros está llamado a volver a la esencialidad de la propia vida, para deshacerse de lo que es superfluo y que puede volverse un impedimento en el camino de santidad».
Agradecimiento y conversión
Al examinar la propia existencia, siempre es necesario tener como punto de partida la «memoria del bien »que el Señor ha hecho por nosotros.
«Sin un ejercicio de gratitud constante sólo acabaremos por hacer la lista de nuestras caídas y opacaremos lo más importante, es decir, las gracias que el Señor nos concede cada día», agregó.
Considerando las muchas cosas que sucedieron en este último año, «queremos decir gracias al Señor por todos los beneficios que nos ha concedido», y puntualizó: «Entre todos estos beneficios esperamos que esté también nuestra conversión, que nunca es un discurso acabado. Lo peor que nos podría pasar es pensar que ya no necesitamos conversión, sea a nivel personal o comunitario».
«Convertirse es aprender a tomar cada vez más en serio el mensaje del Evangelio e intentar ponerlo en práctica en nuestra vida. No se trata sencillamente de tomar distancia del mal, sino de poner en práctica todo el bien posible», recordó.
Entre los acontecimientos que marcaron el año, Francisco recordó la celebración de los sesenta años de la apertura del Concilio Vaticano II, que definió como «una gran ocasión de conversión para toda la Iglesia», una «oportunidad de comprender mejor el Evangelio, de hacerlo actual, vivo y operante en este momento histórico. La actual reflexión sobre la sinodalidad de la Iglesia nace, precisamente, de la convicción de que el itinerario de comprensión del mensaje de Cristo no tiene fin y continuamente nos desafía».
«Lo contrario a la conversión es el fijismo, es decir, la convicción oculta de no necesitar ninguna comprensión mayor del Evangelio. Es el error de querer cristalizar el mensaje de Jesús en una única forma válida siempre. En cambio, la forma debe poder cambiar, para que la sustancia siga siendo siempre la misma. La herejía verdadera no consiste solo en predicar otro Evangelio, como nos recuerda Pablo, sino también en dejar de traducirlo a los lenguajes y modos actuales, que es lo que precisamente hizo el Apóstol de las gentes. 'Conservar' significa mantener vivo y no aprisionar el mensaje de Cristo», diferenció.
Francisco remarcó que el verdadero problema, que tantas veces olvidamos, es que la conversión «no solo nos hace caer en la cuenta del mal para hacernos elegir nuevamente el bien, sino que, al mismo tiempo, impulsa al mal a evolucionar, a volverse cada vez más insidioso, a enmascararse de manera nueva para que nos cueste reconocerlo».
«Nuestro primer gran problema es confiar demasiado en nosotros mismos, en nuestras estrategias, en nuestros programas. Es el espíritu pelagiano del que he hablado otras veces», añadió.
Necesaria una actitud de vigilancia
El pontífice recordó que «denunciar el mal, aun el que se propaga entre nosotros, es demasiado poco. Lo que se debe hacer ante ello es optar por una conversión». No basta una simple denuncia, que «puede hacernos creer que hemos resuelto el problema, pero en realidad lo importante es hacer cambios, de manera que no nos dejemos aprisionar más por las lógicas del mal, que muy a menudo son lógicas mundanas». Y en este sentido, señaló que una de las virtudes más útiles que tenemos que practicar es la de la «vigilancia», que nos llevará a reconocer y a desenmascarar a los «demonios educados», que «entran con educación, sin que uno se dé cuenta. Sólo la práctica cotidiana del examen de conciencia puede hacer que nos percatemos de ello».
«Queridos hermanos y hermanas, a todos nosotros nos habrá pasado que nos hemos perdido, como esa oveja, o nos hemos alejado de Dios, como el hijo menor», repasó, y completó: «Pero la mayor atención que debemos prestar en este momento de nuestra existencia es al hecho de que formalmente nuestra vida actual transcurre en casa, tras los muros de la institución, al servicio de la Santa Sede, en el corazón del cuerpo eclesial; y justamente por esto podríamos caer en la tentación de pensar que estamos seguros, que somos mejores, que ya no nos tenemos que convertir».