(CEE/InfoCatólica) Sus primeras palabras han sido para agradecer el trabajo de Mons. Luis Argüello en sus cuatro años de secretario general de la CEE «con denuedo y lealtad a la Iglesia que peregrina en España. Gracias, don Luis, por tu entrega, por tu buen hacer, por tu talante, por tu ayuda, por tu actitud de escucha y tu bondad».
Su discurso ha tenido tres partes:
- Un tiempo que exige grandes consensos: una llamada a la unión y la fraternidad para buscar el bien común en una situación de cambios e inestabilidad social y económica.
- Algunos retos urgentes: el valor de la familia; acompañar y apoyar con acciones al que sufre; cuidar y fortalecer a los niños, adolescentes y jóvenes. En este último punto, ha valorado la nueva ley del aborto y la denominada «Ley Trans».
- Aportación de la Iglesia: En la tercera parte ha hecho una llamada a toda la Iglesia a hacer su aportación en este tiempo y en estas circunstancias.
Un tiempo que exige grandes consensos
¿Qué tiempos han sido verdaderamente fáciles? Somos llamados a amar el tiempo, el lugar y la realidad que nos toca vivir. Con este interrogante y su respuesta, el cardenal Omella ha comenzado su discurso con una llamada: no dejarse abatir en esta «época difícil para nuestra Iglesia» porque «los nuevos desafíos pueden ser oportunidades de crecimiento, si los afrontamos con la pasión del que ha sido llamado para ser luz en medio de sombras».
El presidente de la CEE entiende que «las consecuencias de la pandemia, las guerras y la inestabilidad social, económica y política nos ofrecen un panorama sombrío» en el que muchas familias sufren «la angustia de no poder llegar a fin de mes, ni cubrir sus necesidades básicas». Ante esto, «la crispación política no ayuda a resolver los problemas ni a ofrecer serenidad a la ciudadanía» por eso invita a «hallar la confianza necesaria y el empuje anímico para salir de esta situación». A la vez que agradece el esfuerzo de los que «trabajan intensamente para promover el empleo, sostener la economía y hacer real la solidaridad con los más necesitados».
La gran familia de la Iglesia –ha destacado- no es ajena a este sufrimiento: «Queremos mirar el mundo desde los ojos del que sufre, del que se queda al margen, del que experimenta la soledad, del que no llega a final de mes, del que no puede recibir la asistencia que necesita, del que padece alguna enfermedad… Queremos, en definitiva, mirar con los ojos de Jesús, seguir sirviendo con alegría al que lo necesita y compartir la esperanza que Cristo nos da». Y ha adelantado que, en esta Plenaria, «vamos a compartir en fraternidad todos estos retos que nos plantea la realidad presente y, sobre todo, vamos a invocar al Espíritu Santo para que nos ayude a ofrecer luz y esperanza a este mundo del que formamos parte».
Una fraternidad «tan necesaria en situaciones de dificultad» que también ha pedido para superar los intereses particulares, pues ha lamentado que «las respuestas políticas se atascan y no fluyen para encontrar soluciones a los graves problemas sociales. No hay una voluntad de trabajo en común, a pesar de la insistencia en que el primer paso es la cooperación». No obstante, ha agradecido «la labor de los políticos que trabajan por el bien común. «Es la hora –ha puntualizado- de los hombres y mujeres de Estado que miran a largo plazo, de los que se atreven a tomar decisiones importantes para asegurar el bien y la prosperidad para las próximas generaciones y no el rédito partidista inmediato».
Cooperación de la Iglesia para afrontar retos urgentes
En esa apuesta por el trabajo común, ha ofrecido la cooperación de la Iglesia para afrontar retos urgentes desde la conciencia de que, si «los abordamos unidos, evitaremos ineficacias, ineficiencias, duplicidades, mal uso de recursos, y, sobre todo, reduciremos el número de hermanos y hermanas más vulnerables y afectados».
La necesidad de políticas que apuesten por la familia ha sido el primer reto que ha planteado. Pues la familia «hizo de contrapeso en la crisis financiera del 2008» y ahora «mantiene una cierta paz social» cuando «más de 13,1 millones de personas estén en riesgo de pobreza o exclusión». Sin embargo, «a menudo nuestros dirigentes siguen sin atender sus necesidades y sin potenciar ni agradecer su valor para el bien de la sociedad».
Ha llamado la atención sobre el problema de la vivienda y la «ineficacia en la promoción activa de la conciliación laboral» que «dificulta la atención y la educación de los hijos y la ilusión de hacer crecer la familia». También ha señalado que la falta de una política activa de vivienda y la precariedad laboral ralentiza que los jóvenes pueden formar una familia, lo que está provocando «el invierno demográfico en España». Para lo que ha propuesto «políticas de acogida ordenada de inmigrantes para que puedan integrarse dignamente en nuestra sociedad».
El cardenal Omella ha pedido no olvidar «la belleza de la familia como primera institución humana. Una familia con hijos da sentido a la vida de los esposos. Viven el asombro de ser co-creadores de vidas nuevas y artífices de una comunidad familiar, que es protección en nuestra ancianidad».
Otro reto es el cuidado. Lo ha avalado con datos: solo en Cáritas en 2021 se acompañó a más de 2,6 millones de personas, alcanzando la cifra récord de 403 millones de euros en proyectos sociales. Por eso ha lamentado que los trámites para pedir ayudas se demoren y ha solicitado al Estado que agilice los procesos para que «la lenta y complicada burocracia» no añada sufrimiento. También ha apuntado el déficit de cuidados paliativos y los altos índices de mayores de 65 años que viven solos.
«Una sociedad que no cuida a los más frágiles – ha afirmado- es una sociedad que está en vías de extinción. Ha llegado el momento de acordar un gran pacto de rentas que permita a las familias superar con cierta dignidad este tiempo de travesía por el desierto. La crisis reclama acuerdos efectivos de los grandes partidos y de los agentes sociales para combatir la pobreza, para preservar y generar nuevos empleos y para garantizar la viabilidad de nuestro sistema de bienestar». Desde nuestra responsabilidad como Iglesia, «invitamos a los políticos y a los agentes sociales a superar juntos las dificultades del momento presente. Nunca es tarde para tejer de nuevo los mimbres de lo que el papa Francisco ha denominado «amistad social».
La nueva ley del aborto y la denominada «Ley Trans»
También ha tenido presentes las necesidades de la infancia, adolescencia y juventud que «muestra síntomas de sufrimiento» a causa de «la inestabilidad familiar y la crisis de identidad provocada por las ideologías de género» y que «frágiles y vulnerables, necesitan seguridad y unos valores estables».
Las iniciativas legislativas que se han puesto en marcha en los últimos meses, ha resaltado, «no ayudan a educar a los adolescentes y jóvenes en la belleza y en el sentido de la sexualidad» y «no potencian la responsabilidad de sus actos ni la valoración madura y sosegada sobre las consecuencias». En este contexto, ha recordado la nota de la Subcomisión de Familia y Vida «A favor de la dignidad e igualdad de toda vida humana».
En el nuevo Proyecto de Ley de Salud Sexual y Reproductiva y de Interrupción Voluntaria del Embarazo, ha lamentado, «se refuerza el derecho del fuerte sobre el débil, cerrando los ojos a todos los avances de la ciencia que documentan que, en el seno de una mujer embarazada, existe una nueva vida distinta de la suya, que es preciso cuidar, acoger y defender».
El cardenal Omella se ha unido al reclamo de millones de creyentes y no creyentes que exigen a las Administraciones Públicas un trato positivo a favor del no nacido y de su madre. Un trato, ha detallado, que debe concretarse en informar ampliamente a la mujer que acude a un centro sanitario ante un embarazo no deseado sobre las consecuencias de su decisión; sobre las ayudas que recibiría si siguiera adelante con el embarazo; y sobre las instituciones públicas y privadas que acompañan a las mujeres en este momento importante de sus vidas. Y ha reclamado como «imprescindible una previsión presupuestaria de rentas mensuales para las mujeres con un embarazo no deseado con el fin de poder llevar a cabo la crianza de sus hijos. Todos contribuimos igualmente con nuestros impuestos y, por ello, exigimos que el Estado ofrezca una cobertura social activa de la vida».
Ha lamentado que en medio de la crisis económica y social que estamos viviendo, «se intentan sacar adelante por la vía rápida una serie de leyes de profundo calado ideológico, sin ser debatidas con sosiego, sin escuchar el parecer de las diferentes instancias científicas y éticas de nuestra sociedad. Tanto la nueva ley del aborto como la denominada «Ley Trans» inciden y afectan a los niños, adolescentes y jóvenes, que están en un proceso vital de madurez». Además, ha señalado que «la llamada autodeterminación de género, auténtica piedra angular de esta norma, no tiene fundamento médico ni científico, y supone transformar en ley el mero deseo de personas, en muchos casos jóvenes en proceso de madurez, que pueden ver comprometido seriamente su futuro con actuaciones para las que ya no existe vuelta atrás».
El cardenal Omella ha propuesto «acompañar, y mucho, al niño, adolescente y joven que sufre una crisis de identidad. La Iglesia quiere ser también un hogar para las personas que experimentan estos problemas, y sabemos que para ello es necesaria, una vez más, una conversión pastoral en la que nos encontramos inmersos».
La aportación de la Iglesia a la situación actual
El presidente de la CEE, en la tercera parte del discurso, ha señalado que la Iglesia anuncia la esperanza que el mundo necesita: «la esperanza «que no defrauda» nace de un encuentro con Jesucristo». Para hacer presente esta esperanza «en el mundo en que vivimos» se ha detenido en dos de las muchas iniciativas de la Iglesia que están ayudando a creer que «otro mundo es posible»: La Mesa del Mundo rural, del departamento de Migraciones, y el evento «Economía de Francisco». «El mundo no se cambia en un día, ha puntualizado, pero el Papa nos está enseñando que, para llevar a cabo su transformación, es necesario iniciar procesos en los que participen el mayor número de actores implicados».
En este punto, ha destacado que «las nuevas iniciativas de evangelización, promovidas por los laicos en comunión con sus pastores, están ayudando a redescubrir lo que les es propio y a incrementar la acción coordinada y sinodal entre todos».
También ha valorado el intenso trabajo en las diócesis en la 1ª fase del Sínodo y la notable participación de todas las realidades eclesiales de donde han surgido interesantes propuestas y reflexiones incorporadas al documento final. Y ha recordado, con palabras del Papa, que el Sínodo busca «revitalizar a la propia Iglesia, fortaleciéndola en su comunión y dinamizándola para la misión» más «que posicionamientos ideológicos o doctrinales». Es un cambio que pretende «recuperar el primado de la evangelización».
En referencia al 60º aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, ha traído a su discurso la «importe homilía» del Papa que advierte «ante dos actitudes de mundanidad que se pueden dar en el seno de la Iglesia y que no son expresiones de amor, sino de infidelidad: el progresismo que se adapta al mundo y el tradicionalismo o involucionismo que añora un mundo pasado». Siguiendo con las palabras del Pontífice, ha pedido volver «a la pasión con la que se vivió ese acontecimiento del Espíritu» siendo conscientes de que la Iglesia celebró el Concilio «para darse».
También se han cumplido 40 años de la primera visita del papa san Juan Pablo II a España. Y el presidente de la CEE ha recordado «sus palabras siempre alentadoras: «Vigorizad, pues, vuestra fe, revividla si es débil, ¡abrid las puertas a Cristo! Abrid vuestros corazones a Cristo, acogedlo como compañero y guía de vuestro camino». Hoy, invitamos nuevamente a todos los fieles católicos a renovar su compromiso con Cristo en la misión de ir y anunciar el Evangelio por el mundo entero». Al hilo de este mensaje, ha recurrido al Evangelio para señalar que Jesús a sus discípulos «no les pide una buena estrategia organizativa, sino confiar en él, potenciar la fe».
El cardenal Omella ha cerrado su discurso hablando «con especial gratitud» de la Peregrinación Europea de Jóvenes a Santiago de Compostela a primeros de agosto. Ha destacado el «espléndido ejemplo cívico» de los jóvenes que «nos recordaron a todos que somos peregrinos y que Europa se construyó peregrinando. Caminaron llevando la bandera de la paz, tan necesaria en este momento histórico, y siendo testigos de que el Evangelio es la fuente de la esperanza en medio de una humanidad herida por la pandemia y por la guerra. Ojalá que los países en guerra encuentren pronto la paz, especialmente, en Ucrania. Seamos todos constructores de paz». La próxima cita será la Jornada Mundial de la Juventud de agosto en Lisboa. «Estamos ya preparando las mochilas para vivir este gran encuentro de esperanza con los jóvenes que siguen ilusionados por Cristo».