(InfoCatólica) El sacerdote Roberto Esteban Duque acaba de publicar un nuevo ensayo sobre uno de los temas más en boga de la bioética y la moral: «Nostalgia de futuro. Transhumanismo y desafíos a la naturaleza humana». En la obra se abordan los orígenes, fundamentos y peligros de la pretensión de alcanzar una naturaleza humana «mejorada» de manera acrítica y amoral a través de la tecnología.
La hibridación no es el futuro, ya ha comenzado con las prótesis, los marcapasos, los aparatos acústicos, los medicamentos que mejoran la memoria y el humor, las drogas que optimizan el rendimiento, la medicina anti-edad, las operaciones de cambio de sexo: todo esto ya está entre nosotros. La era cíborg hace su aparición con la experimentación de dispositivos cerebrales para controlar la epilepsia; los ojos electrónicos capaces de grabar imágenes; las nuevas pieles artificiales que pueden «sentir» el frío, el calor y la humedad; los auriculares inteligentes que traducen las conversaciones, casi en tiempo real, en cinco idiomas.
Con ocasión de la publicación por la Editorial Encuentro hemos entrevistado al autor sobre el origen y propósito de la tesis transhumanista, la naturaleza humana, condición de posibilidad y límite de la técnica
La recuperación de la reflexión filosófica sobre la naturaleza humana, debida al crecimiento de nuestras posibilidades de intervención técnica sobre el hombre, genera preocupación sobre la pertinencia y los límites de dicha intervención. En la medida en que modifiquemos la naturaleza humana mediante la intervención técnica, que prescindamos de la naturaleza humana, será imposible cualquier criterio de valoración de la propia tecnología: solo la atención a la naturaleza humana provee a la técnica de un criterio de mejora. La naturaleza humana, siendo condición de posibilidad de la técnica, constituye también su límite.
La tesis transhumanista no contempla otros límites que los que la tecnociencia imponga para la transformación (en principio para mejorarla) de la condición humana, aunque ello suponga dejar atrás nuestra propia identidad donde seguiríamos siendo reconocibles como especie biológica.
Esta es la estrategia argumental del transhumanismo: una reingeniería de nuestro cuerpo, donde lo biológico irá perdiendo protagonismo frente a lo tecnológico. Desde la concesión en 2018 de la ciudadanía en Arabia Saudí al robot Sophia, que goza de más «derechos» que las mujeres en ese país, pasando por FM-2030, un hombre que asumió una identidad «futurista» porque aseguraba ser «una persona del siglo XXI arrojada accidentalmente al siglo XX», hasta la existencia de un partido político transhumanista, el americano Transhumanist Party
Roberto Esteban Duque aporta un recorrido exhaustivo escalofriante de todas las «mejoras» realizadas en los últimos años, dejando claras las peligrosas intenciones de los transhumanistas: «crear en el sentido que se quiera la propia condición humana».
Analizando críticamente diversos textos transhumanistas (como Letter from Utopia, del filósofo sueco Nick Bostrom, o Happy Morning in Hedonistia-2050, del historiador Hank Pellissier), el sacerdote conquense, autor de numerosas obras académicas y de un mayor número de ensayos, subraya un «abuso de poder» de los autores de estos textos que poco tienen que ver con la ciencia. Para Esteban Duque, estos autores se sirven de medios institucionales y académicos para promocionar una visión personal del futuro como verdadera o elevada. Al acreditarse científicamente, muestran pocos escrúpulos a la hora de reconocer con honestidad el alcance de su visión.
Esteban Duque señala que ya nadie «duda ya de que la agenda transhumanista está normalizada en las políticas públicas, constatando su influencia en las leyes de igualdad de género, como es el caso de la Open Society Foundation y la Humanity Plus, o en los planes de estudio de distintas universidades. Una agenda que incluye modificaciones genéticas, eliminación de discapacidades, resolución de las deficiencias reproductivas, inteligencia artificial, o aumento de la longevidad».
Para el autor de Nostalgia de Futuro, «si el hombre no tiene naturaleza, no hay criterio para decidir qué es una mejora y qué empeora las cosas, excepto en relación con un criterio extrínseco. Este criterio podría ser el propio deseo, es decir, las simples preferencias personales. Sin embargo, aun cuando las preferencias se basen en criterios intersubjetivos compartidos, no debemos olvidar que estos pueden ser configurados por los parámetros cambiantes de un período histórico particular. Una vez que se han abandonado todos los parámetros objetivos, el «principio de beneficencia» sucumbe a la arbitrariedad. La libertad desarraigada de la naturaleza ya no puede aspirar a mejorar la naturaleza, sino tan solo a reconfigurarla una y otra vez como le plazca».
El párroco y teólogo afronta en su ensayo también cuestiones prácticas: ¿es éticamente aceptable y bueno para la persona implantarle un «chip» de control de constantes vitales para avisarle de riesgos de enfermedades; una discreta cámara para ver por la noche; un dispositivo móvil de comunicación y seguridad con acceso a grandes bases de datos; implantarle un dispositivo para mejorar sus capacidades físicas, tipo exoesqueleto, controlado con la misma facilidad que su cuerpo? ¿Es ético modificar el cuerpo humano sin una necesidad derivada de su propia salud o supervivencia? Si podemos conseguir más salud, un mejor hombre, a través de la tecnología, o la genética de células germinales, ¿no es esto responsabilidad que tiene el hombre sobre sí mismo? ¿Se podría realizar una modificación genética que nos haga inmunes a ciertas enfermedades?... ¿De dónde nace ese afán del programa transhumanista?
Algunas tesis transhumanistas
El autor sintetiza la visión transhumanista, en ocho propuestas que va rebatiendo en el libro:
- El ser humano encuentra dentro de sí un deseo constante de superación, anhela alcanzar un estado de perfección y plenitud que la realidad no puede satisfacer. Es un deseo infinito que busca trascender los límites de la propia naturaleza humana marcada por su condición material. Este deseo se colmará a través de la ciencia y la tecnología.
- La vulnerabilidad del hombre es un accidente que se debe erradicar. El corazón humano se rebela contra la muerte, desea vivir plenamente, y eso implica la eliminación del límite temporal y de la contingencia.
- Se mejorarán las condiciones de vida de los seres humanos a partir de posibilidades aparentemente ilimitadas de las tecnologías convergentes. Muchas de las enfermedades y discapacidades, así como muchas de las necesidades humanas, pueden ser abortadas con el recurso a esas tecnologías, y su creciente integración en el cuerpo humano.
- El hombre es algo puramente material sin ningún espacio para la realidad metafísica o trascendente.
- Lo humano debe quedar erradicado. En sí misma, la naturaleza del ser humano es su condena. El ser humano debe ser extraído de la naturaleza para poder ser libre. La libertad humana debe ser despojada del orden de la naturaleza para poder realizarse plenamente.
- El cuerpo es indigno para vivir, porque lleva escrita la palabra muerte. La vida, el ser, no depende del cuerpo y debe ser desligada del mismo para poder seguir siendo al margen de él. La corporeidad es una condena de la naturaleza, una alienación. Una vida con dolor, fracaso o enfermedad, no es digna de ser vivida. Hay que eliminar toda forma de sufrimiento en el género humano cuando ya no existe «calidad de vida».
- El objetivo no es otro que liberar al ser humano de su propia condición humana con una postura tecnologicista que otorgue a la ciencia un carácter salvífico capaz de cancelar toda confianza fundada en la tradición, las costumbres y la naturaleza, superando las limitaciones humanas mediante el desarrollo de una tecnología que mejore las capacidades humanas.
- Hay que promover la libertad de elección, es decir, el aumento de las posibilidades entre las que podemos escoger. Se trata de una libertad que afecta a lo que cada persona quiera hacer con su vida y con «lo que es suyo» que también incluye sus potenciales descendientes.
Mirada ética crítica
Para valorar éticamente la propuesta transhumanista es necesario, según el profesor Duque, en primer lugar, respetar y promocionar la vida humana. La mejora del hombre en todas sus dimensiones supone el reconocimiento de que el perfeccionamiento ilimitado no puede borrar la condición vulnerable y dependiente del hombre.
En segundo lugar, hay que valorar la libertad como una gran capacidad del hombre, por la cual nos autodeterminamos y afirmamos nuestra humanidad, pero hay que considerar que la misma coexiste y adquiere sentido en el marco de la propia realidad humana que es limitada. Las aplicaciones tecnológicas tienen que ser compatibles con la libertad interior del hombre, y no pueden anular o condicionar la conciencia o eliminar la responsabilidad de la acción humana. Imaginar una libertad descorporalizada e integrada en una máquina es un engaño de la imaginación.
En tercer lugar, hay que valorar cada técnica, no solo desde una perspectiva terapéutica, sino también desde la promoción de la vida humana, atendiendo a la unidad psicosomática del hombre y a su apertura a lo real, debida en parte a la poca especialización de su corporeidad.
Hay que salvar al hombre, en cuarto lugar, no ya de la técnica, sino de una actitud equivocada ante ella. Hay que salvar al hombre de una actitud acrítica ante la técnica, como si tuviéramos que desprendernos de nuestra esencia o naturaleza humana para ser libres.
Finalmente, para el moralista hay que estar atentos a que las aplicaciones tecnológicas en el hombre no supongan una vulneración de la justicia social. El transhumanismo, aunque se presente como promotor de lo humano, es un pensamiento contrario al hombre. Lo es porque no asume la realidad esencialmente vulnerable y frágil del ser humano, para paliarla o sanarla, sino más bien pretende una superación de ella. Parte de una concepción errónea del hombre, lo cual difícilmente ayuda a generar un futuro mejor para él y, en consecuencia, los planes que pretende desarrollar no sólo son arbitrarios o fantasiosos sino opuestos al desarrollo del hombre. A costa de liberar al hombre de cuanto hace de él un ser menesteroso, la técnica acaba poniendo al ser humano delante de un abismo al que ha de arrojarse: las circunstancias parece que vuelven irremediable su desaparición. Si podemos sintetizar un nuevo ente, libre de todo aquello que como seres humanos nos aqueja, ¿por qué no hacerlo? Un ente libre de nuestras carencias y enfermedades. La cuestión será si vivir, enfermar y morir, es un problema que obliga a nuestro reemplazo. La superación plena de la condición humana escapa a la propia acción del hombre.
Más que la creación de un hombre nuevo por parte de la tecnociencia, hay que temer que ciertas ideologías lo malogren utilizando la ciencia. No es la tecnología algo que hay que temer, sino algo que hay que encauzar. El objeto de protección frente al transhumanismo será siempre la dignidad de la persona. Para ello las ideologías, en este caso la bioideología del transhumanismo, es realmente un peligro. El reduccionismo antropológico y ético son un fuerte hándicap para exprimir todo lo bueno que hay en la tecnología. Poseer una idea del hombre desencarnada y donde su desarrollo se mide más que por el crecimiento ético por su poder, longevidad, capacidades sensitivas e intelectuales, es partir de una falsedad que condiciona de forma errónea toda posible propuesta de futuro para el hombre. Tengamos, pues, una justa mirada: el tecnologismo resulta acrítico y es una amenaza para la naturaleza humana, mientras que el rechazo de la técnica es antropológicamente insostenible.