(ACN/InfoCatólica) «Es toda una pelea horrible. Y el que más sufre es el pueblo. La ciudad está en manos de las bandas. La gente pasa hambre. Las escuelas están cerradas. No hay trabajo. Los hospitales están cerrando porque no tienen gasolina y diésel para los generadores de electricidad. Es imposible vivir en estas condiciones», describe sor Marcela Catozza, misionera italiana, en declaraciones a la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada (ACN).
La ONU publicó un sombrío informe el viernes en el que acusa a las poderosas pandillas del país de utilizar la violación como una herramienta de intimidación y control.
Indiferencia del mundo
Sin embargo, para la religiosa, que llegó a Haití en 2006, lo más doloroso es la indiferencia del mundo: «Lo peor es que nadie hable sobre ti. Nadie sabe lo que está pasando, no se interesan por lo que estamos sufriendo en este país». Algo que, al parecer está cambiando. El primer ministro Ariel Henry, muy cuestionado por la población y sospechoso de estar detrás del asesinato de Moïse, pidió el pasado viernes la intervención de una «fuerza armada internacional especializada» para hacer frente a la crisis de seguridad. Ayer, Estados Unidos y Canadá empezaron a enviar material antidisturbios, como primer paso. Henry envió una misiva al secretario general de las Naciones Unidas (ONU) António Guterres. «El apoyo que solicitamos debe ayudarnos a recuperar el control de la situación, a restablecer la autoridad del Estado, a garantizar el respeto del Estado de derecho y a prever en un futuro próximo la vuelta al funcionamiento normal de las instituciones democráticas», reclamó Henry, cuya legitimidad en el cargo es muy cuestionada.
Esa misión no sería bienvenida por parte de la población, después de que el último destacamento de la comunidad internacional, la Minustah, dejase Haití en el 2017 tras haber llevado el cólera al país caribeño y haber sido acusado de abusos sexuales a mujeres y niñas en un operativo que duró 13 años y que, a la vista está, no solucionó los problemas haitianos.
«La Iglesia también está siendo atacada», afirma la misionera Catozza. El 25 de junio de 2022 asesinaron a sor Luisa Dell’Orto, religiosa italiana que llevaba 20 años en Haití. «Era más que una amiga para mí. Cuando me dieron la noticia, caí de rodillas del dolor por la terrible perdida», recuerda. «No se sabe todavía por qué la mataron. Inicialmente hablaron de que era un robo, pero estoy convencida que alguien pagó para matarla en la calle. Es de verdad un horror», explica con voz pausada y serena, a pesar del drama que describe.
Ataque a la catedral de Puerto Príncipe
Dos semanas después atacaron la catedral en la capital haitiana. «Incendiaron la catedral e intentaron matar a los bomberos que llegaban para apagar las llamas. Después con un camión, intentaron destruir los muros de la catedral», relata la religiosa de la Fraternidad Misionera Franciscana en su conversación con la fundación ACN.
Pero los ataques y asaltos a edificios y organizaciones religiosos se han dado no sólo en la capital, Puerto Príncipe, sino también en otros puntos del país. «En Port-de-Paix o Les Cayes, y en otras ciudades del país, atacaron los edificios de la Cáritas llevándose todo lo que había, todas las ayudas humanitarias que llegan y destruyendo las oficinas de sus empleados».
Ataques a edificios de Cáritas y otras instituciones
Desde agosto Sor Marcela se encuentra en Italia, donde estaba de visita cuando se recrudecieron los ataques. La situación le impide regresar a Haití y eso la llena de dolor: «Me pidieron que no volviera que era mejor esperar un poco. Entre otras cosas porque hace dos meses que mataron a sor Luisa. No quieren otra hermana mártir en este país. Así me he quedado a la espera. Es muy difícil para un misionero estar fuera de su país. Eso es muy duro. Pero tengo la certeza de que el Señor me está pidiendo eso».
Según la hermana, la situación es indescriptible, empeora día a día y ha afectado también su misión, un orfanato en uno de los barrios de favelas más peligrosos del mundo. «Hace como un mes prendieron fuego en la capilla de nuestra misión. Todo está quemado. No tenemos altar, bancos… ya no hay nada. El Santísimo está a salvo, porque por seguridad cuando me voy, lo guardo en otro sitio más seguro y gracias a Dios estaba allí.»
Sola en la misión
Sor Marcela es la única religiosa en la misión. La hermana que había comenzado con ella tuvo que regresar a Italia porque sufrió un tremendo shock después del terremoto del 2010, donde lo perdieron todo. Las condiciones en las que está viviendo son enormemente difíciles. El barrio nació hace 20 años sobre el basurero de la capital y hoy viven más de 100.000 personas en chabolas de zinc, sin agua, ni electricidad.
«Yo, desde hace ya un año, no puedo salir para asistir a la misa por las mañanas porque las bandas cierran el barrio y no se puede entrar ni salir. Así que no puedo ir ni a la misa». «Esto es un dolor, un tremendo dolor», repite la religiosa.
«Parece que en el mundo nadie está interesado por lo que está pasando en Haití. Claro, hay muchos otros problemas en el mundo. Sobre todo en Europa, el mundo está mirando lo que está pasando en Ucrania y en Rusia con mucho miedo. Pero no se deben olvidar de otras poblaciones del mundo, como Haití, que viven una situación de guerra no unos años, sino toda la vida.»
«Por favor, vamos a rezar por Haití. Vamos a pedir al Señor que proteja a todos los haitianos y dé paz a este pueblo. Pido oraciones para mis niños. Son 150. El más pequeño tiene dos meses, el mayor 18 años. Así como Haití está hoy, no hay futuro para estos niños. Vamos a rezar y pedir a Dios que el bien que Él ha preparado para ellos pueda llegar a realizarse y se cumplan los deseos que estos niños llevan en sus corazones», pide sor Marcela encarecidamente a la fundación ACN.