(AsiaNews/InfoCatólica) A la luz del atardecer, en la víspera de la fiesta de Pentecostés, el 4 de junio pasado el Líbano celebró la beatificación de dos de sus hijos nacidos en Baabdate (Monte del Líbano) y asesinados en Turquía «por odio a la fe», en los últimos días del Imperio Otomano, durante la Primera Guerra Mundial. Atrapados en los esfuerzos desesperados por salvar un imperio en decadencia, Léonard Melki (1881-1915) y Thomas Saleh, sacerdotes de la Orden de Frailes Menores (Ofm), optaron por continuar su misión de educadores y evangelizadores, arriesgando sus vidas. Y por ello fueron declarados beatos y mártires de la Iglesia universal.
La ceremonia fue organizada por la Iglesia Latina del Líbano, la viceprovincia de los Hermanos Menores Capuchinos y la congregación de los Franciscanos de la Cruz. Se celebró en un amplio espacio del edificio principal del Convento de la Cruz, en Jal el-Dib, con vista al mar, en una colina que domina Beirut. Presidió el Oficio Divino el card. Marcello Semeraro, prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
La Orden de los Hermanos Menores publicó algunos folletos que dan detalles de los sufrimientos infligidos a los dos capuchinos por los otomanos. Según estos relatos, el padre Leonard Melki se negó a cometer apostasía después de esconder el Santísimo Sacramento cuando un destacamento de la policía llegó para registrar el convento en busca de un depósito de armas que jamás existió. El sacerdote fue detenido, golpeado y torturado brutalmente durante una semana. Llegaron a arrancarle las uñas de las manos y los pies. Sin embargo, de las celdas convertidas en catedrales -y en otras ocasiones en confesionarios- seguían saliendo himnos de alabanza. El padre Leonard nunca se arrepintió de haber pedido a Cristo que «tomara sobre sí los sufrimientos» de sus hermanos armenios. Y junto con otros 417 prisioneros cristianos en Mardin, fue deportado al desierto y asesinado a tiros el 11 de junio de 1915, a la edad de 34 años. Los cuerpos de las víctimas de la tortura fueron arrojados a barrancos y cuevas.
Una especie de «nube luminosa»
En la columna de deportados también se encontraba un obispo católico armenio, el beato Ignace Maloyan (1869-1915). Indiferente a las amenazas y a los halagos, se negó a renunciar a Cristo y abrazar el Islam y fue ejecutado por separado. Según algunos relatos, los testigos entre los guardias de la columna de deportados vieron «una especie de nube luminosa» sobre los prisioneros, a los que se les había permitido rezar una última oración antes de ser masacrados. Por su parte, el padre Thomas Saleh (1879-1917), por el mero hecho de esconder a un sacerdote armenio en su convento, devino sospechoso de conspirar contra el Imperio Otomano y fue detenido. Junto con otros tres religiosos de su convento, fue encarcelado y deportado a Marash en pleno invierno. Lo obligaron a marchar por el desierto, descalzo, bajo el sol y la lluvia. Tras ser condenado a la pena capital, murió de agotamiento y de tifus, mientras caminaba hacia el lugar de ejecución de la sentencia, el 18 de enero de 1917, a la edad de 36 años.
Vencedores al servicio de la verdad
«A los ojos de los hombres, el P. Léonard Melki y el P. Thomas Saleh son víctimas. A pesar de todo, en la perspectiva de la fe cristiana son vencedores», dijo el Card. Semeraro. Retomando las palabras de Benedicto XVI en la encíclica Spe salvi, «en las pruebas más duras de la vida, sobre todo cuando tenemos que tomar la decisión final de anteponer la verdad a la riqueza, la carrera, las posesiones, necesitamos testigos, mártires, que lo hayan dado todo», explicó. «En las pequeñas elecciones de la vida cotidiana, las figuras de los beatos Leonard Melki y Thomas Saleh nos ayudan a preferir el bien en vez de la conveniencia».
«¿Quiénes son los mártires?», continuó el card. Semeraro. «San Ambrosio considera que cada vez que la Iglesia conmemora la muerte de su Salvador -que es lo que hacemos cuando celebramos el sacrificio eucarístico- recibe una herida de amor. Luego explica que no todo el mundo puede afirmar que ha sido herido por este amor. Pero los mártires pueden decirlo [...] porque han sido heridos a causa de su nombre».