(Aica/InfoCatólica) En su mensaje difundido hoy por la Oficina de Prensa de la Santa Sede, el pontífice recuerda cómo el mundo vive «un tiempo de dura prueba, marcado primero por la tormenta inesperada y furiosa de la pandemia, luego por una guerra que hiere la paz y el desarrollo a escala mundial. No es casualidad que la guerra haya vuelto a Europa cuando la generación que la vivió en el siglo pasado está desapareciendo. Y estas grandes crisis corren el riesgo de volvernos insensibles al hecho de que hay otras 'epidemias' y otras formas generalizadas de violencia que amenazan a la familia humana y nuestra casa común. Frente a todo esto, necesitamos un cambio profundo, una conversión, que desmilitarice los corazones, permitiendo que cada uno reconozca un hermano en el otro».
El Papa indica entonces para los abuelos y los ancianos «una gran responsabilidad»:
«Enseñar a las mujeres y a los hombres de nuestro tiempo a mirar a los demás con la misma mirada comprensiva y tierna que volvemos a nuestros nietos. Hemos afinado nuestra humanidad en el cuidado de los demás y hoy podemos ser maestros de una forma de vida pacífica y atenta a los más débiles. Lo nuestro, quizás, podría confundirse con debilidad o sumisión, pero serán los mansos, no los violentos y los hacedores, quienes heredarán la tierra».
Francisco pidió a los abuelos que, cómo hacen con sus nietos, tengan sobre sus rodillas «con la ayuda concreta o al menos con la oración, a todos aquellos nietos atemorizados que aún no hemos conocido y que quizá huyen de la guerra o sufren por su causa. Llevemos en nuestro corazón a los pequeños de Ucrania, de Afganistán, de Sudán del Sur», instó en su mensaje.
Por otra parte, el Papa volvió a condenar lo que llama la «cultura del descarte» que considera que «los ancianos no nos conciernen y se piensa que es mejor que estén lo más lejos posible, quizá juntos entre ellos, en instalaciones donde los cuiden y que nos eviten tener que hacernos cargo de sus preocupaciones».
Y criticó que «las sociedades más desarrolladas invierten mucho en esta edad de la vida, pero no ayudan a interpretarla; ofrecen planes de asistencia, pero no proyectos de existencia».
También pidió a los mayores que se impliquen en las relaciones con la familia, los hijos y los nietos, así como con las personas pobres y afligidas. «Todo esto nos ayudará a no sentirnos meros espectadores en el teatro del mundo, a no limitarnos a 'balconear', a mirar desde la ventana», señaló.
«La ancianidad no es un tiempo inútil en el que nos hacemos a un lado, abandonando los remos en la barca, sino que es una estación para seguir dando frutos. Hay una nueva misión que nos espera y nos invita a dirigir la mirada hacia el futuro», les dijo el Papa a los mayores.
Para concluir, Francisco invita a celebrar juntos la Jornada Mundial de los Abuelos y de los Mayores, invitando a las parroquias y a las comunidades a visitarlos «en su casa o en las residencias donde son huéspedes», porque de un encuentro puede nacer la amistad. «Hagamos que nadie viva este día en la soledad. ¡La visita a los ancianos solos es una obra de misericordia en nuestro tiempo!».
Pidamos a la Virgen, Madre de la Ternura, que nos haga a todos artífices de la revolución de la ternura, para liberar juntos al mundo de la sombra de la soledad y del demonio de la guerra.